Texto y foto: Felipe Chica Jiménez
Eran las once de la mañana del 23 de febrero de 2015 cuando el policía Octavio Vélez comenzó a escalar las barandas del Viaducto Cesar Gaviria, en Pereira. Pasaron minutos hasta que estuvo al borde del vacío a 700 metros de altura. Abajo el río Otún y un barrio popular. Diminutos, como hormigas, un grupo de personas se junta, el policía amenaza saltar sobre ellos, un joven con la mirada clavada en la escena muerde un trozo de pan, lo mastica despacio, lo traga con esfuerzo. Alrededor el ambiente se polariza: un hombre sin camisa y lleno de cicatrices es el primero en gritar: “tírese hijo de puta”. Casi en simultaneo una mujer robusta replica: “No se tire mijo, no se tire”, de inmediato los otros espectadores toman partido formando dos bandos claramente identificables, los que alientan a Octavio a saltar y los que no.
La disputa se prolongó por más de treinta minutos.
‘Cucho’, el joven, terminó el pan y no quiso seguir mirando, su casa, muy cerca del lugar, tenía las puertas abiertas. Entró, se tumbó en la cama y cerró los ojos, dio vueltas y vueltas hasta que un impulso lo llevó de nuevo bajo el puente donde gritó: “No se tire viejo, no lo haga”. A esa distancia Octavio seguro no podía oír nada, Cucho lo sabía pero aun así gritaba a todo pulmón. En hilera los vehículos frenaban atraídos por el espectáculo. Minutos antes de las doce el público había quedado afónico. Octavio sacó del estuche su nueve milímetros Sigsauer, le quitó el seguro y se dio un tiro en la cabeza. La muerte suele ser enfática.
El cuerpo se desplomó en el vacío. Recién sonó el disparo nadie gritó más, Cucho volteó la mirada y cerró los ojos. Regresó a su cama y clavó su rostro entre la almohada, los curiosos acudieron a presenciar el desenlace. Inmediatamente después del levantamiento un grupo de personas se adentró al río buscando bajo el agua la Sigsauer de 12 tiros que debió caer cerca del cuerpo. Antes de irse, la Policía ofreció un millón de pesos de recompensa al que la encontrara, en la noche la mafia local ofreció dos a quién se la entregara primero, pero al tercer día de búsqueda los caza fortuna cedieron doblegados por el cansancio y el olor del agua residual.
La historia me la contó Cucho, el mismo joven que aquel día masticaba pan y gritaba bajo el puente. Es una de tantas historias en ese barrio que se llama San Judas. Para el grueso del pueblo no es más que un tendido de casas debajo del Viaducto. Para otros es el escenario de balaceras, expendio de drogas y destino final de los suicidas que saltan desde hace dos décadas. En ese barrio creció Cucho. Hay otros como él que han presenciado cientos de suicidios, léase bien: cientos. Nadie ahí pensaba que ese sería el legado que dejaría la construcción del puente que lleva el nombre de un expresidente. El pesimismo cae del cielo.
La generación de Cucho se desarrolló naturalmente, de acuerdo a sus posibilidades. Hubo el que se volvió zapatero, carnicero, chofer, prestamista, hubo el sicario, el narco, el que entró a la Universidad, hubo el que se fue a ‘hacer vida’ en otro país. Y está Cucho, que se convirtió en rapero: decidió cantar de día y de noche su propia vida. Tiene ojos claros y risa maliciosa. Llega del trabajo y piensa en reunir a sus amigos. Los reúne. Ahora es un parche de jóvenes y niños que escriben, cantan y por veces pintan los muros de San Judas. Él lo define como una escuela de Hip-Hop que piensa más que en Hip-Hop. “Acá queremos remplazar el recuerdo de un cuerpo cayendo desde el viaducto por el de una pelota entrando en un aro de básquetbol” dice. No parece una competencia fácil. Mientras camina por el barrio todos lo saludan, los niños, las viejas, los perros y los bandidos, que son el Estado local de este lugar, una isla en la que no se entra fácilmente si no se conocen las reglas.
El Viaducto se hizo para conectar los municipios de Dosquebradas y Pereira, separados por la depresión geográfica del río Otún, buscando mejorar la fluidez del tráfico. No hace mucho el Salón Nacional de Artistas tuvo como sede la ciudad y clausuró el evento debajo del puente con un concierto. El flow de los raperos le imprimió al Salón un aroma popular y de calle, algo que no se ve mucho en el mundo del arte. “Entonces la gente en el barrio comenzó a reconocernos más, a ver que nos movemos en serio”.
Un grupo de malencarados custodia la esquina, él los saluda, “ese es el parche caliente, los que tienen plata pero no son felices y cuando menos piensan se quedan sin luces”. Por ratos el discurso de Cucho se deja ir, ondula, se armoniza, cuando entra en calor las palabras encajan elegantemente una tras otra, quizá sin darse cuenta termina en medio de un monumento de letras que le da sentido a todo alrededor. Cuando termina la canción permanece serio y ya no dice nada más. Va sereno.
Dice el Diccionario de la Real Academia acerca del Hip Hop que el ‘beat’ es el ritmo, el golpe. El buen hiphopper, o rapero, sale al ruedo dosificando su idea con ritmo, cada ‘tack’ del metrónomo marca el destino de cada frase, lo más difícil es el freestyleen en medio de la pista, en medio del scratch. En San Judas hay una escuela donde se reúnen futuros raperos. Al interior hay mucho beat, mucho freestyle, mucho scratch, mucho conquer, mucho breack.
En la calle un corrillo de niños se le acerca a Cucho. Simplemente caminan a su lado, es el jefe, los reúne, le piden que cante y canta. Comienza algo así: “balas calientes enfriando gente caliente…”. El tema completo describe, a su manera, la termodinámica de la vida. Cuando termina los niños corren sin rumbo. Cucho piensa en su padre, en la filosofía básica que un día le enseñó, la de no perder el optimismo, la de no dejarse doblegar, la de no saltar al vacío, la de estar siempre parado como un dado.
San Judas, El Balso, La Esneda, barrios que se han construido y permanecen al lado de un río que arrastra en su corriente la historia de marginalidad y del riesgo. Bella crónica Felipe, variopintas formas de sobrevivir en el territorio, el arte siempre libertario.
El suicidio es una enfermedad social llamada:»acumulación de silencio». Lo impactante no es que la gente franquee la decisión de matarse, sino que elimine en su mente la posibilidad de una vida de ultratumba. ¡’Dante y sus malditos círculos! Saludos Felipe. Buena nota.
Estimado Felipe: qué grato es leer sus historias. Un abrazo, hermano.
Gracias.
Me gustó el texto y me interesaría publicarli, a través de una editorial independiente de Medellin donde soy el editor. Me podrían contactar. Saludos.