Un poema de mano en mano

En una mano un billete que compra una libra de arroz, un billete de baja o de alta denominación, depende de quien lo tenga, tal vez el más popular, el que más circula, eso no lo sabemos, las manos lo cuentan para el bus del estudiante, para las copias, para los tintos, para la medicina no alcanza, para el pago de la energía eléctrica o el arriendo tampoco. Pero es un billete importante. Se lo encuentra uno en el bolsillo de la chaqueta o en el pantalón que lavó hace unos días, recién secado, la mano lo saca del bolsillo y sonríe la cara. Lo deja un transeúnte para alguien que sobre una cartulina anuncia de dónde viene y hacia dónde no regresa, la cara de la persona en condición de desplazamiento y sin retorno sonríe. Lo deja un transeúnte sin cámaras fotográficas en una venta de cigarrillos, en una mesita ambulante de semáforo, y, con éste, la hija del vendedor se compra un cuaderno nuevo para comenzar clases en febrero. Un joven lo deja caer después de una fiesta de fin de año, en algún bar costoso, un mesero lo encuentra. Mi madre, que es cajera en un supermercado, lo recibe del mesero que acaba de comprar un yogurt para desayunar. Mi madre lo guarda para contarlo durante la noche con otros iguales, como cada noche, sin descanso.

El billete de 5000 que se imprimió en 1995 y el del 2015, diez años después tienen al mismo sujeto impreso, el retrato de José Asunción Silva circula de mano en mano como una laminita del señor de Monserrate o del Santo Ecce Homo, no conoce región geográfica distinta que la poesía. El de 1995, de color verde, tenía en el reverso el paisaje con la imagen de la hermana del poeta y un fragmento minúsculo del poema Nocturno III. Circuló hasta el año pasado la marcha fúnebre, la luna y las sombras de imágenes románticas, tal vez góticas, de un pasado colombiano que se resistía a salir del lamento de la muerte. De la música negra dirían algunos poetas como Nelson Romero Guzmán, esa música de alas que pasaba hasta el 2015 de mano en mano y volando en círculos hasta llegar al nuevo milenio.

billete_de_5_mil_pesos_colombianos_anverso

El billete rosa, con visos azules -tal vez sea el color del perdón- regresa con la imagen de la estampita de Silva, esta vez el paisaje de los páramos en el reverso, la cara y la figura del poeta de espaldas a nosotros, mirando tal vez hacia el rocío que surge del páramo. También se parece al billete de mil, pensándolo bien. El poema escogido para este billete, se observa minúsculo al lado de los páramos, y con mucha dificultad se entreven los versos así:

Melancolía

De todo lo velado,
tenue, lejana y misteriosa surge
vaga melancolía
que del ideal al cielo nos conduce.

He mirado reflejos de ese cielo
en la brillante lumbre
con que ahuyenta las sombras, la mirada
de sus ojos azules.

Leve cadena de oro
que una alma a otra alma con sus hilos une
oculta simpatía,
que en lo profundo de lo ignoto bulle,

y que en las realidades de la vida
se pierde y se consume
cual se pierde una gota de rocío
sobre las yerbas que el sepulcro cubren.

Ahora circula, de mano en mano, entre nosotros, una melancolía nombrada, el dolor que nos marca, la huella de las guerras y los reflejos que ahuyentan las sombras. Más de cincuenta años nos sembraron el miedo, la desigualdad, las distintas caras de estas manos que atrapan efímeramente el billete, el poema, el halo misterioso de la letra minúscula que difícilmente se lee en él y que solo un curioso que se detiene entre los reflectores puede hacer de sí, significar y sentir que algo se queda como leve cadena de oro, uniendo el alma con otra alma con los hilos de simpatía, de común dolor que ha dejado en la memoria a Colombia. Esa sentir el otro con uno mismo, esa iluminación del poema Melancolía que llega con el rocío de un páramo dibujado a mojar los sepulcros, incluso aquellos que como el hijo de don Clemente Silva en la Vorágine no se sabe en qué árbol de una selva quedaron dispersos y sin reconocer.

Con esto, considero que la poesía es económica y política, en  un país que lucha a diario por la paz, que se mantiene sobreviviente a pesar de los traumas de la violencia, tiene la función de hilar, de reunir e interpelar a esa comunidad del dolor, a esa melancolía común que circula de mano en mano, de papel en papel y que vemos en la publicación de autores reconocidos y de colectivos víctimas de la violencia durante los primeros quince años de este milenio.

El poema de Silva, un autor canónico, llega al 2015 sólo como una manifestación, como un mesías materialista que evoca y bendice aquellos poemarios que hablan de la violencia, que desde el testimonio generan ruido, que están por fuera de la oficialidad literaria en Colombia. El Leviatán que tartamudéa para iluminar, está entre nosotros, los lectores. Tener el poema en las manos, detenernos en la letra minúscula de la justicia, leerlo y dejarse tocar, escuchar el bramido de un monstruo que llega después de la noche oscura, como lo dicen los versos del poeta Horacio Benavides, el de la huella de la guerra, el de la orfandad de esas tumbas donde la yerba crece, a pesar de la muerte.

Angélica Hoyos Guzmán

Creo que la literatura es la vida. Investigo sobre las formas de la sobrevida en el mundo contemporáneo a través de la poesía y el arte. Colecciono indicios.

Un comentario sobre “Un poema de mano en mano

  1. Qué bien, Angélica, La poesía es por naturaleza puro indicio, Por ello se aparta de todo razonamiento industrial, ideológico, religioso… y sin embargo, nos da los mejores indicios de todo cuanto nos rodea y nos incluye a nosotros mismos; Con la poesía podemos volar para ver el mundo desde las alturas, tal y como lo ven los dioses, con la diferencia de que nos da la posibilidad de la reflexión apoyados en su estética, pues creo que los dioses ya no reflexionan.
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