Fotografías de Andrés Felipe Rivera.
«Monólogo para dos actrices y un cerdo con gastritis». Colectivo Alebrije (México). IX Muestra de Teatro Alternativo de Pereira, 25 de julio de 2017.
Por: Jorman S. Lugo
Antes de empezar ¿Qué estaría haciendo si no estuviera leyendo esto? ¿Quién cree que sería usted si hubiera perseguido sus sueños?
Hay dos mujeres en una oficina. Cualquier oficina. Llevan el pelo suelto, los tacones están tirados junto a trozos de papel. Utilizan lentes de sol. Una abre un casillero y le prende fuego. Aprovechan, ambas, y comen malvaviscos. Es una fogata en cualquier playa a la luz de la luna. Solo que no hay arena, ni luna, ni mar. No se sabe si es verano, invierno o el fin del mundo. Hay personas sentadas, mirando a las mujeres. Espectadores impávidos. Algunos se levantan para mirar mejor, otros se hunden en sus asientos. ¡Ah! Hay un cerdo. Uno como cualquier otro. Un puerco universal. De los que se revuelcan en sus heces mientras comen y follan. Para ellos, todo es lo mismo. Una cosa no altera la otra. Lo importante es sobrevivir, ¿no? Y de paso ir engordando.
Ese es el centro de Monólogo para dos actrices y un cerdo con gastritis. Una obra llevada al escenario por el Colectivo Alebrije, de México, en donde se expone –con una estructura confusa, llena de idas y vueltas, de reflexiones, remembranzas, juegos con los espectadores–, lo que es la vida laboral moderna en una oficina.
Ahí están ellas, sonriendo. Con un vestido naranja que las resalta. Les deja ver sus piernas largas y finas. Cuando hablan, provocan. Es imposible no prestarles atención, no seguirlas con la mirada cuando se suben en una estantería, alargando su humanidad, volviendo la cabeza a todos lados. Son como serpientes encerradas, buscando escapar, recordando lo que alguna vez desearon. Bajan, suben. Sacan la lengua. Toman café. Se arrastran. Miran a los que las ven, con ojos ciegos, penetrantes, confusos.
Es complejo seguir el monólogo, porque está lleno de referencias internas, por el acento de ambas, y sobre todo, porque las mujeres se mueven constantemente, pidiendo rapidez mental y física. Es un tema complejo, que necesita frescura para la comprensión y más si se trata de un auditorio promedio, con pocos genios o seres brillantes. Ir contra el establecimiento por perseguir los sueños. ¿Eran nuestros sueños o los sueños que nos vendieron? ¿Soñar siempre fue tan libre? ¿Seguro que no cuesta nada hacerlo? ¿Quién fue el que nos vendió esta última idea y por qué la mercantilizaron? Ese es el lío. Todos quisimos ser algo que quizá nunca vayamos a ser. Siempre queremos ser algo más.

Ahí siguen ellas. Con una música de fondo que no las complementa. Un cerdo que las observa, con deseo. Su corbata lo demuestra, lo delata. Quisiera que el pastel tuviera partes de alguna de ellas. Y por qué no, de ambas. No habla, no les dice nada. Ellas pasan por su lado, se le posan de frente. Lo tientan. ¿Por qué los cerdos no pueden tener más de dos manos? Se debe estar preguntando. Las mujeres hablan hasta la emoción. Ahí se detienen. Toman aire. Trabajar y complacerse no siempre fue fácil.
No es la mejor obra, pero el tiempo no se siente correr. Las actrices tienen tanta fuerza que no dejan caer la atención, aunque no se les entienda. Mientras el cerdo, que es usted o soy yo o es alguna de ellas, se engorda de deseos y llora por hacer algo que lo mantenga vivo, pero no le da vida. Y esas son las mismas lágrimas que le arden en el estómago mientras folla, caga o siente hambre.
El público promedio no entiende cuando se acaba la obra. Solo las ve pararse, sonreír. Y ahí sí aplaude. Como si fueran grandes revelaciones las que dejaron. ¿Sí entenderían? Primero los tratan como cerdos, luego les recuerdan su cobardía, los castigan recordándoles lo asquerosos que son y al final, aplauden. Cerdos con lana. Trabajadores cansados. Jóvenes hambrientos. En su tumba Kafka se pregunta por qué ser un bicho raro y asqueroso le llevó a la eternidad.
Ahora, si llegó hasta aquí, no se sienta enredado. Vaya a alguna biblioteca y lea El Proceso. Si lo entiende, empiece por preguntarse ¿Cuáles eran sus sueños? ¿Alguna vez los persiguió? ¿Seguro que quería leer esta reseña? ¿Segurísimo que quería leerse El Proceso y saber quién era Kafka?