El iPhone junto al Playstation

Soy un fraude. Recuerde esta confesión.

Paseo por una librería en el centro de Madrid. Entré segura y en calma porque ya me había tomado el café de la mañana y un yogur con arándanos.

(En un Starbucks: fraude.)

Al entrar, pienso, no se me bajará el azúcar. No me desmayaré. No haré el ridículo en plena librería. Mi hermana se fue a comprar en el Corte Inglés de la esquina. Estoy sola pero distraída entre libros. —Tú puedes—

Voy en búsqueda del libro que escribió un amigo. La dependienta me confirma lo que yo ya había corroborado. No lo tienen.

LUZ VERDE (la del semáforo, claro) para merodear y alzar libros expuestos y recomendados. Pensamientos y familiaridades resurgen entre los nombres que atrapa la pupila.

Esta librería la conozco en otra ciudad. Solía esconderme en el balconcillo verde, blanco y terracota de esta librería en el Carrer de Mallorca de Barcelona. Era mi refugio después de comer, cuando no había nadie más en el balconcillo. Además, el WiFi era pésimo en esa esquina. Lo dicho. Soy un fraude.

La librería del centro de Madrid es más angosta que la de L’Eixample. Un edificio con patio interior, techos altos y una claraboya casi justifican la ausencia de mi querido balconcillo. En mi ronda por la segunda planta agarro los diarios de Pavese y Playstation de Peri Rossi. También una novela: ROMA. Su autor no me suena pero igual la compro porque llevo algunos meses añorando una caminata a la vera del Tíber, un cappuccino e una brioche, a alguien que me lleve de la mano. Quizás este libro atenúe las ganas, pienso. Ahora reconozco que también pudiera hacer lo adverso.

Los nervios comienzan a atacar. Las manos tiemblan. Las estiro y las miro temblar. Pago los libros muy de prisa y me coloco en la fila para sentarme en el bistró de la primera planta.

Comienzo a perder noción de mis alrededores. No me desmayo pero estoy completamente sumergida en mis pensamientos.

No me puedo desmayar si me comí ese yogur. Pero no tenía tanta proteína. Será que consumí demasiada cafeína. Aguanta hasta comer algo con proteína en el bistró. No colapses aquí. Quién te va a recoger. Si me comienzo a desvanecer me agarro de la señora de enfrente, será empática.

Esa chica lleva esperando. Disculpa. Disculpa. Estamos llenos, si gustas tomar algo pasa directamente al bar.

De acuerdo.

¿Puedo tomar un bocadillo aquí?

Claro.

Vale. ¿Pues me pones uno de chorizo y un zumo de naranja, por favor? Gracias.

Me siento en el único taburete que sobra. Saco mis pastillas de la cartera y bebo una. Me devoro el bocadillo. Me vuelvo a calmar. Esto me pasa por no comer en mis horarios y cagar la rutina, pienso. Saco la antología de Cristina Peri Rossi. Playstation. El primer poema basta para engancharme:

FIDELIDAD 

A los veinte años, en Montevideo, escuchaba a Mina

cantando Margherita de Cocciante

en la pantalla blanca y negra de la Rai

junto a la mujer que amaba

y me emocionaba

 

A los cuarenta años escuchaba a Mina

cantando Margherita de Cocciante

en el reproductor de cassettes

junto a la mujer que amaba,

en Estocolmo,

y me emocionaba

 

A los sesenta años, escucho a Mina

cantando Margherita de Cocciante

en Youtube, junto a la mujer a la que amo,

ciudad de Barcelona

y me emociono

 

Luego dicen que no soy una persona fiel.

Sonrío para mí, en mi rincón, sobre mi taburete. Sorbo un poco de zumo. Releo el poema. Mina. Cómo me gusta. La escucho cuando horneo. Qué ganas de escuchar la canción que emocionaba a esta poeta. No conozco esa canción. Agradezco a la poeta por esta definición de fidelidad. Prometo entender, sin conocerte y sin haber escuchado la interpretación, tu emoción ante Mina cantando “Margherita”. A mí me emociona la imagen de dos amantes escuchando a Mina.

PAUSA. Observo que sobre la mesa está el zumo, el libro y mi celular. Mi iPhone. Me reprimo. No necesitas el iPhone a tu lado para leer. Por qué no puedes vivir sin el iPhone junto a ti. Qué asco. Eres un fraude. Deberías ser capaz de dejar la tecnología a un lado en momentos como éste. Deberías tirar el iPhone en tu cartera, despreocuparte y sumergirte completamente en la lectura.

Ser un fraude es mi cruz. Lo admito porque me pesó tanto tiempo hasta que no me importó admitirlo. Ahora me interesa más el por qué. ¿Por qué el iPhone va junto al Playstation? ¿Por qué verifico mi correo electrónico cada vez que termino un poema? ¿Por qué esta cruz?

Nada en el iPhone me emocionó más que el poema de Cristina. Nada importó más que ese poema. Las amantes jóvenes no tenían un iPhone mientras escuchaban a Mina. ¿Serían más felices que yo? ¿Era su momento más humano que el mío? A los sesenta la poeta ya ha sucumbido al YouTube. ¿Y si Mina cantaba desde la aplicación de YouTube del iPhone? Cristina jura que todavía se emociona. ¿Entonces qué ha cambiado? ¿Por qué va el iPhone junto al Playstation?

Adaline Torres Feliciano

(San Juan, 1994) Colecciono letras de canciones, tweets, fotos borrosas de ciudades, postales, paseos por plazas de mercado, ataques de ansiedad y despedidas. Escribo pa' no llorar.

4 comentarios sobre “El iPhone junto al Playstation

  1. Ojalá hubiesen mas fraudes como tú. El mundo sería un lugar aún mas bonito. Precioso el texto. Un saludo! 😊

  2. Gracias por estas letras llenas de sinceridad… En algún momento me he hecho la misma pregunta. Todavía sigo buscando la respuesta. ¡Me encantó!

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