Poemas de Diana Araujo Pereira

“La piel de los caminos y otros poemas”, Diana Araujo Pereira, DOBLE FONDO XIII, Colección Musgonia, Biblioteca Libanense de Cultura, Bogotá 2017.

 

Prólogo

Por Carolina Zamudio

 

Diana Araujo Pereira creció en Río de Janeiro inmersa en samba y en todo el cancionero popular brasileño de los ‘70 y los ‘80. Mientras esa música enamoraba a su país y al mundo entero, en su hogar de los suburbios, madre y padre cantaban, y un abuelo era el poeta. Así, la fuente sonora de su infancia –el rincón donde tal vez se geste todo– gozó del privilegio que ciertas veces da la sangre y, acaso, un destino intuido. Alejada de la estirpe carioca, la poeta reside ahora en Foz de Iguazú, el corazón brasileño de la triple frontera que, paradójicamente, une culturalmente a Paraguay, Argentina y Brasil.

No es suficiente con leerla. Hay que escuchar a Diana Araujo Pereira para saber que su poesía canta y ella misma se le suma. En un español perfecto que cosechó en más de veinte años de estudio y docencia –entre otras circunstancias determinantes y fatales como el amor– dice sus hallazgos con parsimonia, solidez y dulzura, todo a la vez, pero también saca una voz antigua, macerada en fusiones, y afina uno que otro poema.

“Itinerancia” sea quizá una palabra que se descubra, a trasluz, al leer su poesía. Cambio de piel y de paisajes son signos que aparecen con frecuencia en estos versos mestizos, de sello propio. Aunque goce de la dispensa de coincidir en la lengua con algunas de las deidades de su altar personal (la brava Clarice y el Pessoa inmortal), una de sus marcas de agua es escribir en español. Y quizá allí resida también el encanto de su ritmo. Si el inconsciente fuera –como puede un mortal demodé sospechar– el reducto mimado de la poesía, una indiscreción necesaria sería preguntar si la poeta también sueña en español. Pero, para revelaciones, su propia voz.

Hay una intensión de nombrar y nombrarse; buscar aquello que se pretende con intensidad, que es en este caso la propia indagación que se cuenta mientras sucede. Al empezar el recorrido, se parte de la ciudad, no sin antes declarar el modo en que se hará el periplo. ‘Todo viaje va hacia dentro de los ojos’, planta su estilo. Sale de la estridente Río y comienza a trazar su propio mapa, el del ser humano y el de la poeta, que discurren en simultáneo, con la salvedad de que es ella misma quien se asume pariéndose en el trabajo de la escritura. Tiene organizada la creación, dispone. Con una cartografía se confiesa y define en el poema “Mapas”. Primero fueron las ciudades, el espacio exterior, las palabras y las manos… Más tarde, la mirada en los otros como truco develado para llegar a sí misma.

Escribo desde la orilla de un nombre que no es mío’, se confiesa con ansias de apropiarse de su propio lenguaje. Hay pariciones y conocimientos partidos. ¿Fronteras? Hay cruces y encrucijadas. La poeta se sirve de la aliteración y con ella marca el ritmo. Como ese ‘compás’ que se encuentra entre sus palabras fetiche. Para conformarlo o conjurarlo, su mundo se vale también de bordes y bordas; horizontes, como esas grietas que parten al día en dos, y líneas persistentes. De un atajo a otro, se descubre más de una vez un vestigio de tristeza (‘Soy la diosa añorada por mi propia alegría’), que canta pasito con la altivez perdida de quien conoció de cerca y con frecuencia al júbilo.

El paisaje parte los ojos en partes de tiempo’, la contemplación frena la rutina y es espejo de lo que pasa dentro. Sollozo del aire, se mimetiza con cada nuevo panorama y, cíclicamente, reinventa su canto. Lo mismo puede surfear en el verso corto y la rima, como llegar a una prosa pausada y críptica (el todo y las partes que se leen a veces inconexos, con un fin premeditado de intrincada unicidad), hasta la suma de ambos en el mismo texto, como nuevo planteamiento estético. La confianza se apropia del territorio hasta la bella promiscuidad de mezclar el portugués y el español en el mismo poema. Rompe, así, las fronteras de su propia Babel y hace de sus dos lenguas una.

Por momentos, interpela de manera directa al lector, adquiere un ritmo activo y es casi como si se encolerizara (‘la clave para romper el horizonte a cuchilladas’). Surge una veta muy interesante cuando coquetea con la ironía y se desgarra junto a sus debilidades, como en el giro inesperado: ‘hoy me ha salido un gusanito del gusano que soy’. Por último, advierte que los libros nacen del tiempo. No por azar es una de sus obsesiones, su desvelo: ‘hay tiempo para el tiempo/ atado a los árboles’.

Aunque su osadía mayor está signada por la antropofagia de querer comerse el lenguaje producido por su propia materia. Nosotros, lectores, no requeriríamos tamaña prueba. Pero, en todo caso, bien vale celebrar su valentía. Y leerla. Con toda pasión.

Carolina Zamudio
Montevideo, 28 de marzo de 2017.

***

Selección de poemas
La piel de los caminos y otros poemas
Diana Araujo Pereira

 

La piel de los caminos

I

Bailan los vientos del sur al norte.
Próximo al margen se siente lo humano.
Corren en correderas las fuentes y las aguas.
La ruptura es nada más un desvío por aprovechar.
Viajar para contrarrestar la vorágine de lo externo.
Todo viaje va hacia dentro de los ojos.

***

II

Para Bethania

Salta por los ojos un paisaje de nubes que te toca los pies.
Si te subes por este hilo verás que el horizonte
se abre como boca hambrienta
y las esquinas te atrapan en el juego del goce.

Te entran ganas de escribir el horizonte.

Andar la ciudad es lo mismo que amarla
en este recoger despacio
en el cuidado del toque y la mirada.

Vivir la ciudad o probarla es un sello en el alma.
La memoria se pega a los pies
y caminamos sobre los recuerdos que guardan los pasos.

***

Triple Frontera

I
La frontera, el borde,
nicho de mercado
de frutos madurando
que caen por su peso.
La frontera, la margen,
conocimientos partidos
por puentes y calles.
Conocimientos atravesados
por caminos invisibles
de idas sin vueltas
de voces plegadas
de desveredas
pendientes.

La frontera, el borde, la margen.
Piel de gente y caminos
muros escritos por sus propios pasos.

***

II
Para Horacio Quiroga

Hacer correr el barco bajo un sol tan raro como este que se ve arriba, y que desde allá nos aplasta como gusanos.
Entrar al barco y observar cómo el agua se va por las manos, seduciendo las yemas de los dedos con la única frescura posible en esta tarde tan dura y extremada.
Qué tarde tan a la deriva del tiempo, una pobre parte de otro fluir, menos urbano y determinante; ella misma, como yo, busca un puerto o un lugar donde aparcar los ojos y apagar la excesiva luz, el tremendo ruido del mundo alrededor.
Arreglar el nudo de la corbata, atarlo y perfeccionarlo para escapar de la deriva; un nudo, una corbata, un lugar en el mundo y bajo el mismo sol de todos, compartido por tantos barcos que deambulan por nuevas (y siempre nuevas) aguas de ríos, por entre cruces y encrucijadas.
(Hoy me ha salido un gusanito del gusano que soy; de buena textura, blanquecino como el alba que ya no volveré a ver).

***

Mapa

Con los pies de indio no me pises la alfombra blanca.
Con los pies de negro no me alcances la sala principal.
Con esta sonrisa dudosa no me mires a los ojos
que los tengo seguros
que los quiero salvados de dudas o dolores.
He pasado ya el puente de la incertidumbre.
He cruzado el umbral de los tiempos duros y gastados.
Como en la mesa y uso adecuadamente los cubiertos.
Sé mantener el mantel y la máscara.
Cierro los ojos de noche y cuento las ovejitas blancas.
Duermo tranquila después de rezar.
Hoy tengo organizado el mundo
y mis pasos caminan sin vacilar por el mapa.
El mismo mapa que me dieron en la cuna,
que me hicieron tragar en la leche,
y que aprecio cómodamente
desde la ventana o la internet.
Ah! Y canto bien las canciones que enamoran o tranquilizan.
Con esfuerzo aprendí las perfectas consignas
con que mantenerme de pie
con que lavar la cara antes de acostarme
con que descansar el susto cotidiano de existir por acá.

***

XII

Por el borde del camino
por la frontera de arriba o de abajo
por las escaleras pisadas
(y vueltas a pisar)
de tantos siglos de caminar y seguir
comprobamos los descaminos del tiempo.
Sometidos al sueño imperecedero
(pero cargados de idiosincrasias y temblores)
tocamos los timbres del viento.
Somos tierra y cielo
participación incongruente
formas desconectadas
islas de amores y odios
que se sientan para el té de la tarde
o para ver el programa que nos toca en la tele.

Sorprendidos en la tierra del fuego
nos establecemos bajo árboles de frutos prohibidos
y rescatamos los sueños que flotan en el estanque del olvido.
Es nuestro quehacer diario.
Son nuestras preguntas cotidianas.
Labores corrientes que se esparcen
por territorios y tramas.

Hay gigantescos pasos
y otros tan chicos.
Hay nombres en los bordes de las cosas
colgados.

***

XX

La clave para romper el horizonte a cuchilladas es hacerlo cuando ya las luces estén
a punto de apagarse.
En las tinieblas, en la oscuridad de los ojos, es más fácil romper el camino
o destrozar las nubes que empañan la distancia insegura
que corre adelante.

Romper el horizonte con los pies también es posible, y más saludable,
desde que el gesto se detenga en el límite del canto o de las artes.

De cualquier manera, pagamos un valor específico por cada osadía,
por cada descamino creado desde los ojos, las manos, los pies, el hígado
o el corazón.

Romper el horizonte es, por tanto, arriesgado y difícil.
Hay que ponderarlo antes de intentar callar las distancias.
Tus pies en las calles desfloran la fauna y la flora de los días sacramentados.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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