Cambios, derrumbes y ruinas

Por: Daniel Rodríguez *
Fotografía de portada: «March against terrorism in Paris», por Corentin Fohlen (Francia).
Fotografías de cuerpo de nota: Elías Sarquis, Bulent Kilit, Warren Richardson, Guillermo Arias y Patrick Durand.

El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.

Antonio Gramsci

Son muy bellas las palabras del Papa:

Las heridas que provoca el sistema económico que tiene al centro al dios dinero y que en ocasiones actúa con la brutalidad de los ladrones de la parábola, han sido criminalmente desatendidas. (…) Bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y repleto de eufemismos, pero no se hace nada sistemático para sanar las heridas sociales ni enfrentar las estructuras que dejan a tantos hermanos tirados en el camino (…) Se trata de una estafa moral que, tarde o temprano, queda al descubierto, como un espejismo que se disipa. (…) Cuando este sistema enfermo ya no puede ser negado por el mismo poder que generó este estado de cosas, nace la manipulación del miedo, la inseguridad, la bronca, incluso la justa indignación de la gente, transfiriendo la responsabilidad de todos los males a un «no prójimo».

En su belleza, en la autenticidad de su compromiso, radica la verdad. Pero si la cualidad estética de la palabra, el goce profundo que provoca en el espíritu se corresponde con su valor intrínseco, entonces no hay verdades: dependerá de los sujetos interpretar ese universo que los rodea y que a partir de él enjuicien proclamas ajenas, y emitan las propias.

Elías Sarquis
Fotografía de la colección «24M», por Elías Sarquis (Argentina)

Dentro de este fenómeno, las líneas que dividen la calma pacífica y la violencia bélica son muy vulnerables. El mundo convive con el temor a sus propios habitantes. Existen tiempos de armonía y cordialidad. Otros, de horror y abandono.

Las democracias modernas enfrentan nuevamente una encrucijada mayor. El sistema democrático ha hecho, a lo largo de los últimos dos siglos, un valor de su propia endeblez. Es golpeado, ultrajado, denostado y, al fin, destruido. Pero siempre retorna.

Cuando las furias y ebulliciones concluyen en catástrofes (y nunca dejan de hacerlo), la democracia se abre camino para que los hombres y mujeres vivan en la tolerancia y el respeto. Su clave es la de su clase dirigente, la burguesía. Revolucionaria como ninguna otra entre las cuales comparte época, a la burguesía no la horroriza el cambio. Le teme, al igual que todos, pero su definición se amolda a un sentir común: las sociedades cambian.

El gatopardismo que inculca es, entonces, una estrategia de contención de lo irreversible. La laxitud ética y, por tanto, legal; la carencia de dogmas que marquen rumbos morales; la libertad de expresar y llevar a cabo novedades. La democracia burguesa se amolda. Su cruz divina es un valor abstracto y anárquico, la libertad. Es por ella que hoy defiende al capitalismo corrupto. Deberá quizás (seguramente, me atrevería a decir) sepultarlo por el mismo factor. Luego el futuro deparará las incumbencias de la próxima alteración. Todavía no conocemos las características del drástico cambio que se avecina.

En estos días asistimos a la batalla del orden liberal contra la embestida de lo que ese mismo sistema llama despectivamente “populismos”. Allí se vislumbra el resurgir de los gérmenes que azotaron al siglo pasado y lo sumieron en el infierno más espantoso que recuerde la humanidad. La democracia actual se levanta contra esos fantasmas acechantes. Se presenta a sí misma como el mal menor y acapara la simpatía de todo aquel que a priori busque evitar la guerra.

Es que entregarse al ánimo destructor y someterse a los instintos, enajenando toda razón, lleva inexorablemente a la desgracia. Urge ser analítico y responsable para preservar la vida y la piedad entre los seres humanos. El capitalismo se muestra como la única alternativa. Por eso hay que soportar todos sus defectos. Y no discutirlos, a riesgo de incentivar al enemigo. A fin de cuentas, nadie quiere responder ante la historia. Las culpas futuras que se cargan por un error de lectura del presente pueden ser insoportables. El pueblo alemán es siempre el espejo en el que todos se ven, tanto para celebrar e imitar sus mitos, como para ocultarse y llorar por las ruinas lastimosas que deja ese mismo esplendor.

Entonces, el sistema actual es un mecanismo perverso. Una tortura silenciosa, que somete a voluntad a todo lo que se encuentra bajo la razón y la empatía por el prójimo. Su máscara es la de la palabra aceptada, la del abrazo fraternal, la del tono correcto, la de la calma perenne, la del pensamiento impoluto.

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Fotografía de la colección «24M», por Elías Sarquis (Argentina)

EL CIRCO ROMANO

Como eremitas dotados de ambrosía divina, los líderes del mundo moderno consiguen un cheque en blanco para admirarse entre ellos y gozar de la plenitud en el Olimpo. Gracias a la coyuntura y a la proximidad del demonio, seducen a los desesperados jóvenes ilustrados que no divisan otra alternativa. Con ellos, la vida en las urbes emana la pestilencia del malestar pero, aun peor, emite el aullido del recuerdo terrorífico. Es de esperar que el desánimo se adueñe de los espíritus nobles.

Los gobernantes tecnócratas parecen aislados de la realidad. No entienden que ese apoyo, tenue y obligado, es una producción falaz. Los que eran conservadores ahora resultan buenos. Los outsiders son los nuevos malos.

El asunto es que la masa electoral que elegía la preeminencia del orden por sobre el cambio se ha dado vuelta. Ahora elige el cambio. Un cambio devastador. Lo hacen simplemente por las defraudaciones constantes de esa pretendida conservación. Eso el sistema no puede admitirlo, entonces los vacía de sentido, los dibuja como a salvajes sedientos de sangre. Lo mismo en Estados Unidos que en Francia, Italia, Grecia, Gran Bretaña, España o Austria. Es un desastre porque cada vez son más. El poder no sabe cómo detener esa hemorragia, y se desangra. Ha construido a lo largo de décadas un estado de cosas que una gran mayoría percibe como injusto y arbitrario.

La globalización ha traído empleo espurio, ha dispersado el poder a lo largo y ancho del mundo y, con ello, ha provocado un desorden y una pobreza incesante. Las virtudes del sistema ceden paso a las contrariedades que acarrea. En el mundo de la imagen, del confort, del ideal de vida libre, son cada vez menos los que pueden sumergirse en la belleza de la realización. Los puestos de trabajo se escapan y todos son un poco más pobres, mientras los privilegiados son todavía más ricos.

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«Broken border» por Bulent Kilit (Turquía).

Para colmo, la conexión global y la sobreinformación evidencian la inmoralidad: Presidentes que hablan de paz y engendran guerras, secretarios que prometen trabajo y se echan sobre la comodidad del contrabando, ministros que lagrimean frente a desgracias y cenan con los empresarios autores de las mismas, reyes y príncipes que ansían ser del pueblo y luego cazan elefantes mientras sus hijos disfrutan de shoppings en paraísos fiscales.

Jugar al ajedrez en el tablero mundial es peligroso. Las piezas reaccionan. La libertad no es orientable, y las revoluciones en Medio Oriente lo demostraron. Los pueblos musulmanes se valen de las armas tecnológicas de occidente para escapar de una realidad ya inadmisible. Quieren vivir en paz, como cualquier ciudadano de Amsterdam, Madrid o San Francisco. Ellos los ven en Facebook, disfrutando de juventudes excelsas. Bajo ninguna circunstancia se puede aceptar la obligatoriedad de existir bajo la lluvia de bombas y los bosques de escombros.

El inconveniente es que, al llegar a la tierra prometida, el soñador no abandona su fé religiosa. Quien los acoge obliga a hacerlo a costa de persecuciones y amenazas de deportación.     

Los occidentales, con menos trabajo y visitantes no deseados, se encierran. La libertad ajena, que era celebrada a la distancia, es ahora temida. El juego de poder concluye mal si aquello que un día garantiza beneficios (darle armas a gobiernos y rebeldes extranjeros para que se maten) al día siguiente asegura caos.

Con la obra en marcha, imposible de ser detenida, los árabes son señalados como los culpables. La lección que parece novedosa es algo en realidad viejo y usual, que por la fachada globalizadora nunca fue percibido y que ahora se reclama con virulencia. Esto es, no se debe gobernar para el mundo, sino para uno mismo. De la felicidad del vecino que se ocupe el vecino. Se grita America first aunque siempre haya sido así. Quizás lo que en realidad quieren decir ahora es America only. Ese es el peligro. Luego, de no modificarse la situación, serán los WASP first, los Men first y quién sabe qué fenómeno más. Ahí están los genocidios, justo después de la exclusión, de la discriminación descarada. Los adefesios de la raza aparecen.

Hope for a new life
«Hope for a new life» por Warren Richardson (Australia).

Claro que siempre hallan el discurso triunfador, porque sus predecesores no acusan recibo de nada. Ante la sordera del grupo dominante, un animal voraz se desnuda frente a sus compañeros de tertulia. Es uno de ellos, pero más inteligente, valiente, asesino, sensato, igual de inescrupuloso. El detestable emperador frente a la honorable monarquía. El primero dice que esparce paz mientras tiñe praderas con sangre. La segunda divulga el horror de su asaltante mientras añora un pasado idílico. La nueva era surge de la superación de ambos. Los libres del mundo, mientras tanto, resisten.

Esta es la situación de Estados Unidos hoy, donde Trump y su amparada white trash, durante tanto tiempo olvidada y despreciada,  se regocijan ante el desconcierto del establishment. Las barbaridades del líder no caben en la esencia de la tradición republicana del país. Él mismo sabe (así lo dijo durante la campaña) que nada le quita apoyo. Puede decir cualquier cosa y no perderá ni uno de sus seguidores.

por Guillermo Arias (AFP)
Por Guillermo Arias (AFP/Getty images).

Obstinado y sin facultades, el poder corporativo y político de Estados Unidos envió a la falsedad, impostura y corrupción de Hillary Clinton (cuyo marido fue un mal y escandaloso presidente durante ocho años) a competir contra el outsider populista. Los resultados, a la vista. Los mismos que mantuvieron a resguardo y armado durante años a personajes como Bashar al-Ássad son los mismos que prometían terminar con el terrorismo fanático de ISIS, cada vez más amenazante. Los mismos que bombardean con drones hospitales de la Cruz Roja y luego de pedir disculpas como si se tratara de un pase de básquet mal dado se sensibilizan frente a imágenes de muerte provocada por armas químicas.

Todo percibido por canales de televisión, portales de internet, periódicos impresos o digitales. Los medios masivos como The New York Times o The Washington Post, enemigos acérrimos del nuevo régimen, celebran el aluvión de suscriptores. En un momento en el que el delirio colectivo reina y desde las alturas del poder se comienza a hablar de “hechos alternativos” para desestimar a la prensa y a cualquier objeción fundamentada contra el atropello y la violencia, el principal diario del país emite un slogan que funciona como estandarte: Free journalism, more essential  than ever. El colega de la capital lo sigue y acompaña su nombre con el primer lema en casi un siglo y medio de historia: Democracy dies in darkness.

El valor de la verdad y de la razón absoluta que la república protege colisionó con su esencia filosófica: la relatividad de la mirada. Cede un triste paso ahora a otra verdad y otra razón; una que no aceptará discutirse.

Ésta es, asimismo, la situación en Francia, que en abril irá a las urnas para elegir al sucesor de François Hollande. La segunda economía de la Unión Europea es el terreno preferido de los extremistas árabes. Su importancia geopolítica es monumental. En el corazón de Europa, Francia es el país con más habitantes musulmanes de la porción occidental del continente. Sin embargo, el país de la libertad, igualdad y fraternidad nunca quiso saber nada con esa gente extraña. Fiel a su atroz pasado colonialista, condenó durante décadas a las minorías étnicas. Exclusión sistemática y estructural que hoy paga con bombas en París.

La Francia blanca y católica se alineó, cada vez que pudo, con las potencias anglosajonas. Aquellas no sufrieron las mismas consecuencias inmediatas. Nueva York y Londres, como Madrid, también aliado, lamentaron baños de sangre a plena luz del día. París, como Bruselas, absorbió sin embargo una hiel imperceptible. El aluvión de escapistas que cobijó no siempre se dispone al olvido y al perdón, menos si comprueba que su identidad no será aceptada en la “ciudad luz”. Es lo obvio, pues las bombas de la libertad no tendrían por qué diferir de la discriminación fraternal puertas adentro. Los tres valores fundadores, siempre para unos pocos, se resquebrajan cuando al son de estallidos y gritos de auxilio los Campos Elíseos sienten que la esencia mítica está en juego.

La mano de obra barata, reemplazante natural de la esclavitud colonial, se rebela indecentemente y lo hace bajo la forma de la barbarie más absoluta. Un fanatismo religioso inadmisible inunda las avenidas y los pasajes idílicos. Todo está jaqueado entonces; la identidad, la economía, el futuro. En la desesperación, surge la mesiánica figura de Marine Le Pen, muy digna hija de Jean-Marie, que en 2015 fue definitivamente expulsado del Frente Nacional (partido que él mismo fundó en 1972) luego de negar por enésima vez el Holocausto y libar en nombre de la ocupación nazi de Francia (y de todos los países intervenidos).

Marine hoy culpa al establishment del continuo fracaso político y estratégico que condujo al caos actual. Propone cerrar fronteras, seguir los pasos del Reino Unido y salirse de la eurozona e imponer rigor marcial a todo aquel que no se adecúe a los cánones de la Francia tradicional. El golpe podría finiquitar la unión pacífica más larga que Europa recuerde. Alemania no podría soportar el peso de ser el único sostén confiable de un organismo bastardeado, como lo es hoy la Unión Europea. Si los agitadores del Brexit fisuraron los cimientos del sistema, Le Pen lo destruiría por completo. A eso cabe añadirle la eterna incertidumbre política italiana, la crisis representativa española, la angustiosa economía griega, los endebles sistemas financieros de  todo el este europeo y, claro, el siempre temible expansionismo ruso, ahora visto con cierta simpatía por el poder norteamericano garante de la OTAN.

Patrick Durand / Getty Images Europe
Por Patrick Durand (Getty Images Europe).

Por suerte, Marine no la tendrá sencilla en las elecciones. El partido conservador de Chirac, Sarkozy y compañía presenta un candidato como François Fillon, un líder con tanto carisma como integridad. Luego de haber sido objeto de escándalo público por haber contratado como asistente parlamentaria a su propia esposa, no se sonrojó al leer que en realidad él no era sino la víctima de un “asesinato político”. Quienes lo apoyaban, creyendo en un seguro retorno del partido al palacio, ahora hacen fila para abandonarlo. Los socialistas, con perfil más bajo, alientan a la figura de Benoît Hamon mientras imploran para que la popularidad del erosionado gobierno de Hollande no descienda.

Entre ambos candidatos, una sorpresa angelical llamada Emmanuel Macron. El ex Ministro de Economía del propio Hollande fundó hace pocos meses su partido “¡En Marcha!” (con signos de admiración incluidos) con el preciso fin de llegar a la presidencia. El prometedor joven, socialista y estudioso de Hegel, trabajó cuatro años para la Banca Rothschild antes de desembarcar en la labor pública. Su partido se propone sincretizar el conjunto universal. Se declara socialista, liberal, izquierdista, centrista, derechista, ecologista, europeísta y tecnócrata. En el reino de la sinrazón, ese transversalismo extremo enamora con gran velocidad, pero también desconcierta a una clase política que ataca a Macron por supuestas incidencias, como ser su estilo de vida o sexualidad. Aquellos que lo ven como seria amenaza, advierten sobre la peligrosa vacuidad de su irrupción, no exenta de un personalismo hedonista (las iniciales del partido coinciden con las de su nombre). Mientras tanto, Marine y sus seguidores se entretienen con  Nataj Vallaud-Belkacem, la Ministra de Educación nacida en Marruecos, musulmana, feminista y defensora de los derechos de las minorías étnicas y sexuales.          


*Daniel Rodríguez (Quilmes, 1989) es licenciado y profesor en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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