«Yeah it’s like cranes in the sky/ Sometimes I don’t wanna feel those metal clouds»
-Solange Knowles
a R, I, Á, L, J, S, P,
y a tantas mujeres más que cuando me sobrevino una gran congoja, se me acercaron y me inundaron con el amor más bello: la solidaridad.
A veces especulábamos qué tenía una y qué era la otra. Que si una alteraba demasiado la realidad, que si la otra no hablaba nada, que si aquella había dado un cambio tremendo, “¡Qué bien se ve esa nena!”, “¿Tú te acuerdas de cuando llegó?”, “¡Qué bien tú te ves, muchacha!”.
Nos lo decíamos. Cuando nos veíamos bien, nos lo decíamos. Cuando nos veíamos mal, nos escuchábamos, o simplemente nos sentábamos juntas en el silencio. Nos llevábamos el juguito, el cafecito, el bizcochito o la manzana clandestina que subíamos del comedor. También nos arropábamos. Nos hacíamos chistes. Nos despertábamos a la hora de las llamadas. Y cuando nos veíamos mejor, nos felicitábamos a abrazo y jolgorio limpio.
La verdad es que estábamos jodidas, claro que cada una a su manera. Pero queríamos cambiar o crecer (todavía no sé qué verbo es más apropiado o si es mera redundancia). A lo que iba, queríamos ponernos buenas, y no sólo sobrevivir, sino que también ser felices en esos mundos que pusimos en pausa por un tiempo. De cinco a siete días, por nosotras y por los que más amamos, abandonamos esos mundos que nos maltrataron y nos menospreciaron—a pesar de entregarles nuestro todo, a pesar de creer en ellos, a pesar de todo el dolor.
Lo que no se imaginaba nadie allá afuera es que somos princesas de Reinos Grises. Pero a algunas nos cuesta gobernarlos. Nos agobia la promesa de la corona, nos aterra ese futuro: el de asumir el Reino Gris de cada una y ¡pum! convertirnos en reinas, así de sopetón. Es una autoridad monstruosa y dominante, que sin saberlo o sin quererlo aceptar, hemos ejercido toda la vida. Siempre hemos sido reinas. Porque los Reinos Grises dominan el planeta, el mundo, la religión, la filosofía, la humanidad, el barrio, la casa, la familia, la pareja: yo.
Pero lo más impresionante, lo que más impregnó durante esos cinco días, lo que nos llevamos a casa en cada yo tan gris, tan pesao’, tan complicado: a la princesa/reina guerrera. Luchábamos allí adentro por nuestra amiga que veía tres tenedores y dos cucharas, por la abuelita—nos asegurábamos de que comiera—, por la que llegó nueva para que no se sintiera tan sola, por las enfermeras que a veces no podían bregar con todas a la vez. ¡Luchábamos coño! Luchábamos por que la alegría nunca disipara, ni por un segundo, en aquel lugar dónde el dolor arremete con todas las de ganar. Y eso, que todavía no estábamos allá afuera, en el «mundo real». Ese sí que está lleno de locos.
Ya va poco más de un mes pero algunas conversaciones las recuerdo como si me las hubieran susurrado hace un momento. En su último día en el hospital me acuerdo que I, sin pepas en la lengua, como de costumbre, nos zumbó a su club de fans algo así: “Ustedes tendrán sus libros y sabrán mucho pero si hay que treparse a un árbol a vivir y a resolver yo soy la primera que me trepo y pal’ carajo. Eso a mí no me lo quita nadie”.
Desde que compartí con dichas guerreras, las luchadoras que nunca nunca olvidaré, mis mujeres de “usted y tenga”, hay algo que a mí no me lo quita nadie. Y lo escribo aquí para anunciarlo y para que sean todos testigos. Para regresar a este escrito cuando me vuelva a apretar la gran congoja. Aunque me convierta en cliché, no me importa, soy cliché desde que empecé a enamorarme de la poesía leyendo a Benedetti. Repasaré acongojada este teorema o el único principio que no estoy dispuesta a negociar: las ganas de vivir—eso sí que es mío y a mí no me lo quita nadie.
Adaline tu relato esta tan cercano a mi realidad percibida como ficción , ya hace dos años de estar dentro del túnel , que de una u otra manera no tiene final, a veces siento que es un final disfrazado de normalidad. Tus letras me transportaron de nuevo a los meses en los que no veía más apariencia que la de la muerte y que el desenlace no fue del todo inspirador, pero sigo respirando y eso es decir mucho. En fin me ha encantado, no hay palabras más sencillas y llenas de peso en el corazón para expresar un agradecimiento franco.
Saludos ^_^
Otro muy bueno! 🙂