Ñomblo

Image: Txaro Franco

El mundo cada vez se ensancha más y más y nosotros nos hacemos más y más invisibles cada vez. No es una ecuación difícil de resolver si nos comparamos con los libros que se publican en el mundo a razón de uno cada quince segundos como se hace con el pan caliente, o con la cantidad de niños que mueren al día de hambre o de sed, o de hambre y de sed a la vez, y no hablemos de cantidades porque leerlo superficialmente ya es suficiente castigo, o con la cantidad de dinero que se roban a diario del erario público de (inserte país a su elección), tampoco cuantifiquemos, porque ninguna cantidad de dinero es suficiente para cobrar la impudicia de la insensibilidad, o con las mentiras oficiales que a diario se emiten de las entidades que mantenemos con nuestros bolsillos vacíos, por decir algo, una por habitante del territorio en mención, o con las decenas de miles de toneladas de comida que abandonamos a su suerte sobre los platos luego de comer, en espera de que otro venga a botarla a la basura por nosotros, porque una de las peores cosas es ensuciarse las manos con un crimen si tenemos cómo pagar a quien limpia, o con la casi nula vergüenza que tiene una iglesia que, en lugar de condenar a sus miembros que violan niños inocentes, celebran en un retiro espiritual que esté compuesta por hombres débiles y no por torres de marfil íntegro e incorruptible, o con la cantidad incalculable de artistas que son felices simplemente siendo, en soledad, sin un solo espectador que les aplauda su don, y con el tiempo libre necesario para no dañar el mundo con el ocio, o con la cantidad inentendible de dioses que rigen nuestros destinos como si fuéramos títeres, y porque lo somos por culpa de tanto dios suelto por ahí, o con cualquier otra avalancha de información que desconocíamos y que olvidaremos tan pronto aparezca la siguiente, o con el afán de ser otro, que no tiene ni siquiera palabra para expresarlo porque sólo serlo ensucia ya suficiente y de por vida. Así como no es un misterio para genios de la ciencia el deducir que gracias a nosotros, y a ninguna otra especie, el mundo está cada vez peor y, paradójicamente, cada vez mejor si comparamos, por ejemplo, la venta libre de armamento a la población civil con tal de obtener algo de dinero de más con los científicos que lo dejan todo para irse a investigar una bacteria esquiva al culo del mundo para desarrollar la cura para una enfermedad de la que ni nos enteramos en al ciudad por andar de cabeza en el mar sin fondo que es la tecnología de la medición del tiempo, o con un poeta solitario que, en el olvido más mísero, se muere convencido de haber hecho lo correcto aunque nunca lo suficiente, o con un lector que es capaz de detener o multiplicar el tiempo con el simple ejercicio de su don mientras los transeúntes lo señalan como si se tratara del eslabón perdido.

Pero no todo tiene por qué ser malo, ni más faltaba. Así como no tiene que ser bueno todo, faltaba más. Para eso nacimos grises, de todos los grises posibles, para estar en algún lugar, cualquiera que sea, del infinito caos. Por eso, cuando en la televisión o en el periódico se nos devele una verdad horrorosa, u horrenda, ser la solución y no el problema podría ser no estorbar, por lo menos, así como darle paso para que vayan directo al desagüe también es una opción viable y responsable, porque no estamos hecho para ser el basurero a donde todo viene a parar, ni el pozo sin fondo en donde las palabras caen para siempre y por siempre, ni la fosa común en donde nada tiene nombre porque todo es una sola cosa: olvido.

Sergio Marentes

Animal que lee lo que escribe. Cabecilla del colectivo poético Grupo Rostros Latinoamérica. Fue fundador de «Regálate un poema» y editor de la revista Literariedad. Colaborador de diferentes medios Hispanoamericanos con aforismos, poemas, articuentos, cronicuentos y relatos de diferentes tipos. Ha publicado el libro de relatos «Los espejos están adentro» y ocho libros de poemas que no ha leído nadie.

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