Una captura de la película Solaris, de Andrei Tarkovsky
y un hermoso ensayo de Jens Gärtner.
PROEMIO
Die Einsamkeit ist wie ein Regen.1
¿Por qué a veces se siente, entonces, como una flecha, tan sólida, tan punzante? ¿Qué es, acaso, la soledad? ¿Un estado del alma? ¿Un hábito? ¿Un lugar? ¿Un momento? ¿Una condición ambiental? ¿Cualquier cosa, todo y cualquier cosa?2 Se antoja muy fácil comprenderla desde fuera de ella, parece que se puede asir si no es uno a quien envuelve, pero al intentar definirla, recuerda uno a Agustín cuando se refiere al tiempo
Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare velim, nescio.3
¿Y por qué escribir siquiera sobre la soledad? ¿Si se presenta tan escurridiza? Además del conflicto que salta a la vista: ¿es escribir un ejercicio intrínsecamente solitario? ¿O es inevitablemente social? ¿O es apenas un paliativo con qué soportar la soledad? ¿Por qué hablar sobre la soledad, si al hablar de ella desaparece? La consideraré, de momento, como un lugar. Es decir, un lugar en que se habita y se desplaza el alma, un lugar al que se puede arribar y del que se puede partir, y, propongo yo: un lugar abarrotado, un espacio compartido.
La solitude est certainement une belle chose, mais il y a plaisir d’avoir quelqu’un qui sache répondre, à qui on puisse dire de temps en temps, que c’est un belle chose.4
Aparece entonces una nueva contradicción si aceptamos esto: ¿están solos los habitantes de esta República de la Soledad5? ¿Cómo pueden estar solos si habitan todos el mismo lugar? ¿Cómo se pueden reconciliar con la soledad todas estas cosas que se revuelven, en ella y en su derredor, en todas direcciones? La soledad es como una lluvia… no para de retumbar esta expresión; como una lluvia, ¿qué quiere decir esto? La lluvia es fría, sobrecogedora, impredecible, limpia, ensordecedora, imponente, pero muchas otras de las encarnaciones del agua –los ríos, el mar, la nieve– son acreedoras de estos adjetivos. Entonces, ¿qué hace única a la lluvia? ¿Es la lluvia un lugar, un momento, una condición ambiental, un estado del alma? ¿Qué la hace ser la analogía precisa de la soledad? La contradicción, las paradojas y discordancias que se esparcen de su vaivén entre el mundo externo y la introspección. La lluvia es un fenómeno bien comprendido y no lejano al entendimiento de las mentes más jóvenes; agua precipitada de lo que justo antes fue nube, sólo un paso del ciclo hidrológico. Pero tiene sin embargo, en toda su simpleza, un poder simbólico que intrinca incluso más alusiones que los fenómenos que han reclamado su merecido título de alegorías; la lluvia rehúye de todas las categorías que se puedan aprehender tan fácil y definitivamente como éstas, tal como la soledad. Lluvia y soledad se presentan igualmente inasibles e inefables, evocadoras tanto de vigor e ilusión como de endeblez y melancolía, tanto recompensas como castigos, tan tóxicas como puras, tanto curas como enfermedades. Y a pesar de lo infructuoso que se sospecha intentar acercarse a una comprensión de la soledad, resulta irresistible estirar las manos y ver hasta dónde se llega y con cuántas heridas.
I
La soledad como un lugar en que se habita evoca la idea de ‘hiperespacio’ que la ciencia ficción ha planteado sistemáticamente durante años: no es un espacio lindante con el universo objetivo, más bien está yuxtapuesto a éste; la percepción del tiempo y de la materia está distorsionada; y parece que se está inevitablemente en un estado de disociación en que no se logra percibir con claridad nuestra relación con el espacio empírico y los efectos de los eventos que acaecen en él, sean resultados de nuestras acciones o no.
La fantasia è un posto dove ci piove dentro.6
¿Pero es la soledad fantasía? Parece una pregunta imposible de responder con objetividad y a la vez imposible de reflexionar con curia cuando la tenemos enfrente, afirmar o negar que existe incide de inmediato en la validez de aseveraciones sobre la existencia de otras cosas para las cuales la pregunta se hace igualmente problemática:¿existen el aburrimiento, el dolor, el frío, el tiempo, el silencio, el amor? Lo que llamamos fantasía se ve atravesado por una incertidumbre inexorable cuando pensamos detenidamente en qué es eso a lo que llamamos ‘real’. Poniendo de lado estas consideraciones sobre si es la soledad en sí misma fantasía o no y para no incurrir en pretensiones ontológicas imposibles de justificar, creo no equivocarme al decir que la soledad, sin duda, es un lugar prolífero para la fantasía, al punto de entrecruzarse y envolverse hasta llegar incluso a ser indiferenciable una de la otra. Y es de suponerse, la mente buscará llenar los espacios de una historia para la que no haya una realidad externa como narradora. Lo curioso es que en vez de verse modificada nuestra percepción del mundo por la fantasía, es esta segunda la que parece verse moldeada –y aceptada voluntariamente– por la ventana desde la que asomamos nuestra vista al mundo; aun construyendo las más intrincadas fantasías, no resulta –en condiciones normales– demasiado difícil discernir lo que es producto de éstas de lo que –independiente a nuestro conocimiento– ocurre en el mundo real, más allá de qué tanto nos aferremos a él o a ellas.
Y no es gratuito hablar de una ventana que da vista al mundo haciendo alusión al ‘adentro’ de Calvino, pero ¿es realmente la soledad un lugar al que se entra? Es difícil evadir estos sintagmas al hablar en términos locativos, se entra en un país, en una casa, en el mar abierto, incluso en un aguacero… y es a este último que quiero acudir, ya que si bien es posible entrar y salir de él, rara vez es el caso. Y creo que la soledad, como lugar, hace algo parecido a la lluvia: llueve y escampa. Repentinamente, por un choque de vientos de distintas temperaturas, por una estación del año o por una danza-ritual para invocarla, se precipita y nos vemos inevitablemente en el chaparrón, dentro de él sin haber entrado; como el día o la noche, que envuelve a todos por igual sin importar sus destinos.
Se me aparecen, como una tormenta, todas estas encrucijadas y aparentes contradicciones: la soledad es como la lluvia a la vez que llueve la soledad; es un lugar en el que se está adentro o afuera, pero no se entra ni se sale; es fantasía al mismo tiempo que produce y es producto de fantasías. ¿Cómo reconciliar esto? ¿Hay que reconciliarlo acaso? ¿Hay siquiera algo qué reconciliar? La misma naturaleza de la soledad se ve en problemas con todas estas cuestiones, la soledad se presenta –aparentemente, a su antojo– por igual como refugio y como campo de batalla.
Or la fin, ce crois-je, en est tout une, d’en vivre plus à loisir et à son aise.
Mais on n’en cherche pas toujours bien le chemin.7
Pero, esta finalidad, si bien parece en ocasiones venir de buena gana traída de la mano de la soledad, viene acompañada también de todo cuanto puede asediar en sus aposentos.
Elles nous suivent souvent jusque dans les cloîtres et dans les écoles de philosophie.8
La soledad es un lugar extraño, su presencia cae y se mueve en todas las direcciones sobrecogiendo a quien la visita. ¿Qué habita en ella aparte de las almas solitarias? Después de dar un vistazo, lo sé: monstruos y ángeles, enfermeras y leprosos, mudos y lloronas, banderas blancas y cuchillos, fantasmas y más fantasmas. El abrazo de la soledad reconforta y asfixia, ¿será a su antojo? ¿Estamos a su completa merced cuando entramos en su territorio? Quizás no sería tan malo,
Quiero el azar, y quiero la armonía
matemática; el loco tropel y la algazara;
la nietzscheana visión futuradora;
la búdica quietud… y la pelea;
y la Vida… ¡y la Muerte que me hiere
sin desdén, sin amor y sin ira!9
Quizás descubrir esto es en realidad una victoria y no una rendición, un logro y no una tragedia. O quizás es ser un buen perdedor. Pero sólo dándole la cara al espejo de la soledad podemos llegar a saberlo, y plantándole los pies, si es que hay piso en ella sobre el cual plantarlos.
II
In culpa est animus’ qui se non effugit unquam.10
Ni del espejo de la soledad. Y es que a menos que se extravíe en la borrasca, hay otra ventana en el cuarto lluvioso de la soledad, una ventana de cristales negros: un espejo; en fin, una ventana hacia uno mismo. Pero, a diferencia de tantos espejos –los otros, amores y amistades y familia, el papel, el lienzo– que también engañan y deforman, el de la soledad resulta sospechoso, levanta de inmediato dudas y no imbuye la empatía que tan naturalmente inspiran los demás, ¿por qué es esto? Podría argumentarse que es un espejo demasiado deforme, muestra proyecciones de nosotros como quisiéramos que fuesen y no como son para someterlas después a nuestra mirada, que resulta agotador e incierto por tanto que hay que moverse para vislumbrar con claridad apenas unas piezas de nuestros rostros, y nunca todas a la vez.
O que, por el contrario, es demasiado certero y su sinceridad resulta abrumadora por lo mordaz y directa. Que las únicas armas que pueden subyugarlo son el narcisismo o la sociopatía. Que nos muestra como somos cuando en verdad no queremos aceptar nuestra verdadera imagen.
Incluso que no hay tal espejo, que deambulamos entre la densa lluvia viendo nada más que espejismos que necesitamos para mantener algún hilo narrador, una historia qué seguir, un camino.
Yo creo que sí hay un espejo, que debemos hacer aparecer, no mediante la mera introspección, sino con las acciones que ejecutamos en la soledad. Es precisamente este actuar el que convierte al cristal polarizado de la ventana de la soledad en un espejo de agua en el que nuestra imagen se distorsiona y se mueve y se hace inasible. Y de entre todas las acciones, un grupo en particular hace que nuestra alma, de otra forma queda y estable, se muestre trémula y estremecida: la creación estética. Al escribir, nuestra alma muta conforme muta el texto. Por ejemplo, mi forma de concebir mi propia soledad se ha visto alterada y glosada múltiples veces a medida que he construido las cortas páginas de este ensayo y continúa tomando impulso para dar vueltas y transformándose según planeo y presiento mis próximas aserciones.
Willst du, mein Bruder, in die Vereinsamung gehen? Willst du den Weg zu dir selber suchen?11
Y no es el camino hacia el aislamiento una ruta definida con puntos y señales que cualquiera pueda seguir como un turista, no, sólo puede encontrársele si se lo crea y sólo se lo puede crear buscándolo.
»Das – ist nun mein Weg – wo ist der eure?« so antwortete ich denen, welche mich »nach dem Weg« fragten. Den Weg nämlich –den gibt es nicht!12
Pero el aislamiento, por supuesto, aun siendo uno de los habitáculos preferidos del solitario, no es en sí mismo soledad. Y la soledad, por tanto, no carga por necesidad al aislamiento. Sin embargo, parece acertado decir que el espejo de la soledad es un buen compañero para recorrer el aislamiento y que los recodos del camino al aislamiento son lugares propensos para invocar la soledad. Se requiere, por supuesto, tanta intrepidez para zambullirse en el accidentado camino hacia el aislamiento como entereza para sobrevivir el desierto tormentoso de la soledad.
Aber du willst den Weg deiner Trübsal gehen, welches ist der Weg zu dir selber? So zeige mir dein Recht und deine Kraft Dazu!13
Se pone entonces a la vuelta de la esquina el peligro latente del engreimiento; ¿cómo hacer para que el derecho a la soledad no se vuelva arrogancia? ¿Cómo evitar que el brío desemboque en soberbia? ¿O se está intitulado a la inmodestia una vez inmerso en estos vericuetos? Creo que es inevitable, merecido o no, este desdén. Por supuesto, viene acompañado, y es ahí justamente en donde se diferencia de la petulancia burda que sólo puede existir en comunidad. Como cualquier espejo, como un autorretrato, como una autobiografía, el espejo de la soledad expone a la vez nuestra vanidad y nuestra autocrítica, nos humilla y halaga en igual medida. Así, entonces, no se está desnudo14 ni siquiera frente a la soledad, ni siquiera en el aislamiento; inevitablemente nos ponemos máscaras en cualquier escenario. Nos recriminamos y aplaudimos por nuestras elecciones de máscaras y vestiduras al mismo tiempo que, precisamente recriminándolas y aplaudiéndolas, nos las ponemos.
Y si nos construimos frente al espejo a la vez que lo construimos a él, y si ineludiblemente nos ponemos las máscaras al momento de ver nuestro reflejo, ¿somos entonces nuestras máscaras? No tengo ningún problema en aceptar –conservando proporciones– la noción fenomenológica de que somos en tanto aparecemos, pero ¿no somos sino lo que son nuestras máscaras, nuestras voceras? No lo creo así, y no creo que haya una suerte de esencia tras nuestras escafandras ni que seamos nada porque no haya nada tras los velos15. Creo, más bien, que hay dos posibles respuestas –que bien podrían articularse como una sola– a la pregunta por lo que somos más allá de las máscaras.
Una, es que somos una suerte de soporte. Lo que nos convierte en individuos es la forma del armazón de cada uno, que es única e irrepetible y que evidencia ésta su naturaleza en las máscaras que puede y no puede sostener. Hay máscaras, por supuesto, que encajarán en todos los armazones, ya que, si bien cada uno de ellos es distinto de los demás, estos se asemejan entre sí. Armazones mostrándose distinguibles a la vez que iguales en su naturaleza más básica; del mismo modo en que podemos llamar camaleón tanto al que se esconde entre las hojas de un árbol como al que se camufla sobre las piedras de un acantilado.
Dos, que somos algoritmos voraces16 programados para buscar máscaras y discriminar si agregarlas o no a nuestro repertorio y así después, de entre ese inventario, elegir y mostrar las máscaras que mejor se acomoden a cada situación. Para consolidar esta segunda respuesta con la primera: un algoritmo que escoge, bajo determinadas reglas, qué máscaras poner o no sobre el armazón.
Pero el armazón es invisible incluso para el espejo de la soledad, y en esto, y casi exclusivamente en esto, es que los alcances del espejo son tan limitados como los de los ojos de la comunidad.
Qui a jamais rencontré un ‹ moi › ? pas moi.17
En cambio, las diferencias entre el reflejo que aparece en la soledad y la imagen que percibe el ojo ajeno resultan prácticamente inagotables. La inmediatez del espejo, por ejemplo, que exhibe las imágenes tan súbitamente que se hace casi indiferenciable de la simultaneidad, no hay tiempo de dilación entre lo que emana del alma y su reflexión, llegando incluso a parecer dos eventos idénticos ocurriendo como en una perfecta coreografía,
when two separate events occur simultaneously pertaining to the same object of inquiry, we must always pay strict attention18,
lo cual resulta tanto llamativo como valioso de tener en cuenta para el siguiente punto, con el que va de la mano. No hay intermediarios entre nosotros y el espejo, la comunicación es directa hasta la sincronía, acción y reacción, suceden y coinciden simultáneamente, como envueltas y girando sobre sí, a veces, desmesurándose y volviéndose revoluciones vertiginosas.
Entonces reconocerse, ante tantos obstáculos, debe ser una victoria, y lo es. Una victoria como las de la guerra, llena de traumas y heridas y fantasmas19. Reconocerse deja un sinsabor, en primer lugar, porque implica vislumbrar todas nuestras fallas y defectos, lo cual, por supuesto, achicopala; y en segundo lugar, porque evoca un sentimiento de finitud alcanzada de la aventura del ‘Yo’.20 Es esta segunda consecuencia la que me resulta más llamativa, pues recuerda al problema del camino hacia el aislamiento que mencioné antes y es resultado, precisamente, de considerar la introspección como un camino con nacimiento y desembocadura cuando ésta se parece mucho más al desierto de la soledad. ¿Pero qué tanto se parece la introspección a la soledad? Resulta razonable considerar a ambas como espejos, y no sólo como espejos, sino como espejos que enseñan, de la misma forma, un reflejo cambiante e inasible. El parecido entre mirar en el espejo de la soledad y mirar en el interior de sí mismo21, en fin, radica en que en ambas es condición sine qua non tomar distancia de la comunidad, enfrentarse a la imagen propia y formarla; contemplar y pintar el propio autorretrato aislado de todo entorno, desenmarcado.
¿Son entonces los espejos de la soledad y la introspección, en realidad, un mismo espejo? ¿De no serlo, están en inseparable simbiosis? No y no. La introspección, aun teniendo en su naturaleza el tomar distancia, es apta de nutrirse de lo externo y, aunque suene paradójico, se le puede acudir incluso en congregación con otros. La soledad, en cambio, no existe más que en soledad, no se puede compartir y no se puede dar cuenta de la imagen que enseña sin salir de su festón. Se puede, por supuesto, además de estar en la más profunda introspección sin tomar por el mango a la soledad, clavar embelesado la mirada en el espejo de la soledad sin adentrarse en uno, en honda y quasicomatosa y queda disociación. Es sólo la mirada aguda y juiciosa la que, equilibrando el camino del aislamiento con el mar de la comunidad y el espejo de la introspección con el suyo, encuentra las retribuciones del espejo de agua de la soledad.
III
Hola, soledad.
No me extraña tu presencia.
Casi siempre estás conmigo.
Te saluda un viejo amigo.
Este encuentro es uno más.22
¿Y si la pregunta no es qué sino quién? ¿Podría ser que la soledad sea, tras tanto, un quién? Y entonces, ¿quién es?
Un fantôme
Qu’est-ce qu’un fantôme ? qu’est l’effectivité ou la présence d’un spectre, c’est-àdire de ce qui semble rester aussi ineffectif, virtuel, inconsistant qu’un simulacre?23
¿Qué es, antes, eso que hace fantasma a un fantasma? Durante siglos, la tradición intelectual occidental ha ridiculizado, desdeñado y puesto al margen, tanto como a todo lo que engloba cualquier consideración espiritualista, casi siempre sin un asomo de circunspección, la idea del fantasma, desvayéndola así de toda relevancia. Ya sea porque directamente se desentiende de ella (la ignora y no dice de ella más que «no hay nada que decir») o porque la define aplacadoramente en un glosario y la abandona allí como a un simple dato curioso. En culturas orientales como la japonesa, en cambio, la gente nota a los fantasmas, hablan de ellos y los aceptan como cualquier otro tema, no son, dentro de la cosmovisión oriental, un fenómeno sobrenatural sino algo tan de nuestro mundo y asible –si bien proclive a profunda reflexión– para nuestra comprensión como el viento, como un zorro o como un árbol. Sin embargo, hay coincidencias entre ambas visiones que podrían compartir, a su vez, con la soledad.
¿Estará la soledad realmente desencarnada, como un fantasma? ¿Es naturaleza suya la inmaterialidad? Eso parece. Nada indica que tenga un cuerpo que se pueda tocar con las manos, sin embargo se siente intensamente su presencia. Por supuesto que la soledad es y permanece siempre invisible. En cuanto a sus alcances, cercanos pero distintos a los de cualquier otro fantasma. La soledad no puede mover muebles o apagar lámparas, pero sí que puede poseer y acabar a un hombre.
¿Está muerta la soledad? No parece de ninguna forma estarlo, pero tampoco se muestra parecida a nada de lo que consideramos vivo, no como un organismo vivo que –metáforas de lado– respira, envejece y sangra. Está entonces en ese particular estado, ni viva ni muerta, ni presente completamente ni en absoluto ausente, de algún modo inerte y a la vez vigorosamente efectiva, su vínculo con el mundo tangible está invertido y desviado en formas muy similares al que tiene los fantasmas con éste, pero, a diferencia de estos, la soledad no tiene ataduras con objetos o lugares ni con los sucesos del pasado y sí con las personas que sigue y de la voluntad y capacidades que tengan éstas para permitir su compañía.
Es, por supuesto, un espíritu, pero todo indica que no un fantasma.
Eine Göttin
¿Un ente superior? ¿Un ser divino? ¡Di ya quién eres que me embistes sin mesura!
O […], Alles weiß ich: un daß du unter den Vielen verlassener warst, du Einer, als je bei mir!24
¿Cómo va a ser que me estés diciendo la verdad? Seguro me mientes. ¿Cómo dices que estoy solo y luego que no lo estoy a tu lado? No te entiendo, eres confusa y seguro que también mentirosa… sin embargo te creo. ¿Por qué te creo? ¿Porque te haces imponente y enorme frente a mí? ¿Vienes a acabar conmigo, como una verdad demoledora?
› Sprich und zerbrich ! ‹ 25
Me hablas como el silencio, pero yo le conozco y no eres él. Tú tienes palabras, ¿por qué pretendes que me desgaje con las mías? Tu mirada es desoladora y fría como parecen ser también tus oídos. Escuchas mis plegarias e intercedes en mi suerte cuando se te antoja, te he visto. ¿Por qué te sigo encomendando mis plegarias? ¡Si lo que tú sabes es abandonar!
Ein anderes ist Verlassenheit, ein anderes Einsamkeit: das – lerntest du nun !26
Tienes razón… pierdo el control cuando estoy contigo, me duele todo y luego me sano y me siento aturdido y quedo y todo esto se mezcla y salto de un lado a otro con mis saltos, que son míos pero sin embargo no logro controlar, ¿por qué es todo esto? ¿Qué es lo que me haces cuando vienes?
Vienes cuando te abro la puerta, pero no te vas cuando te lo pido. ¿Cómo es que funcionas? ¿Por qué me siento tan solo cuando estoy contigo? ¿Por qué te llamo mía si en el fondo, cada vez que estuviste sentí otra cosa?:
J’ai senti qu’au fond, j’appartenais à cette solitude.27
¡Lo dije, he dicho tu nombre! ¿¡Cómo no te reconocí!? ¿Cómo no reconocí tu rostro, que es el mío? Vienes, como una divinidad, ingenua, creyendo que me engañarás, pero ya conozco las triquiñuelas de otros dioses, ya he visitado todos los templos con su humo y sus espejos y sus ovaciones extasiadas. ¡Tú ni siquiera tienes templo! ¿Qué feligreses pretendes conseguir? Ah, ¿que no ambicionas seguidores? ¿¡Qué quieres entonces!? ¿Perpetuidad? ¿Historias? ¿Sacrificios acaso? ¿Qué clase de dios no quiere feligreses ni perpetuidad ni historias ni sacrificios? ¡Ah! Que no eres ningún dios…
Una amiga
Al fin, después de tanto mirar el rostro de la soledad, después de encontrar en ella nada más que mi propio rostro, he descubierto que es mi amiga y que amiga es de cada uno su soledad.
Was ist doch sonst das Gesicht deines Freundes? Es ist dein eignes Gesicht…28
Una amistad demasiado intensa es la que tengo con la soledad, y como todas mis más intensas amistades, me ha dado, quizás desproporcionadamente, dolor y placer, paz y tormenta, ensoñación y desvelo. Estoy seguro de que tantos y aun más conflictos tendría conmigo mismo si pudiese desdoblarme, sin embargo, aun me extendería la mano, aun cuando llego a sentir no más que repudio por mí… hay algo de orgullo en esto.
Rarum est enim, ut satis se quisque vereatur.29
Son mi soledad –su alma– y mi alma, una misma repartida en dos, dos extremos de un mismo laso, dos lados de la misma hoja.
A veces me abraza y me calma, otras me hurga y me enardece. Al ausentarse, su ausencia no es completa ni definitiva, sé que siempre que vuelva será la misma, aunque peleemos, nuestra amistad es perenne como la ortiga.
Esta amistad, mi amistad más larga y dolorosa, invaluable, no es como cualquiera. No se puede renunciar a ser amigo de la soledad ni se puede tampoco pretender ser su enemigo; no se le puede traicionar, su cadena aprieta demasiado fuerte. No puede uno ignorar a la soledad, atrapa la atención y no la permite escaparse de entre su abrazo; por supuesto, no se puede huir ni esconderse de ella, no hay recoveco al que no pueda llegar. No se le puede imponer nada a la soledad, la amistad con ella no es equitativa y es siempre ella la que lleva la batuta; ella toma de uno, por su cuenta y a su gusto, los gestos que quiera tomar.
Qui peut renverser et confondre en soi les offices de l’amitié et de la compagnie, qu’il le fasse. En cette chute, qui le rend inutile, pesant et importun aux autres, qu’il se garde d’être importun a soi-même, et pesant, et inutile.30
Todas estas consideraciones se antojan confusas, la soledad está pero no es compañía, se va pero no puede estar en otro sitio que no sea a nuestro lado, es la soledad y todas la conocen, y todos podemos hablar de ella, y se puede tratar la idea de la soledad, pero hay tantas soledades como personas y cada una es distinta.
Tan confusa amiga y siempre se vuelve a ella, con tantos peligros que implica, con lo corrosiva que resulta, siempre se vuelve a ella –quiérase o no– de brazos abiertos…
La amistá puede ser un vicio, de sabido se calla, pior qu’el tabaco un buen amigo31[sic].
IV
¿Y si la soledad no es otra cosa que un estado? ¿Si no es nada que quede, viva o actúe más allá del alma? ¿Si son la soledad y estar solo, en sí, una misma cosa? ¿Todas estas anteriores consideraciones son nada más que formas de llegar a estar solo o efectos de estarlo y no soledad en sí? Y continúa, sin indicio alguno de poder llegar a ser de otra forma, irresuelta la pregunta: ¿qué es la soledad?
¿Cómo es un alma sola? Está claro que no es un alma necesariamente tranquila ni turbada.
Si me preguntasen, diría que un alma sola es un alma afincada y detenida32, entregada a sí misma. Rehuida en su interior. En fin, aovillada, haciendo de sí a la vez envoltorio y contenido. Se está solo, sobretodo, cuando no hay otra alma a la que asirse, cuando no le queda más a qué aprehenderse por fuera de sí, cuando es ella su propia vivienda.
Algo claro queda entre esta neblina de ideas: se necesita temple para enfrentarse y sobrevivir a sea lo que sea esa cosa que llamamos soledad. Queda la advertencia:
Il y a moyen de faillir en la solitude comme en la compagnie.
Jusques à ce que vous vous soyez rendu tel, devant qui vous n’osiez
clocher, et jusques à ce que vous ayez honte et respect de vous-même,
“obversentur species honestae animo”.33/34
Notas:
[1] «La soledad es como una lluvia». (“Soledad”, Rainer Maria Rilke, El libro de las imágenes, Primer Libro, Primera Parte)
[2] Luego de preguntar qué es su Subjectile, pregunta « N’importe quoi, tout et n’importe quoi? ». (Jacques Derrida, Forcener le subjectile)
[3] «Si nadie me pregunta, lo sé. Pero si quiero explicarlo a quien me pregunta, no lo sé». (Agustín, Confesiones, XI, 14)
[4] «La soledad es ciertamente una cosa hermosa; pero hay un placer en tener a alguien que pueda responder, a quien podamos decir de tiempo en tiempo, que es una cosa hermosa». (Jean-Louis Guez de Balzac, Dissertations chrétinnes et morales, XVIII: Les plaisirs de la vie retirée)
[5] «¡Oh soledad! ¡Tú patria mía, soledad!» (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Tercera parte, El Retorno a casa)
[6] «La fantasía es un lugar en el que llueve adentro». (Italo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio)
[7] «Pero la finalidad, creo yo, es en todos una: vivir con más tranquilidad y más dichosamente, pero no siempre buscamos bien el camino». (Michel de Montaigne, Los Ensayos, I, XXXIX: De la soledad)
[8] «Nos siguen con frecuencia hasta los claustros y hasta las escuelas de filosofía». (Montaigne, loc. cit.)
[9] Fragmento de la «Segunda “balada del abominario” para reír de aprestigiadas cosas y entidades o aprestigiar otras, risibles según “ellos”», León de Greiff, Segundo libro de las baladas.
[10] «Nuestro mal está en el alma y no puede evadirse de ella». (Horacio, Epístolas a los pisones, I, 14, 15)
[11] «¿Quiere marchar, hermano mío, al aislamiento? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo?» (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Primera parte, Del camino del creador)
[12] «Éste – es mi camino, – ¿dónde está el vuestro?», así respondía yo a quienes me preguntaban «por el camino», ¡El camino, en efecto, – no existe! (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Tercera parte, Del espíritu de la pesadez)
[13] «Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!» (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Del camino del creador)
[14] Hago referencia aquí al pintarse por entero y totalmente al desnudo que promete Montaigne en la advertencia al lector de sus ensayos que, personalmente, considero imposible de conseguir de manera definitiva, si bien se le puede acercar.
[15] Aquí, escuetamente hago alusión, no aceptándola, a las posturas frente a la idea de máscara en Montaigne (que parece creer que no hay nada detrás de ellas y que por tanto, es infructuoso el desenmascaramiento) y Rousseau (que parece creer que hay algo esencial oculto tras ellas y se empeña en descubrirlo).
[16] Un algoritmo es un «conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema» (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española). Un algoritmo voraz, en programación, es uno que «selecciona los elementos más prometedores del conjunto de candidatos hasta encontrar una solución, en la mayoría de los casos la solución no es óptima» (Wikipedia, tomado el 15 de Noviembre del 2016, https://es.wikipedia.org/wiki/Algoritmo).
[17] ¿Quién ha encontrado alguna vez un ‘yo’? Yo no. (Jacques Derrida en el film « D’ailleurs Derrida » de Safaa Fathy)
[18] Cuando dos eventos separados pertinentes al mismo objeto de indagación ocurren simultáneamente, siempre debemos poner estricta atención. (Agente Especial Dale Cooper – David Lynch, Twin Peaks, Temporada 1, Capítulo 1: Northwest Passage)
[19] Acá me refiero nuevamente a Derrida y sus consideraciones sobre los fantasmas a lo largo de toda su obra desde un psicoanálisis concebido como teoría de estos.
[20] Acá, en cambio, no hablo del ‘Yo’ en el sentido –en mi opinión, encasillante– que le da el psicoanálisis.
[21] ‘Introspección’ proviene del latín tardío introspectio, -ōnis, y este se deriva del latín introspicĕre, que significa ‘mirar adentro’. (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española)
[22] Letra del bolero «Hola soledad», escrito por Ramón Bautista Ortega (más conocido como Palito Ortega) y hecho célebre por Alci Acosta y Rolando Laserie.
[23] ¿Qué es un fantasma? ¿Qué es la efectividad o presencia de un espectro, es decir, de eso que parece mantenerse tan inefectivo, virtual, inconsistente como un simulacro? (Jacques Derrida, Espectros de Marx, 1: Inyunciones [sic, fr. injonctions] de Marx)
[24] Oh [Zaratustra], yo lo sé todo: ¡y que tú has estado más abandonado entre los muchos, tú uno solo, que jamás lo estuviste a mi lado! (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Tercera parte, El retorno a casa)
[25] La soledad le recuerda a Zaratustra cuando su hora más silenciosa le dijo: “¡habla y hazte pedazos!”. (Ibid)
[26] Una cosa es abandono, y otra cosa distinta, soledad: ¡Esto – lo has aprendido ahora! (Ibid)
[27] Sentí que, en el fondo, pertenecía a la soledad. (A voix nue : Jacques Derrida, 1ère diffusion : 14/12/1998 sur France Culture, de la Documentation de Radio France)
[28] ¿Pues qué es, por lo demás, el rostro de tu amigo? Es tu propio rostro… (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Primera parte, Del amigo)
[29] Raro es encontrar quien se respete suficiente a sí mismo. (Quintiliano, X, 7)
[30] Quien pueda revertir y confundir en sí las obligaciones de tantas amistades y de la compañía, que lo haga. En esta caída, que le vuelve inútil, pesado e importuno a los demás, que evite ser importuno y pesado e inútil para sí mismo. (Montaigne, loc. cit.)
[31] Manuel Mejía Vallejo, Aire de Tango.
[32] «…no pedir cosa alguna más que a vosotros, y afincar y detener vuestra alma…» (Montaigne, loc. cit.)
[33] Que se ofrezcan imágenes honestas al espíritu. (Cicerón, Tusculanas, II, 22)
[34] Uno puede equivocarse tanto en la soledad como en la compañía. Hasta que no te hayas vuelto tal que no oses tropezar ante ti y hasta que no sientas vergüenza y respeto por ti mismo, obversentur species honestae animo [33]. (Montaigne, loc. cit.)
Pues más que un «bellísimo» ensayo se trata de una larga -demasiado larga- enumeración de lugares comunes sobre la soledad, no muy original, por cierto. Enumeración pretensiosa, también,, pues resulta pedante e incómodo el gesto de citar en otros idiomas,, junto al uso de esa retórica que quiere ser poética pero termina siendo cursi. En algunos tramos me sentía ante una canción de Ricardo Arjona. No fueron muchos, para ser justo.
Bellísima la foto de Tarkosvky, esa sí, no hay duda.