En busca del origen

Muchas veces se escucha decir que en las charlas cotidianas existen dos temas ( o tal vez más) que no se pueden tocar: política y religión. Del primero, la discusión ronda sobre la forma en que se definen y se ejecutan las normas de gobierno frente a un pueblo. Las tendencias y diferencias de pensamiento hacen que los puntos de vista terminen con argumentos que no resuelven nada en particular, simplemente deja ver las intenciones de la gente deseando tener un mundo bajo el manto de un lado político o de otro: del lado al que cada uno le parezca la mejor forma de vivir en el mundo. Pero el segundo, la religión, aunque tiene posturas dialécticas similares al primero, me parece más importante porque todas esas discusiones convergen en un asunto: La existencia a partir de una creencia. Existimos, somos, estamos en el mundo, pisamos este suelo simplemente porque creemos.

¿Y en qué creemos? La religión (cualquiera que sea) tiene una respuesta: en un ser que dio origen a todo, que tuvo el gran poder para crear a su antojo este planeta (y de paso el universo), y en nuestro caso cristiano, tuvo siete días para esa tarea, para dejarnos a nosotros como el último eslabón de su creación, y nos hizo a su imagen y semejanza. Cuando ello ocurre, caemos en una teoría reduccionista, binaria, aristotélica, que nos vuelve perezosos para pensar y emprender la búsqueda de nuestro origen, de ese primer punto de toda esta evolución diaria de la vida.

Dejamos todo en unas manos que no sabemos si existen, le entregamos nuestras vidas al gran titiritero y nosotros simplemente nos movemos al ritmo en que un dios mueve los maderos y las cuerdas. Inclusive dejamos en estas manos invisibles la responsabilidad de todo lo que pase y nos pase. Esas manos son las responsables, nosotros no.

Pero nunca le damos el crédito a la que, pienso yo, es la verdadera creadora, la que da origen a todo lo que vemos: la naturaleza, la Pachamama, Gaia. Es ella la gran dadora de vida, la que nos sostiene en este mundo con su agua y la comida que brota de su tierra y de sus animales. Sin ella simplemente no existimos: así de simple. No es necesario un dios para existir, es necesaria la naturaleza.

Tal vez el gesto de agradecimiento más profundo es el que nuestros aborígenes y antepasados, antes de que llegara la cruz por estos lados, daban a la tierra, la consideraban su madre. Porque ella era, para ellos, la que los alimentaba, la que los dejaba pisar su suelo, la que les daba vida y la que también la controlaba. Por eso, según James Lovelock, la tierra busca volver a su orden, para seguir manteniéndonos vivos, por eso tiembla, por eso la temperatura aumenta, por eso hay tsunamis. Es la forma en que la tierra se acomoda dentro de su cama para dejarnos a nosotros dormir tranquilos.

 A lo mejor hubo un origen antes del origen, como dice Michael Onfray, pero por lo menos para nosotros, que estamos de paso por aquí, la naturaleza es nuestro origen. Porque es la primera que nos recibe en este mundo, la que hace que una madre lacte y nos alimente, la que le enseñó al ser humano a vivir y a sobrevivir. Y aún lo sigue haciendo aunque nosotros nos empeñemos, con una terca estupidez, en querer dominarla, en hacerla nuestra.

            A veces la imagino riéndose, viéndonos ínfimos, pequeñas criaturas que no sabemos lo que hacemos, pero ella nos perdona y nos sigue dando la oportunidad de vivir, de existir.

            A veces la imagino como un dios.

jerogarciar

Salsa, Literatura y docencia, Esos son mis nombres y mis apellidos.

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