Ilustración de Andrea Agudelo. Cortesía de El Dibujadero.
Al hijo que no nació
Ya tenías un nombre cuando aún no eras forma
y estabas en la savia vital de mi congoja.
El instinto jugaba llenando mis pupilas
de realidades plenas, con tus pupilas vivas.
Mi vida había cambiado, un horizonte abierto
presagiaba en mis sienes el eco de tus besos.
Mas ayer sin un llanto, sin tu forma acabada
en mi cuerpo dejaron de moverse tus alas.
Y hasta de sollozos hoy me siento vacía
derramada ya, en vano, la sangre que era mía.
Yo iba a tener un hijo, y el coágulo fue estrella
que vierte en los espacios luz dilatada y yerma.
Puerto
Las luces de los buques anclados en la rada
desmenuzan mi sombra sobre la piedra impávida;
la Cruz del Sur, inútil, señala solitaria
un flanco dolorido y una ruta quebrada.
Se adhieren mis deseos a los barcos lejanos
y dividida entera me veo desde lejos:
vislumbro a mi silueta que no agita pañuelos
ni libera a los besos que mueren en sus manos.
Y persisto clavada como a la cruz deicida,
acuñando en mis brazos la doble desventura
de brindar a los otros mi adiós de despedida,
cuando quisiera hacerse mi nave a la ventura
aunque en umbrosas playas naufrague, sometida,
y el viento despedace su audaz arboladura.
Teléfono ocupado
Yo estoy del otro lado de la línea.
Hay un sonido extraño que no es la voz humana
y se plagia a intervalos regulares
como una gota de agua.
Pero yo, cazadora del vuelo,
deseo un sonido desigual de pinos
golpeados por el viento.
Que se rompa la puerta cuidadosa
en un caos de silencio,
para salir al todo de una canción humana
que desde el otro lado me haga señas.
Cuelgo.
Y ya no escucho más a la esperanza.
El mundo es un teléfono ocupado.
Palabras
Para que no mueran las palabras yo no quiero la muerte.
Sólo esta móvil boca las pronuncia.
Estos orbiculares se pliegan redondeados con gestos de bandera.
Sólo esta lengua obliga a la nostalgia que le deja la tierra.
Sólo estos dientes marcan sedientos de perfiles
las celdas que me encierran.
Habla todavía, manantial de la voz,
socavón de plegarias.
Habla todavía, sedienta e insaciable,
impotente y cobarde,
humana boca mía.
*Ester de Izaguirre nació en Asunción, Paraguay, en 1923 y murió en Buenos Aires, Argentina, donde se había radicado definitivamente, el 9 de noviembre de 2016. Los poemas que publicamos e el dossier Paisajes Paraguay pertenecen a la antología Poemas de Ester de Izaguirre. Alcándara Editora. Asunción: 1986.