Foto: Sara Gaviria Piedrahíta.
Cuando se habla de Enrique Vila-Matas se habla de un escritor en todo el sentido de la palabra. No de un animador ni de un gestor cultural ni, mucho menos, de un hombre académico. Se entiende por él, sí, una enciclopedia viviente, pero una enciclopedia de la imaginación, una persona que vive para la escritura, pues el autor del entrañable Bartleby y compañía ha trabajado en la lengua española las mismas fascinaciones de un paseante como Robert Walser y ha celebrado la escritura que surge de la observación por los caminos, al margen de la farándula, como Kafka; es decir, gracias a él se debe el reconocimiento de una genealogía gris y vital que ha posibilitado la continuación de la literatura.
Un autor de culto que en varias ocasiones ha dicho que no se distingue a sí mismo de un personaje literario, y es la misma sensación que se enfrenta al saber que iba a estar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá: la de estar frente a una presencia impensable fuera de la ficción. Empieza su charla contando que su relación con Latinoamérica empezó al conocer a Sergio Pitol en las calles de Barcelona, en este punto es inevitable imaginarlo, cuando ya había ganado reconocimiento, compartiendo también las nocturnidades de esa ciudad, mítica entonces para los escritores, como antaño París, con el recién llegado y desconocido Roberto Bolaño.
Viajero por vocación, cuenta que sería México el primer país en visitar de este lado del mar, y que sería aquí donde se sentiría más tranquilo que en España. Que se sorprende cuando le hablan bien de su ciudad natal, siempre estupenda a los ojos de los foráneos, turística en exceso y atractiva como la presentan los libros, razones que lo llevaron a ofrecer en su nueva novela, Mac y su contratiempo, publicada por Seix Barral, una Barcelona desconocida: El barrio del Coyote. Confía al público que este es el libro en que ha trabajado más y que quiere mucho a su personaje, un escritor que va dejando en su diario su percepción acerca de su vocación de modificador, de repetidor, y no solo esto sino que plantea, apoyándose en un humor original y estructurado, en el uso de la cita, del ensayo, como recurso narrativo, la idea de que todos los escritores son repetidores. «Mac soy yo, pero yo en cambio no soy Mac», dice, oxigenando la premisa de Flaubert. Y agrega que para escribir esta obra como para las demás ha tenido en cuenta dos o tres estructuras de sus libros anteriores. «He permanecido siempre fiel a lo que creía que tenía que hacer. He sido siempre yo quien escribe con estas voces impostadas».

En la elocuencia de sus palabras precisamente se escucha hablar a sus mejores personajes. Aquellos que se han hecho a sí mismos fuera de las aulas, que confunden las líneas con las calles, que escriben como caminan y hablan como escriben. Se escucha en sus palabras al peatón a quien todo lo que ve le gusta y es incapaz de frenar la emoción cuando habla, y a veces se oye llegar a la sordina al hombre que fácilmente se lanzaría al vacío enloquecido por el viento de la bahía.
«Me hice escritor para aislarme del mundo», confiesa. Pero quienes lo leen saben que esta decisión hizo que el mundo, al menos aquel que se mantiene fiel a la belleza, aquel que reinventa en cada libro, que él modifica al no tenerle miedo a la interdisciplinariedad de las artes, cada vez lo quiere más, y esto anula este aislamiento. Así, la Filbo 2017 le regaló a un pequeño pero digno grupo de lectores de Enrique Vila-Matas la oportunidad de escuchar a quien, como los mejores escritores de su generación, de los últimos tiempos, le han hecho creer que habitan en realidad el mundo de la literatura.
Buen día
Recibo su boletín de novedades y me encuentro con sorpresa que el texto de Alberto Montoya Guiral me pide una contraseña para acceder, la cual no poseo