Tarareo

Imagen: Josephine Monterosso

La inteligencia artificial, que en el futuro no tiene rostro ni documento de identidad, aunque debiera, ya se dedica profesionalmente a los juegos de azar, en los casinos está siendo vetada de manera sistemática y en el mercado negro de las apuestas ha recibido amenazas de muerte por montones. También la vi recomendando libros a los lectores jóvenes como quien le da de comer a las gallinas desordenadas y nerviosas, con esa misma nobleza y paciencia del viejo que relata una historia mil veces contada. Además de los desarrollos tecnológicos, valga la redundancia, en los que se cuentan la creación de la sangre humana, es decir, la sangre de sus mascotas, la piel humana y el más revolucionario de todos: el alma humana. Asimismo de unas computadoras encargadas de detectar enfermedades con solo una muestra de ADN del interesado, una palabra escrita, por ejemplo, sirve de la misma manera que un pelo o una gota de saliva. Pero uno que me llamó mucho la atención, entre muchos otros que no terminaría de mencionar aquí, fue el robot que canta bajo la lluvia con la simple intención de acompañar a los que lo hacen, o invitar a quienes no quieren mojarse, y que sin contar con la mejor voz se nota a leguas que le incluyeron en su fabricación un alma suficiente para silbar o tararear cuando se le olvida la letra o la melodía, al mejor estilo del pasado, donde ahora mismo nos quejamos de que nos agarre la lluvia en medio de una calle cualquiera mientras vamos a cualquier lugar. Hablo de los animales citadinos, por supuesto, el animal que más se queja.

Dejando un poco de lado a los hijos de nuestros inventos, ya desde el presente otra vez, tengo que decir que por ahora estamos a salvo, y que lo estaremos durante algunos años, muy pocos, mientras vivamos el presente como si no hubiera un mañana. Digamos unos diez años. O digamos uno, medio, o menos. Dividámoslo hasta que el presente nos quepa en forma de insecto en las manos. Pero, eso sí, con tal de que no hagamos como suele hacerse, sin pensar, que los desaparecemos de un golpe impune.

Sergio Marentes

Animal que lee lo que escribe. Cabecilla del colectivo poético Grupo Rostros Latinoamérica. Fue fundador de «Regálate un poema» y editor de la revista Literariedad. Colaborador de diferentes medios Hispanoamericanos con aforismos, poemas, articuentos, cronicuentos y relatos de diferentes tipos. Ha publicado el libro de relatos «Los espejos están adentro» y ocho libros de poemas que no ha leído nadie.

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