El secreto del Turuguma

Por: Camilo Alzate. Fotografías: Rodrigo Grajales

Al cuñado Aristídes no lo vi, ni lo conozco. Salía en mula de Guatapurí colgado de mercancías muy apreciadas por los indios arriba. Más de doce años anduvo la trocha, si la guerra dejaba. Conocía caminos, atajos, pueblos y caciques del sur de la Sierra Nevada de Santa Marta. Conocía todas las mañas del negocio.

Entrando a San José de Maruámake pasa el río y sobre el río un puente de troncos amarrados. Bajo el puente hay un pozo y adentro está el diablo, o estuvo. Los Mamos de San José y Makotama lo encerraron con hierbas y conjuros, adivinando recitaciones, en ese remolino del río Guatapurí que parece una garganta. Cierta vez un ternero de los indios kogi rodó a la corriente. El agua se ensangrentó pero el ternero nunca flotó más abajo. Los kankuamos, antes de pasar arriba del pozo, amansan las mulas para no causar ruido. Cruzan lentos, atemorizados. Fue en los ochenta cuando aterrizó sobre la cuchilla que separa al Badillo del Guatapurí un gringo al que le decían “Don Roberto”. Ni se sabe con certeza su nombre, tampoco si era gringo en realidad.

El gringo conoció la leyenda por boca de los propios kogi: una brisa malsana sopla en inmediaciones del Turuguma, quien no respete el pozo acaba tragado por él. Usando equipos de buceo, amarrándose arneses y sogas, el extranjero se enfrentó al remolino, “pero el pozo se lo estaba ganando, casi que no lo sacan” recuerda alguien. Del fondo extrajo una figura en oro macizo. Unos le vieron cara de Virgen. Otros de diosa Tayrona. Al gringo Don Roberto en cambio no lo vieron más, se fugó con el tesoro del Turuguma, cuando corrieron a alcanzarlo ya iba lejos y había abandonado todo. La finca la quemaron en venganza. De eso acá, los kogi en San José son aún más desconfiados con los blancos.

Aristídes trepó a San José de Maruámake. Allá sacaron un toro que nunca habían mostrado a otros negociantes. “La vaina” dice el que conoce “es saber ponerle precio a las cosas que se van a ofrecer”.

–¿Cuánto vale el toro, primo?

Dialogaron en su lengua un rato. Alguno expresó un número en castellano, no importa cuál sea, fue igual al que Aristídes colocó a su remesa de cuatro mantas de cotón, dos terneros y dos cajas con iguanas que se revolcaban atadas adentro. Trueque mano a mano. Pero el toro de 500 kilos se rompió la espaldilla descolgando y ahí mismo tuvieron que pelarlo a machetazos para sacar la carne hasta Guatapurí. Esa noche hubo parranda. Sobre el ron nadaban ramas de tusílago, refrío y curará. Los indios de San José asaron iguanas y el Turuguma no rugió. Aristídes franqueó sin cuidado. El pozo ahora es manso, desde que el gringo le sacó el secreto el remolino perdió su fuerza.

La ganancia que quedó del toro, dicen, fue un millón de pesos.

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