Por: Juan Manuel Roca
El 6 de abril se realizó una lectura de poemas de 6 poetas, estudiantes de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. El lugar: “Casa Común”, centro cultural y colectivo del Barrio “Los Alcázares” (Bogotá). Comparto presentación y muestra de sus poemas.
¿Quién vendrá a llamar a la puerta?
Puerta abierta, se entra.
Puerta cerrada, un antro.
El mundo llama del otro lado de la puerta.
Pierre Albert Birot
Birot, un poeta francés citado a menudo por Bachelard, me sirve de llave, o a lo mejor de ganzúa, para hacer una corta presentación de seis poetas que ha reunido el azar concurrente en la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional. Me valgo de unos versos suyos no solo como epígrafe, sino como derrotero para esta lectura que he hecho de sus poemas.
Cuando alguien viene a llamar a nuestra puerta, y hablo de la puerta de la creación poética, se aumentan nuestras dudas. Si abrimos del todo las dos hojas de madera, el fisgón, el voyerista o el impertinente tienen todo el derecho a sopesar y juzgar nuestras palabras: “puerta abierta, se entra”.
Si más bien la mantenemos cerrada, el antro del que habla Birot puede ser el de quien se encierra en sí mismo hasta el punto de no airear la casa que por tal motivo se llena de polvo y ceniza. Es lo que hacen muchos poetas más herméticos que un candado: “puerta cerrada, un antro”.
El colofón de esos cuatro versos tomados de Los divertimentos naturales podría ser algo menos inútil que tocar en la casa de un sordo, la idea de que, lo queramos o no, el mundo llega a nuestras puertas, alguna vez como mal heraldo o como cobrador, pero muchas veces también como si fuéramos nosotros mismos quienes llamamos a nuestro adentro, y ya es decisión personal si alguien quiere o no cubrirse de cera los oídos.
Las puertas son lo contrario del muro, dice Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos. Son aquello que no nos impide por ley natural el paso. Cirlot agrega que para los antiguos escandinavos las puertas eran del mismo campo simbólico de la casa o de la patria, y por tal motivo los exiliados se llevaban a cuestas las de sus casas. Algunos arrojaban sus puertas al mar y seguían la ruta del agua para fundar donde encallaran una ciudad.
Voy, con la venia de los 6 poetas que nos leerán exactamente 6 de sus poemas, a trazar algunos signos de sus búsquedas, de sus particulares encuentros con las palabras y de su buceo en el lenguaje.
Primera puerta
Angie Esperanza López es alguien que se explora y pregunta por la palabra. Algunos de sus versos acuden al expediente nunca agotado en toda la lírica moderna que acude al poema que se informa a sí mismo.
Sin que sea un arte poético programado, la ronda una preocupación por el otro y encuentra una manera de llamarlo con la llave maestra de la palabra. Sabe que no todas las llaves abren las mismas maderas y en uno de sus sencillos pero agudos versos pregunta sobre las voces pronunciadas que ya no pueden regresar a la boca, voces que ya han sido expresadas y muchas veces han sido borradas por el viento o el pasado.
Su poema sobre un hijo pródigo traza el retorno de quien sabe imposible “vivir esquivando las palabras” y entonces regresa a la herida, sabiendo que ella andaba en busca del puñal.
Es muy suave su lengua pero muy ásperos los asuntos: la bandera de la soledad que es la de los náufragos que encuentran playa en la poesía es uno; la huida del cepo donde se niega a perder la sombra es otro; el legado del padre que le entrega “una espada sin empuñadura” o “un trono sin corona” como si le fuera dada una casa destechada es un asunto más.
No hay en sus poemas una sola obviedad, pero todo deviene territorio compartido, lugar de apariciones y de encuentros.
Segunda puerta
Creo que Gustavo Valdés asume la poesía como quien no tenía otra elección o quizá como alguien elegido por ella. Un mundo disfuncional con la pomposamente llamada realidad, esa suma de sucesos banales que según Nabokov debería ir entre comillas. Su duda más que metódica es libre, pero no se atiene, eso sí, a la imagen por la imagen, al encuentro puramente irracional sino a “la fragua del canto” que se permite entroncar asuntos líricos o filosóficos afortunadamente sucios de realidad, habitados por la grandeza y la miseria que conviven como dos perros sumisos en nuestro pellejo. Al revelarlos nos recuerda que hasta “los regalos de los dioses tienen fecha” y por lo tanto una rápida caducidad.
Es fuerte y tozuda su palabra. Es la voz de quien sabe que como no se ha podido poetizar la política se ha politizado la poética, pero no hace del guiño programático o de la consigna su feudo literario.
Valdés sabe, desde un humor duro pero soterrado, que la ucronía, lo que la historia en su torpeza no dejó ocurrir, sí sucede en el poema por eso aventura lo que hubiera pasado si los griegos se le hubieran apuntado a la ingesta de aguardiente en la guerra de Troya.
Sabe que en el asunto de la poesía llevamos las de perder. Pero no lo intranquiliza ni lo arrulla tampoco el saberlo y por eso nos espeta que “la casa siempre pierde, pero cuál casa?”. “Se trata de dotar de vida a la palabra”, nos dice en uno de sus versos y es como si nos recordara que las palabras en sí mismas no son vida, que hay muchas disecadas en los libros, marchitas en las bocas, huecas y calcáreas como casi todas las que sirven para el tráfico de intereses.
Tercera puerta
La tercera puerta no es solamente una tercera residencia. Es un acopio de imágenes de mucha plasticidad, no es un azar que Lucía Parias sea además una dedicada ceramista. Algo de ese oficio, de ese amasar el barro o eliminar materia inane, si la hubiera, para darle vida a unas formas, encuentro también en sus poemas. Ascéticos en su lenguaje, los poemas de Lucía parecen atender sin pre-conceptos a la idea de que dibujar es omitir, como creo que decía el mexicano Gabriel Zaid.
Me parece que ella, como en unos de sus versos, no quiere “ser la del paraguas: /ese mal presagio/ que escolta los pasos/ temidos por la lluvia”, sino la agorera del encuentro con las aguas que no son residuales, las aguas que conducen al poema.
El agua, su poder seminal, es uno de los recursos naturales de su poesía y en el cuenco de una mano intenta contener una porción del río que se aleja. Amanuense de sí misma, de sus dictados interiores, Lucía Parias sabe que todo puede ser verdad a la hora del juego sagrado pero no sacralizado de la poesía.
Y a ello se apunta. A buscar en un racimo de voces la suya propia. Como esa “criatura en proceso” de uno de sus versos parece alguien que se construye y deconstruye en la palabra. Hacedora de imposibles, algo que es una latencia en la mejor poesía, sabe que al fusilar a un hombre hecho de agua este sobrevive a los fusilamientos. Quizá sean los fusiladores o los espectadores quienes se inunden tocados por el vértigo y el vacío.
Cuarta puerta
Decir que hay una aspiración de libertad en la buena poesía es asunto resabido pero muchas veces olvidado. María Antonia León lo sabe bien o parece saberlo cuando dice que sin alas es “solo un nido para la rabia”, como si empollarse a sí misma fuera una transmutación, fuera también un anhelo de salir de un cascarón, de cambiar de piel y de camino.
Así, en sus poemas una loba puede descubrir que es una soprano. Luego se escudriña y hace una dolorosa y valiente afirmación: “soy el resultado de dos equivocaciones”, lo que parece ser, al menos en la lectura que hago de tan áspera imagen, el raro azar de venir a un mundo que está poblado más por adioses que por dioses.
De sus manos salen las palabras. Y es posible que las palabras que brotan de la escritura tengan más esencias que las que salen de las bocas, tan gárrulas y advenedizas, tan episódicas para la indiferencia del aire.
Hay un poema entre los suyos que podría ser el arte de aprender a temblar, no como en la saga de los hermanos Grimm, sino tal vez como conciencia clara del deshacer de hombres y mujeres, súbitamente, como un temblor. Temblor de aire, a lo mejor quede una sombra de las palabras dichas, un eco de ellas.
Por lo pronto guardo gratitud a la sombra o la resonancia que deja en mi memoria su bello poema “Cirugía”, una feroz disección de ella y del otro.
Quinta puerta
Los poemas de Marco Cardona Giraldo hacen su núcleo en la ambigüedad, en la paradoja y en el sueño que engendra monstruos caseros, como esas polillas de su inquietante y bello poema “Un aguacero de sombras”.
Ante la arremetida nocturna de 123 polillas en su cuarto, una bandada de pequeños seres que para un fabulador podrían ser las hadas del polvo y del olvido, Cardona intuye que esos pequeños bichos se parecen al hombre. Cuando se van, solo dejan una pequeña historia, sucesos pasados como larvas. Sin embargo, “cada polilla, sus arremetidas contra la lámpara,/ desatan una tormenta sin dar la vuelta al mundo”, dice en sus versos. A lo mejor esa tormenta desatada resuene en otro lado del mundo, así como el viejo Lezama creía que al momento de prender la luz a lo mejor estaba abriendo una catarata en un lugar de Ontario.
Sus versos son suscitadores de preguntas, de un espectro de sombras contrarias al lenguaje asertivo o conceptual de mucha poesía que se piensa filosófica. Son los suyos poemas que siendo también una forma del pensar, dispersan cualquier intención objetiva. Y eso se agradece, más ahora que está en boga entre muchos nuevos poetas el escamoteo de la imaginación a cambio de la imagen gratuita, o de versos que resultan intercambiables entre los poemas de unos y de otros.
Hay otro poema, esta vez en prosa, que me resulta ejemplar en la andadura áspera y bella que hace de un paisaje de ahorcados. Ese tema tan suscitador para un poeta de la corte de los milagros, Villon, pareciera no dejar espacio para otros poemas de la misma naturaleza. En su testamento o “balada de los ahorcados”, los colgados pendulan al viento como muñecos de trapo. El magnífico escrito de Cardona no le debe nada al del gran perdulario, pero es bueno ver el diálogo de un reloj entre ellos y un péndulo común y doloroso.
Sexta puerta
Cerraremos este ciclo, pero no la puerta: la abriremos de par en par para encontrarnos los oyentes de hoy en estas estimulantes palabras.
Ricardo Tacuma es otra voz de cuño personal. Alguien capaz de detener el paisaje, de atraparlo en el lenguaje para que lo veamos en una puesta de sol que no acaba de ponerse.
Así, en su poema que hace del hombre un hombre para el lobo y del lobo un lobo para el hombre en la figura del despojado Francisco de Asís, el paisaje espiritual descrito es el de la poesía: un puente tendido entre la naturaleza y el hombre, que también es, o al menos lo fue, naturaleza.
Ocurren hechos insólitos pero no exóticos en esta poesía de Ricardo Tacuma. Una mujer baja de un cerro cargand en su espalda la palabra nostalgia. Una “esmeralda negra” podría ser tan insólita como un murciélago albino, pero no hay gratuidad en la imagen de su poema dedicado a los mineros de Pauna, “llanto y dinamita”, ni en ese caballo llamado N.N., un jamelgo que podría ser el caballo de nadie.
“Ser o estar pertenecen/ a los recovecos de la/ noche y sus monstruos/ al falsete de la imaginación/ no al imperio de los cinco sentidos/ que son tres: cabeza y tripa”, anota en su poema “In situ”. Hay allí, sospecho, una idea cercana al zen y a la brutal y eficaz lógica sin lógica. Se trata, en fin, de una doctrina tan cercana a la poesía donde no cabe la estadística ni –posiblemente– la lógica matemática.
Son seis poetas los que acogemos esta noche en un recinto de puerta abierta que por algo se llama “Casa común”. Son seis voces que se buscan y por eso resultan diferentes, con un epicentro en la palabra.
Juan Manuel Roca
Bogotá, abril 6 de 2017.
***
El hijo pródigo
He vuelto como vuelven las aves a su nido,
he venido a traerte mis huesos rotos
mis caderas maltrechas.
He vuelto a lavarme las heridas con tu sal,
a mirarme en el espejo de tu verdad.
He vuelto a ti como vuelven los hijos ingratos
cargando las miserias a cuestas,
con los ojos hinchados y las manos huecas.
He vuelto con la certeza en los labios a decirte
que fue imposible vivir esquivando las palabras.
Angie Esperanza López
Ucronía
Si los griegos hubieran conocido el guaro
La guerra de Troya no fuera tan larga
En un par de años habrían tumbado esos muros. No
hubiera quedado ni un Paris que le rascara el talón al hijo de Tetis.
Helena habría sido llevada de las mechas a Esparta
para que Menelao la encendiera a rejo
por culicaliente. A Agamenón le habría sobrado
arrechera para tomarse a machete el resto de Asia. Habría
sido más grande que el Magno. En vez que el ingrediente principal
del caldo de costilla que Clitemnestra preparaba en la bañera. Pero
por andar bebiendo tragos señoriteros se les alargó
el chico. Mientras las esposas de los más excelentes guerreros
se revolcaban con los esclavos para luego decir que estaban esperando
un hijo de Zeus que pasó disfrazado de extranjero. Que se resistieron
ofendidas pero el dios se transformó en motosierra y
no les quedó de otra. No fuera que sus hombres al volver
en vez de honores recibieran picada.
Desde hace cuántos siglos
este animal (y el dios de este animal) se volvió tan malo?
Hace resto
Mucho antes de conocer el guaro
Incluso.
Gustavo Valdés Acero
Mal presagio
No quiero abrir de golpe el firmamento
y que proyecte oscuridad sobre tu ausencia.
Ni que esta urdimbre
bóveda celeste sin encanto
se llene de agujeros que confiesen
que adentro llueve
que tu no vienes
porque el paraguas no existe.
No quiero abrir de golpe el firmamento
y que proyecte oscuridad sobre tu ausencia.
Ni sentir que en mi mano sólo pesa
como ilusión marchita
este cuerpo inerte:
que no es tu mano
ni un solidario poseer
que no tiene de ti
más que tu nombre.
No quiero ser la del paraguas:
ese mal presagio
que escolta los pasos
temidos por la lluvia.
Lucía Parias
Cirugía
Del mismo modo en que me deshice
en que te deshice
en que rehidrataba mi alma
en que brillé en las luciérnagas
en que me alejé del camino
en que desistí de los dioses
en que fui un ave que se deshoja
un alfiler que se quiebra
una conducta que sana
una grieta que se agrieta
del mismo modo en que me fui desarmando
en que fui plumas huyendo
ola de única retracción
dolor hijo de dolor hijo de dolor
en que fui un débil modo de estar tiesa
una órbita que influye
una fricción sin boceto
del mismo modo en que me deshice
en que te deshice
en que fuimos un muro blanco
así
ahora
tiemblo.
María Antonia León
Paisaje con ahorcados
A Juan Manuel Roca
Se diría, mirando estas uñas, que son la comprensión profunda de los calendarios; de las manos y las cartas que escribieron, en otro tiempo, sin fatiga; de los dedos cuando intentan terminar de golpe con el cuerpo. Un hombre colgado de un árbol casi siempre se confunde con una fruta descompuesta sin tocar el suelo. Y los ángeles carroñeros se dan banquetes ante los ojos de los paseantes. En la lejanía, el viento mueve las corbatas anudadas y seca las camisas y los pantalones antes de que otros lleguen a dejar sus prendas suspendidas de sus propios cuerpos, o en busca de un abrigo casi limpio. Al árbol se llega muy tarde o muy temprano.
Hay también en las uñas una crónica de mutilados y de oficios. Hasta no pender como un arcano, a la vida se le pide el dedo índice para deletrear nombres en el aire. Tan solo el índice para llevárselo a la garganta cuando se quiera suspender el aire. También, para seguir la ruta de los ángeles que en los transeúntes ven semillas. Y las uñas que faltan, tal vez se vuelvan árboles en cuyas ramas abunde la angustia vestida de gala.
Marco Cardona Giraldo
De Asís
El sol ronroneante arrullaba la cascada mientras
el viejo Francisco saludaba a sus hermanos lobo y león,
así parecía, que todo de repente quedara inmortalizado en un gesto,
el paisaje se detenía como esos oasis de la carretera Sur y Norte
que la fatiga del peregrino colorea para vencer su cansancio.
Lobo y león estiraban sus patas, como si se dispusieran a saltar
sobre aquella tierra mojada, frutos del bosque, y entonces un eucalipto,
varios cipreses, y una espigada avalancha de pinos sin nombre
custodiaban aquellos seres que la hora del ahora
había convocado en su misterioso circulo de perseverancia,
y el saludo seguía siendo raro a los ojos del mundo
pues nunca ha sido tarea sencilla, ni bien vista, hablar con animales.
Los tres ya mudos y reconciliados miraban el horizonte,
y las trescientas sesenta y cinco puestas
de Sol que todavía penetraban su silencio de bestias
seguían manchando el mirar de aquellos allí hermanos.
La montaña rompía el muro de lo finito
se abría con un color verde escarchado de estrellas negras
en donde bendita vena de agua caía fuertemente
como aquellas aves diurnas que el viento
vence antes de la noche, mucho antes
del adiós definitivo.
El saludo sea bien allegado y bien venido
lo hemos olvidado a fuerza de mucho uso
acaso humano,
en cambio el saludo de despedida nunca nos fue revelado,
¡ah! Francisco hombre hermano
¿Estaremos condenados a habitar en silencio hasta la muerte
con ese animal lobo y león que años atrás dejamos de hablarles?
No saber decir adiós.
Ricardo Tacuma
Gracias, querido Albeiro por reproducir estos poemas de 6 estudiantes de la maestría, lo mismo que mi nota. Siempre abres otra puerta a le expresión en Literariedad, con generosidad y gran gusto. Abrazos,
Juan Manuel.