LLamado a la poesía

Para los vivos, los muertos se reducen a aquellos que vivieron, mientras que los muertos ya incluyen a los vivos en su propio gran colectivo. John Berger. Doce tesis sobre la economía de los muertos.

 

Queridos poetas, no son tiempos para callar. Es necesario alzar los dedos, los lápices, apuntar al asombro, volver a pensar y a ser. En México han muerto, según las fuentes públicas entre 60 y 80 mil ciudadanos, el atentado contra ciudadanas es el pan diario; en Colombia suman 200 mil los informes contemporáneos y 200 o 240 mil los de la violencia bipartidista (antes del Frente Nacional). Es decir que más de 50 años de violencia nos han dejado, extraoficialmente, más de 400 mil muertos. Sin contar desaparecidos, en Chile 40 mil, en nuestro país 60 mil, cambie la cifra, súbale, sienta, cambie el nombre del país, del continente. Se escuchan tibiamente las cifras oficiales para Venezuela, se puede contar con ello. Un gran colectivo continental, una gran comunidad, reclama justicia.

Estos días he leído muchas preguntas,  incertidumbres, hipótesis y especulaciones sobre por qué escribir poesía y cómo escribirla o no, tengo además la propia duda acerca de lo que yo misma escribo. Incluso leí por esta misma revista un llamado a hacer silencio y no escribir acerca las víctimas. Después de preguntarme yo misma ¿cómo vivir ante tanto horror? Creo, como Badiou en su Manifiesto por la filosofía, en que los poetas le devuelven la pregunta por el ser al mundo. Creo que callarse es ser cómplice de la destrucción.

Creo como Cristina Rivera Garza, que ante el horrorismo solo nos queda un sí salvaje, pequeño y sagrado. También escuché a Dussel a través de las redes interpelando a los intelectuales en función de guardar silencio ante la violencia ejercida sobre el pueblo venezolano, prefiriendo la idea por encima de las vidas.  Respondo con este llamado a la poesía, porque el silencio nos ha enterrado, porque quienes nos reclaman están cansados de silencio y desde el espectáculo diario todo el tiempo se nos calla, y no. Hay que decirnos, hay que volver a la metafísica, al ritual del decir, después del silencio claro, aunque se utilicen los lenguajes de la técnica, aunque fallemos para el canon y para la vanidad.

Llenemos los papeles, las parades, los twitters y estados de Facebook de poemas. Ahora, más que nunca tiene sentido el taller literario frente a la minería. Lugares  donde cada cual, a través del común-dar, busque su lengua extranjera dentro de la misma lengua, si el problema de Babel fue precisamente el desborde de lo múltiple, no la in-comunicación. Escuchémonos en festivales, en lecturas, en video y por streaming, escuchémonos cara a cara, dignamente.

Es necesario condolerse, escuchar el dolor -que es llamado del otro- y aprender que el miedo también es una opción para alertar las alarmas y replantearnos la humanidad, la animalidad, el no quitarnos más la vida entre unxs y otrxs. Hay que seguir llenando de versos los días, porque el futuro que inventamos nos resultó insuficiente y los robots todavía no confían, no creen, en la fuerza que tiene la fragilidad de los brotes sobre la tierra. En medio de los reflectores, en la intermitencia, tal vez sea escuchado el mundo que canta, con nuestra ancianidad sobre él.

Escrito en Santa Marta, durante el Inti Raymi de 2017.

Angélica Hoyos Guzmán

Creo que la literatura es la vida. Investigo sobre las formas de la sobrevida en el mundo contemporáneo a través de la poesía y el arte. Colecciono indicios.

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