Bailar

“Before anything else I need to clarify my interest in dance, in rhythm, which in my particular case, came from a vital necessity for disintellectualisation. Such intellectual disinhibition, a necessary free expression, was required since I felt threatened by an excessively intellectual expression. This was the definite step towards the search for myth, for a reappraisal of this myth and a new foundation in my art. Personally, it was therefore an experience of the greatest vitality, indispensable, particularly in the demolition of preconceived ideas and stereotypification, etc.”

– Hélio Oiticica

Es medio mentira lo que confesé en la columna anterior. ¿Soy un fraude, recuerdan? La verdad es que algunas veces sí me animo para la pachanga, el pariseo o la bohemia. Me anima una promesa crucial: la posibilidad de bailar. Seré reclusa y pasiva en el fondo de mi alma, en mi dogma más íntimo; pero en mi libertad más íntima, bailo como me da la gana: bailo porque la Música me conmueve. ¿No es por esto que todos bailamos?

Nunca aprendí a bailar formalmente. Un año de infancia tomé clases de ballet y jazz pero mi madre estaba convencida de que la instructora nos estaba robando el dinero, entonces esa etapa finalizó prematuramente. Tuve otras etapas preadolescentes en las que me obsesioné con vocalistas o grupos de pop latino: veía sus conciertos e imitaba sus coreografías. Pero nunca me llevaron a una escuela de salsa o baile de salón, escuelas comunes en Puerto Rico y a las que asistieron muchas de mis amigas de la secundaria. Probablemente me opuse a estas escuelas y nunca pedí que me inscribieran porque era muy tímida para esas cosas y porque mis ideas de entonces, que ya son un poco más flexibles (no menos románticas), insistían en que bailar no es algo que se deba enseñar. Creía, y todavía creo con la mente más abierta, que el baile simplemente nace de una conexión muy personal e intuitiva con la música que lo provoca. Me atrevo a predicar que bailar es una reacción físico-emocional casi involuntaria, y mucho más redentora si logramos desprendernos (tantito) de la vergüenza y el perfeccionismo cuando bailamos. Pero bueno, con la mente más abierta también predico: el que quiera enseñar o aprender a bailar que proceda como guste y crea. Yo prefiero que la Música sea mi guía espiritual.

En mis días universitarios, que a penas terminaron el junio pasado, me gustaba salir a bailar con mis amigos. Por suerte hice amigos a los que también les gustaba bailar, así que si no estábamos armando la fiesta nosotros, nos adueñábamos de la pista y el cable auxiliar en fiestas ajenas. Hubo mucha salsa y merengue que nunca bailé “bien” pero como dice la canción de Gepe con Carlita Morrison:

¿Bailar bien?/
¿Bailar mal?/
Esa es la pregunta/ 
¿O solo es bailar?

Yo solo bailaba y eso me hacía bien; me hacía feliz. Tomábamos vino y bailábamos, cervezas y bailábamos, mezcal y bailábamos, fumábamos para descansar levemente y luego, luego seguir bailando. Yo me peleaba con los chicos que decían que la salsa se bailaba de “tal forma” o que intentaban guiarme y yo no me dejaba. Yo bailaba canciones que algunos decían que no eran canciones bailables. All music that moves you could and should be danceable, no? Aunque se bailaran más despacito algunas canciones, una bossa nova, por ejemplo, yo la bailaba, hasta algún bolerito que solo me atrevía a poner cuando ya estaban todos demasiado borrachos para quejarse, también lo danzaba.

Durante mis días universitarios, también estimaba los momentos intermedios, como cuando finalmente nos cansábamos del hacinamiento caluroso y pegajoso de una fiesta claustrofóbica, y en cuestión de segundos decidíamos ir rumbo a otra fiesta o formar la nuestra. En esos momentos salíamos a la Calle en grupo y respirábamos. Borrachos, risueños, insatisfechos: la Noche siempre era joven. Yo no me ponía mi abrigo hasta refrescarme, aunque hiciera mucho frío afuera, y así seguía bailando en la acera, en medio de la calle desierta, mientras caminábamos. Cómo me gusta bailarle y cantarle a la Noche… De momento sacaba mi cajetilla de noches como ésas y regalaba casi todos los cigarrillos. De vez en cuando algún caballero extraterrestre, como de otra época, se ofrecía a encenderme el mío y a partir de eso caminábamos juntos en silencio o intentando coquetear o no sé qué. Pero qué Joven me sentía en esos momentos intermedios. Y muchas veces creo que Bailar era el secreto; sentirme libre, desde el fondo de mi alma, ése era el secreto.

Adaline Torres Feliciano

(San Juan, 1994) Colecciono letras de canciones, tweets, fotos borrosas de ciudades, postales, paseos por plazas de mercado, ataques de ansiedad y despedidas. Escribo pa' no llorar.

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