Una apertura al asombro. Borges y la filosofía

Hay obras que no permiten clasificarse con facilidad. Son excéntricas, consolidan su exclusividad a través de un lenguaje y una forma que logran definir características excepcionales. En algunos casos, debido a la perfecta imbricación de los géneros que fusionan, construyen un manifiesto literario desde el cual se difuminan los límites que circunscriben las clasificaciones tradicionales. Los relatos de Borges presentan estas condiciones. Son atípicos, denodados en sus propias hipótesis, amplios en los alcances exegéticos que pueden atribuírseles.

En ellos, el carácter fantástico y las especulaciones filosóficas se superponen constantemente, son un extenso y a veces erudito muestrario de ideologías, historias e información enciclopédica. Borges complementa la capacidad de crear elementos ficcionales únicos con una reflexión en alto grado metafísica que se equilibra con el atractivo literario. Con una condición siempre presente: la filosofía es una experiencia estética. Si para el autor la metafísica es una rama de la literatura fantástica, manifestación expuesta en su experimento filosófico-literario más atrevido y enigmático Tlön, Uqbar Orbis Tertius, con ello no quiere concebirse de manera peyorativa el diálogo fecundo y perenne que llamamos filosofía. Por el contrario, la dignifica. La extrae de su obsesión cientificista, de la aspiración unidireccional de encontrar un fundamento incondicional.

A partir del tratamiento que de ella hace en sus textos, Borges define de manera implícita la comprensión del carácter ficcional que la filosofía revela: escándalo y absurdo para quienes en ella ven todavía una ciencia que se nutre de una Razón única y definitiva. Marginándola de su condición positivista o de su búsqueda irrestricta por una verdad incontrovertible, el vuelco aquí presentado elige la experiencia hermenéutica como condición en la que se reconoce lo que define al hombre, lo que consolida su permanente búsqueda: el asombro. La filosofía perece cuando este último desaparece, casi lo mismo podría decirse de la propia actividad vital.

Borges ficciona, esto es, filosofa; es un auténtico sofista. De este término hay que extraer su más hondo sentido, desligarlo de la condena platónica y de su acepción trivial. Lejos de atribuirle el carácter despectivo que ha tenido el vocablo, ya convertido en lugar común, el sofista juega con una razón múltiple que le rinde homenaje al pluralismo. Hoy todavía, andan muy atareados los críticos de esta razón diversa, la misma que con desconfianza y preocupación asumen como la catástrofe de la contemporaneidad, como sinónimo de vacuidad y carencia de rigurosidad. Análoga crítica se le concede a la expansión en la que Borges introduce su experiencia filosófica. Por supuesto, ésta no será identificada como tal por quien espere condicionar la reflexión bajo la tutela de un discurso rígido y esquemático. No reconocerá que como el de Borges, este discurso no será sino otra explicitación de los muchos géneros en los cuales la filosofía se hace manifiesta.

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Teseo y el Minotauro. (Alusión a La casa de Asterión de Borges).

La razón se disemina porque a ello la conduce su propia actividad. El reto de concebir la filosofía como un desplazamiento cuyos accesos son múltiples es concebible gracias a la expresión desde la que el autor de Otras inquisiciones puede instar a la provocación de pensar, de incorporar un manifiesto amplísimo derivado de las posibilidades de la razón. No es otra cosa la que han hecho los filósofos a lo largo de una tradición que sustenta su pertinencia en la medida de exaltar la pluridimensionalidad de la interpretación que se resalta en las contradicciones y pugnas a que suelen llegar, en las exégesis renovadas, en la búsqueda constante de una verdad que ofrece, desde su carácter incognoscible, su más estimable don.

El que Borges apele a unos cuantos temas que la filosofía perennemente ha abordado, y a partir de ellos exprese un juego por medio del cual vivifique el pensamiento, en ello encontramos su condición más valiosa. Con él, la filosofía adquiere la amplitud que requiere y la dignidad que se hace explícita en su recorrido interpretativo. Si las especulaciones de Borges son tan aptas para realizar un acercamiento a la hermenéutica contemporánea, lo son porque en ellas se instituye ante todo la preeminencia del pensamiento sobre la ideología; el proceso dialógico sobre el dogma. La razón se hace espejo de voces que al unísono vislumbran su propia insuficiencia, a través de ésta, se concibe la posibilidad, la apertura hacia las zonas en las que se nutre la infinitud en materia interpretativa.

Del argentino se extrae esa fuente continua de actividad vital circunscrita a la escritura. Plexo infinito y laberíntico, el encuentro con ella reafirma nuestra necesidad de estar inconformes, de suplir las soluciones, de renovar la admiración. En Borges la filosofía objeta el reduccionismo al que suele circunscribirse su significación, para identificarse en pleno con la fuerza que la pluraliza, la amplifica en su sentido estético, la torna desafío perenne que desestima el fin, la precisión, el equilibrio. La filosofía los excluye porque la contradicen. Cierran el discurso, convergen en ortodoxia, niegan la molestia imprescindible en cuyo entorno se cifra el origen de todo filosofar.

Alfredo Abad

Alfredo Abad

Profesor Escuela de Filosofía Universidad Tecnológica de Pereira

3 comentarios sobre “Una apertura al asombro. Borges y la filosofía

  1. Borges es mi autor contemporáneo preferido en poesía.
    Pero llama la atención que nunca haya escrito una novela, solo cuentos.
    Un abrazo.

    1. El corrector me jugó una mala pasada.
      Donde dice alla debió decir haya.
      Me di cuenta después que envié.
      Gracias.

  2. Alguna vez había escuchado decir a Carlos Gaviria Díaz (el exmagistrado intelectual) en una conferencia, que en Borges, el metafísico y el poeta son uno solo. Abad en esta maravillosa nota, le concede la razón al maestro colombiano.

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