Por: Juan Guillermo Ramírez
Puede escandalizar, seducir o deslumbrar, pero cualquiera que sea el temperamento o la convicción de usted, espectador, Fellini no lo puede dejar indiferente. Tres años después de La ciudad de las mujeres, Y la nave va es su película dieciocho. Un crucero fúnebre, triste y alegremente musical, enmarcado en los albores de la primera gran guerra, bajo la mirada llena de ternura y de nostalgia.
Si la producción expresionista alemana de la República de Weimar inauguró la insurrección subjetivista del cine contra el naturalismo fotográfico, quien más lejos ha llevado esta afirmación subjetiva en la pantalla moderna ha sido Federico Fellini. Imaginativo y sensual, los días de su infancia transcurridos en la pequeña población de Rímini, donde nace en 1920 bajo el signo de capricornio, marcaron profundamente su sensibilidad. Escapando de su casa y por consiguiente de su vida provinciana, se enrola en ese espectáculo fascinante que es el circo, estudia en un colegio religioso de ambiente severo y autoritario. Adquiere en esta etapa de su vida, elementos esenciales y nuevas actitudes que oscilan en ese conflicto naciente entre su fantasía exuberante y las riendas morales que la propia educación le imponían. Esos son recuerdos atormentados que pondrá en imágenes en su obra fílmica posterior; evocación de los largos inviernos de ocio y mediocridad en Rímini nacerá Los inútiles; deslumbrado por las diversiones triviales de la aristocracia, realizará La dolce vita.
Caricaturista, guionista de “cómics”, dibujante de chistes y tiras cómicas, redactor de sucesos, creador de “gags” (ridiculización de un acto humano que produce risa), son experiencias que van esculpiendo su sensible mirada de artista que contempla el mundo y va dirigida, casi siempre, a los aspectos más sórdidos, grotescos o risibles de la realidad. A partir de 1940 y gracias al cómico Aldo Fabrizi, Federico Fellini comenzó a trabajar como guionista, colaborándole a Roberto Rossellini en su obra maestra Roma, ciudad abierta, en esa nostálgica Paisá, y a Alberto Lattuada en ese mural campesino melancólico El molino del Po.
Para un eterno visionario de predicciones, sueños y deseos, el cine, y más recientemente la pintura, son el medio más adecuado para comunicarse y expresar estéticamente su voluntad creadora. Eternamente cultivado por el mundo del espectáculo (que es la vida misma), su primer trabajo de codirección lo realiza con Alberto Lattuada en Luces de variedades, película que registra la parafernalia barroca y las miserias del “music –hall” ambulante, errante y aventurero.
Esta concepción de la vida tomada como espectáculo grotesco o monstruoso, es la que, desde sus comienzos, alejó a Federico Fellini de las ortodoxias neorrealistas, no obstante haber utilizado en sus primeras películas ambientes miserables, humildes, decadentes. Fellini se afirmó decididamente como un hereje del neorrealismo con su película La strada, parábola espiritualista que recoge el mal, redimido por el bien.
Sus películas siempre están hechas utilizando los mismos temas recurrentes: recuerdos de infancia, iniciación erótica personificada en la mujer descomunal, la llanura y los espacios abiertos que posibilitan contemplar el infinito absoluto del horizonte, las pequeñas plazas de mercado, la fiesta, la ridiculización de los intelectuales, el cortejo final en el que reaparecen todos los personajes, los sueños, las fantasías eróticas, los payasos de circo, los actores ambulantes, los espectáculos de magia y “vaudeville”, los disfraces, la mujer ideal e inalcanzable, las mezclas idiomáticas que expresan una verdad de situación, la ironía irreverente frente a la iglesia. Pero su principal obsesión: la mujer. En todas las condiciones, en todas las edades, en todos los colores y tamaños. Las colecciones de fotografía que ha formado a través de su carrera conforman una presencia de sus extras y actrices ya famosos. Y hay de todo: mujeres masivas e inmensas, armarios de tres puertas, pequeños elefantes puestos de pies, ballenas yacentes. Madres corajudas y obesas, jovencitas deformadas o con cara de ancianas, granjeras de tiro al blanco. Hay vestidas de marino o de sirena, a veces enarbolan un bikini, o se envuelven en una red de pescador, o aparecen solas, sentadas en un banco, peor en todas las formas posibles, imaginables.
Un Titanic llamado “Gloria N”
En esa noche intensamente negra, como si alguien hubiera derramado en el cielo un gigante frasco de tinta espesa, en Amarcord, un pequeño pueblo se precipita a muelle para ver y saludar un gigantesco transatlántico que surge de lo más profundo de las tinieblas. Son los tiempos propios de la agitación del pañuelo, de las tediosas aclamaciones, de los viajes de lujo flotando en el sereno mar. Pero todo esto se ve eclipsando por un halo de luces de un vapor cargado de música y de remos de agua.
Diez años más tarde, Federico Fellini nos invita a aproximarnos sin miedo ni recato, y a subirnos a bordo de “Gloria N”, el enorme crucero de Y la nave va. Un puerto de color sepia, lo mismo que los coches lujosos y las limusinas. Los pasajeros masculinos vestidos implacablemente con su frac y las damiselas encopetadas. Todos ellos rodeados por descargadores de leña, marinos y vagabundos. Llega un coche pomposo, rococó, impulsado por caballos. Así empieza, en blanco y negro, en sepias, el filme dedicado a la ópera, y por qué, no a María Callas Las cenizas de una cantante de ópera van a ser embarcadas en este monstruoso barco, para ser, según la última voluntad de la difunta, dispersadas a lo largo de una isla. Un periodista será el presentador de los compañeros de viaje de la vida: cantantes de ópera, directores de orquesta, amantes, enamorados y amigos. Es, al fin de cuentas, una verdadera Arca de Noé de la aristocracia y de la burguesía, que tienen en la música un poder del cual ellos usan y abusan sin remedio. Los ritos de este mundo civilizado y altamente “refinado” son perturbados por un rinoceronte, una gaviota, una gallina y también por la llegada repentina de gitanos que buscan refugio, huyendo del imperio austrohúngaro. Estamos en 1914, en vísperas de la declaración de la Primera Gran Guerra. En este lujoso crucero, un centenar de celebridades de la Europa se embarcan en Nápoles. A bordo llevan las cenizas de una soprano griega de fama mundial, Edemea Tetua, a la cual se rendirá un último homenaje, dispersándolas en alta mar. En el camino se encuentran con una lancha de refugiados, acaba de suceder el atentado de Sarajevo. Un navío de la Armada austríaca se aproxima y exige la entrega de los fugitivos, bajo amenaza de torpedear el barco. Grandes políticos, hombres de letras, estrellas y artistas del espectáculo de las tablas, hombres de empresa y multimillonarios, todo este grupo de viajeros es analizado por Federico Fellini en sus reacciones frente a la noticia de la guerra. Pero en “Gloria N.” siguen los banquetes y las fiestas, y al final, en un desenlace ambiguo, el espectador sospecha que el crucero de la ópera ha sido destruido.
Federico Fellini ha ordenado en el set de rodaje que todos pueden hablar en el idioma que quieran, inglés, francés, griego o turco. Y esto con el fin de resaltar su único propósito, ya que es una película que mira, en forma satírica, burlona y humorística, el peligro de la saturación de la información, de su situación alucinante para el que quiere estar informado. Porque Y la nave va es una película sobre la información. Sobre esa forma de delirio creciente en la que hoy se encuentra el ser humano, en esa resignación sometida por la hiperinformación. Ese anhelo de estar informado de todo.
Para darle mayor fuerza a la ambientación de la película, Fellini ha utilizado secuencias filmadas en color sepia, con tonos cenicientos, dos características del cine mudo. Para los papeles principales contrato a Freddie Jones, un actor de teatro y TV y a Bárbara Jefford, quien interpreta a la rival de la cantante muerta, Ildebranda Cuffari. Para el resto del elenco, Fellini buscó actores no profesionales y poco conocidos. Fellini, uno de los pocos directores que trabajó en Italia con carta blanca para hacer lo que quería, tuvo en esta ocasión un presupuesto de ocho millones de dólares. A sus 68 años, Fellini seguía produciendo escándalos: Desde que hice La ciudad de las mujeres, me quedé parado en las esquinas observando cuánto han cambiado el mundo y las películas. Descubrí que para satisfacer al espectador, anestesiado por la televisión, las películas de hoy deben hacer el mayor ruido posible. Y la nave va lo hizo.
Mi madre nos crió llevándonos al cine 4 días por semana. Mi padre nos compraba todas las revistasd que salían, tanto para niños o para adultos cholulos (fans de las estrells) solo ahora valoro esa educación tan completa. Mi madre no me enseñó a coinar, a ella no le gustaba, me enseñó a escuchar radionovelas y a cantar tango de la revsita «El alma que canta», mi padre me llevaba a reuniones políticas y yo regresaba imitando a todos los participantes. En fin, no aprendí nada útil para mi futuro que todos imagianban sería el de una señora gorda. Por suerte, mi esposo siguió mimándome, me compraba rvsitas todas las emanas y comía sin protestar los horrendos guisos qeu yo preparaba, también me llevaba al cine. Seguimos juntos después de 50 años, hemos sobrevivido al tedio, a los celos, a los problemas menudos o grandes que suelen atacara gente pacífica como nosotros. Vi tanas películas de Fellini, para mi la mejor es La strada, hace poco la volví a ver y la comprendí mejor. Todas llevamso una Gelsomina dentro.