Imagen: Trigui.
Suelo soñar con que no me despierto más, lo cual es una pesadilla porque, por el contrario, cuando estoy despierto sueño con no volver a dormir jamás. Es como si el que viviera en mis sueños fuera diferente al que vive en mi vida, una completa pesadilla. Y lo más extraño de esto es despertar porque, aparte del desasosiego en las tripas que asciende hasta la garganta con forma cítrica, siento que yo mismo me traiciono de la peor manera, que yo soy el que daño un sueño que nadie más podría haber dañado, y eso es, tal vez, una de las cosas más importantes que tiene la humanidad. Por eso mismo vivo pensando tanto en la importancia de dormir como en la de no hacerlo; no hay un día en que yo no piense qué pedirle al genio de la lámpara el día que se me aparezca. No me interesa pedirle dinero ni vida eterna, sino que mi cuerpo, por la razón que fuera, no necesitara del sueño para aprovechar ese tiempo que, desde hace muchos años, considero perdido así algunos científicos hayan sugerido que dormir es una de las tantas formas de ahorrar energía, o que el sueño obliga la quietud y que tal cosa permite esconderse de los predadores, o que dormir nos da la opción de desempolvar de basura celular al cerebro, siendo estas unas de tantas explicaciones apenas, ficticias o no, que tenemos a la mano. Si me cumple eso, le rebajo los otros dos deseos, le diría, y me encargaría yo mismo de conseguir los libros necesarios para llenar esas horas incontables.
Y aunque siempre lo tengo presente, porque nadie sabe cuándo y dónde estará el genio de la lámpara, lo reafirmé por algo que leí sobre el sueño en una revista de ciencia, que en un embate de originalidad fue llamada Ciencia. Decía que un par de investigaciones ofrecen evidencia de otra noción, que dormimos para olvidar algunas de las cosas que aprendemos durante el día. A partir de esto, no siendo suficiente el sufrimiento al despertar, no puedo conciliar el sueño con facilidad, no imagino que me llegue a olvidar de todo lo que produce esa maquinaria infinita que habita en mi cabeza sin que yo antes lo haya puesto en un papel. Y más allá de eso, no podría vivir tranquilo si me llego a olvidar de las grandes lecturas que, con mayor o menor fortuna, siempre regresaban a mi memoria cuando no hay mucho para imaginar.
Como siempre, las que pagarán serán las libretas de apuntes, análogas o digitales, porque dejaré de perder el tiempo haciendo nada y ahora lo perderé anotando lo que me vaya viniendo mientras el mundo suceda. Además que lo haré porque, vaya uno a saber, qué tal el genio de la lámpara se me aparezca cuando yo ya no tenga voz o cuando esté demasiado ocupado en otra pared lamentando algo, como siempre, con buenas palabras mal escritas. Es por eso que no pierdo la esperanza de que en la muerte, o luego de la vida, nadie duerma porque el director, el ciego sabio, no deje de hablar de libros.