Ilustración de Bastián Cabello, cortesía de El Dibujadero.
Ese viernes en la madrugada desperté de un brinco. Volví a tener la misma pesadilla de siempre, donde Mariana y Jacinto se quemaban la cara con la aguapanela que yo estaba preparando; de repente las uñas de Julia en mi cara y gritando: “¡Por tu culpa!”, luego las desfiguradas caras de mis hermanos persiguiéndome por el inquilinato.
Julia tosía fuerte y sin descanso, los retorcijones insistentemente hacían que el catre golpiara contra la pared. Podía mirar la luz de los postes filtrándose por el empañado vidrio. Me voltié en la cama teniendo cuidado de no despertar a Jacinto que dormía a los pies de la cama, sentí que se había acostado con los zapatos puestos. De un movimiento se los quité y los dejé caer al piso, súbitamente Julia dejó de toser y los tornillos dejaron de chillar, confundía la respiración de Julia con el viento que entraba por debajo de la puerta, mientras sentía su aliento de resaca. ¡Cuánto me molestó, que eructara todo su aire comprimido sobre mi cara! Al instante, sentí las sábanas húmedas, Mariana se había orinado otra vez, no la culpo, acostumbra a hacerlo cuando hace mucho frío. En medio de la oscuridad me levanté y pude quitarle los calzones, cuando volvía a acostarme escuché el chirriar de una bomba que se desinfla, en cuestión de segundos, recordé aquel día en el parque con uno de los amigos de mamá. Mariana lloraba porque se le había totiado su bomba y Jacinto dejaba escapar el aire de la suya al sonido de las babas. De repente, un nauseabundo olor invadió el cuarto, metí mi cabeza bajo las cobijas, pero me incomodaba bastante la orina que me quemaba la espalda. Decididamente me levanté, apoyé el píe en el piso y caminé tropezando con los zapatos hacia el interruptor, cuando escuché la voz de Julia.
— ¿Qué hace levantada?
Descansé mi mano en la baranda de la cama y guardé silencio mirando la oscuridad.
— ¿Qué, qué va hacer niña? ¿No me escuchó?
—Voy a la cocina—dije con timidez.
— ¿Y a qué?
—Mariana se orinó otra vez.
Hizo un gesto, un corto silencio y luego con resignación:
—Vaya a ver pero no se demore.
Y cuando fui a prender la luz para ver la cerradura, retornó la voz de Julia alta y acelerada.
— ¡No prenda la luz!
Confusa le dije:
—No veo.
Y ella reprendió enérgicamente.
— ¡Que no!
Respiré pausadamente y salí del cuarto, atravesé el pasillo hasta llegar al patio y empecé a buscar un chiro con qué secar. Allí llegó una tenue luz por la claraboya y pude divisar todo el lugar. Tomé un saco viejo, pero cuando retornaba al cuarto, vi salir una sombra ancha y alta, me metí a la cocina de la vecina y al bajar las escaleras pude ver la cara de Don Carlos, el carnicero de la Cooperativa. Cuando entré al cuarto, Julia ni se inmutó porque le viera sus escuálidas tetas mientras se recogía el cabello. Luego se puso su camisón y salió para el baño.
A las nueve escuché la radiola en la misma emisora de siempre, Julia entró con Mariana bañada, y mientras trancaba la puerta con un ladrillo, se quedó mirándome.
—Vístase niña y va y trae una de costilla.
Y cuando ya me había puesto la falda y estaba amarrándome los tenis le pregunté por la plata. Ella sin mirarme y secando a Mariana:
—Vaya así no más, que ya está paga.
El costo de la vida obtuvo el XII Premio Nacional Universitario de Cuento Universidad Externado de Colombia 2001. El relato está publicado en el libro Antología del Concurso de Cuento 1970-2002 (Editorial Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2003).
Fredy Yezzed. Bogotá, Colombia, 1979. Escritor, poeta y defensor de Derechos Humanos. Después de un viaje de seis meses por Suramérica en 2008, se radicó en Buenos Aires, donde estudia el género del poema en prosa argentino. Tiene publicado los libros de poesía: “La sal de la locura”, (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010; 2 ed. Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2014) y “El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein” (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2012; 3 ed., Fundarte, Caracas, 2016). Como investigador literario escribió los estudios “Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano” (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010) y “La risa del ahorcado: antología poética de Henry Luque Muñoz” (Editorial Universidad Javeriana, Bogotá, 2015).