Poemas de Teresa Orbegoso

 

Teresa Orbegoso
Selección de poemas de Perú, Buenosaires Poetry, 2016

En el Perú, uno debe aprender a callar ante el dolor. Sólo se debe seguir, solo, seguir. Aquí los más pobres se pierden entre una belleza inventada y una verdad profana y los otros, nosotros, seguimos girando sobre la rueda sin ver cómo nos deformamos en la Historia. No hay alimento ni cocina que cure la peste que cubre nuestras almohadas.

Hay una guerra que se libra en este país hace siglos. Una guerra invisible que nos hace sembrar millones de papas, cocinar y comer. Algo explota a veces o se quema. Salimos a ver y lloramos, pero una extraña calma nos envuelve y nos impide ver a los heridos. Las armas no son nuestras y tienen múltiples formas. En Lima una granada tiene menos alcance que el notorio desprecio que se siente por un campesino o un negro. Toda la rabia en el jugo de limón del cebiche. Entonces las cosas del cielo se alejan de nosotros.

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Mi padre habla de la luz, que todo lo ve y todo lo oye. Me deja su último mensaje.

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En tus lágrimas hay muertos. Ellos son la cultura -segura, no- descuartizada, envuelta en periódico; ellos –musicales, no- asonantes, terrosos, unánimes; ellos claros y subterráneos, barrocos y húmedos, tiernos, telúricos o pétreos o huecos.

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No tengo remordimiento sólo inquietud.

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La música de la falta habla de los peruanos. Abrimos su sonido como abrimos una nuez. La volvemos temblor, sacudida, convulsión. Duro, roto, solo, corto, en los bronquios, el amor. La mulata en nosotros nos pide: baile. Movimiento marital. Sus pies muelen en el batán el negro frijol de su odio. El coro de los callados ofrece su chicha: sangre fermentada de la gracia, sinfonía de lo impuro. Nuestra orquesta de esclavas, cajón y zapateo. Escuchamos al Señor de los Milagros y a las ancianas de Chincha. Nuestro concierto es una pausa donde no vemos a nadie.

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El daño y la compasión de mis hijos, de mi mujer, descienden entre mis pies para hacerse polvo.

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Está triste nuestro pueblo. Sea nuestro intelectual de cabeza minúscula y sin memoria el que actúa sobre la vida. Los peruanos todo lo han resistido y lo que ellos no han podido ha terminado por caer. A esto le han llamado una república sin ciudadanos. Hemos sido por culpa de Pizarros la metáfora milenaria de una mísera aldea, mayoría de cabezas negras mendicantes. La letra y la masa no se tocan. Fue España nuestra forma y lo autóctono nuestra materia. Cuanta materia tuvo que desaparecer para que venciera la forma una y otra vez. En nosotros el pasado, el presente y el futuro es desconocido. Repertorios de conciencias congeladas e incendiadas. El rostro del Perú vuelto al revés para no poder mirarlo. Célula enferma engendrando otras células. Siervo y Señor abrazados en un sueño. Agricultor y combatiente perdiendo sus brazos. Constructor y artista sin poder reconocerse. Huaca e iglesia puestas de espaldas una contra la otra.

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El recuerdo de ellos me ha protegido de la muerte. Me dio una nueva casa y me ha librado de la mirada vacía.

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Desde aquí ya no vemos el cielo. Arena, barro, piedra, hueco de cemento que no es sepultura. Hay poco espacio para tantos hermanos que trajeron un único libro a este hogar. Hace frío y todos parecemos enfermos. Una palabra se repite en nuestra frágil memoria: perdón. No sabemos cómo regresar y creemos que ya nadie nos está buscando. La fotografía de nuestros familiares, por el tiempo que hemos pasado aquí, es una imagen borrosa. La canción de la retama nos envuelve y como sonámbulos entonamos nuestro himno. Hemos olvidado bailar y cocinar. Y estamos a punto de olvidar nuestros nombres y nuestras caras. Nuestras manos dibujan un símbolo que nadie entiende. Somos los incendiados. Aquellos a los que tú hiciste a un lado para contarte la historia de que vivías en un país mejor. Somos el fondo del plato que comes en el restaurante lujoso, el polvo dentro de tu zapato, la hilacha de tu vestido que está roto.

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La verdad de un río sin agua. Aquí el pasado se mezcla con el futuro. Sueñas con algo y recuerdas otra cosa.

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Lima desaparece bajo Ayacucho, Huancavelica y San Juan. Mil ochocientos veintiuno. PASADO. Perú no existe. Un número donde la ciudad se reduzca cada vez más. P [una sola consonante].

Símbolo.

Cuán lejos está Homero con su mar Mediterráneo de ver las costas de nuestro Pacífico. Cuán lejos el minotauro y su laberinto de ver asesinados a los toros de la plaza de Acho. Un viaje que no nos encuentra. Un libro que no escribimos y no sabemos leer.

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Ningún ser humano quiere saber ni tiene hambre. Nadie nos piensa. Nadie habla ni ve. Sólo resisten, como los árboles.

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No te vimos, ¿te veremos? Creciste, de piedra, de oro, de arena, de guano, de caucho, de tristeza. Incorporas, desintegras. Así sea tu respiración invertebrado animal.

Frente a nosotros desfila tu procesión de miserables. Caminan hacia nuestras manos. En ellos tu cantuta, tu retama, tu resistencia. ¿Cuál fue tu fórmula de movimiento? Perú océano, tus aguas no calman nuestra sed. Perú balsa, flotas aislado. Perú temblor, tus partes se despegan. Todas tienen que volver a vivir.

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En esta especie de túnel vive el peruano eterno. El que cree. ¿Quién construyó este lugar? Quizá un hombre común como cualquiera de los que te cruzas caminando por el Jirón de la Unión y que se pierde en medio de ese mar de gente donde también estás tú.


Teresa Orbegoso (Lima, 1976). Licenciada en periodismo. Investigadora social. Poeta. Cursa maestría en Escritura en la Universidad Nacional de Tres de  Febrero en Buenos Aires, Argentina. En 2011 publicó en poesía: Yana wayra con la editorial Urbano marginal (Lima); el 2013: Mestiza con Ediciones del Dock (Buenos Aires);  el 2014: La mujer de la bestia (Montevideo) y el 2016: Perú con Buenosaires Poetry. Ha sido invitada al Tercer Festival de Poesía de Lima (2012); al Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México (2014) y al XI Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (2015).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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