Ilustración de Simon Fusté De Bona, en El Dibujadero.
Sergio Marentes*
Premios literarios
A cambio de la paz al león le dan lo que pida
Los premios son para los espíritus libres
y para los amigos del jurado.
Nicanor Parra
Dejé de participar en concursos literarios
sin darme cuenta por qué o cuándo,
aunque sí para qué.
Ahora soy más libre,
menos rico
y peso menos.
Y soy menos amigo de los jurados.
Citaría a Bugarini,
(el crítico mexicano que también escribe bien,
uno que sí es escritor, en realidad,
aunque más de novelas, hay que decirlo,
pero no soy el más indicado para ello,
porque llevo ya casi treinta años malcorrigiendo cinco, seis o quince)
si digo que los premios literarios
son las risas grabadas.
Mientras tanto, en mi cabeza, suenan las de El Chavo del ocho.
Elija usted las propias
o invéntelas, si le parece.
Pero, volviendo a la cita,
además de estar parafraseándolo mal,
y hasta hacerlo demostraría que no tengo tanta gracia
como creen que tengo los que se ríen de mí,
sobre todo porque estoy sucio de pecado
y he sido siempre un escritor de los malos,
de esos que escriben poemas que no son poemas,
de esos que, además, como neones olvidados,
insertan uno dentro de otro y otro dentro de uno para atraer clientela,
como el que fabrica un embutido tóxico
y se atreve a cobrar dinero por eso,
como el que se atreve a cobrar por lo que escribe.
Suenan las risas grabadas de El Chavo del ocho.
(a L.B.)
Manuscritos en reproducción (o los libros no nacidos –o de cómo se puede regresar de la nada-)
Invocaré algunos dioses al azar
(es decir, no al azar, pero sigamos,
que los que nos dedicamos a este oficio
no somos la flor del argumento
ni el último veneno del futuro).
Algunos de los más prolíficos, para empezar:
Balzac, Salgari, Verne, Aira, Pessoa.
La única diferencia,
si no la peor, la mejor,
todas,
es que ellos sí hicieron libros de verdad
y yo sólo sé escribir manuscritos,
decenas y decenas de ellos
que combustionan mejor de lo que germinan.
Los salva,
eso sí,
que son perfectos para el olvido.
Citaría más dioses, pero me queda algo de vergüenza
y de mala memoria
u olvido programado, como lo llama la inteligencia artificial.
Para curarme, entonces, de la cobardía,
van algunos de los más abundantes, para terminar:
Saramago, Millás, Bolaño, Borges, Parra, Vallejo.
Máquina de escribir
Uno de mis amigos es poeta, sí,
un poeta de verdad.
Es santarrosano,
es decir, es una semilla que pasó a mejor vida,
brotó de una tierra en la que siempre crece la montaña
aunque la maldiga un hincha enardecido.
Tengo un amigo poeta, sí.
Y es uno de los tantísimos poetas que son más poetas que yo,
y es el mejor de entre los que son mejores que yo,
porque no lo sabe
ni se lo cree cuando se lo digo.
A lo mejor porque cuento a mis amigos con los dedos de una mano,
o porque la lotería se la ganan los que ella quiere,
o simplemente porque es un poeta genuino
y su trabajo no es creer ni escribir sino caminar
sin amonestar a los que titulan un poema porque sí
o sin explicarlo, porque no puedan hacerlo,
pero sobre todo, a los que maldicen a la tierra que lo hizo germinar.
(a A.M.G.)
Dedicatorias
Una amiga mexicana me regaló dos libros suyos
alguna vez
con el encargo de que no me comprometiera con la lectura de ellos.
Verdadera nobleza, pensé en aquel entonces.
Por eso los leí.
Hoy, después de algunos años de amistad,
me pregunto ciertas cosas.
Por ejemplo, si sabrá que hay un cuento suyo
que todavía leo de memoria,
como el mar que acecha cada tanto en mi vigilia,
como me sucede con los grandes maestros que tuve,
y aquellos sabios campesinos de mi niñez
que me lo enseñaron todo.
O por qué tuve que leer Samalayuca tan tarde.
Léase tarde como luego de haber escrito tanta narrativa de aire.
(a L.P.)
Corrección políticamente incorrecta
No hago sonetos
porque no sé dictarlos,
ni sé robarlos.
Eso como respuesta
a la pregunta que todavía no me hacen.
Poeta y vago
Si no me lo han dicho todo, se acercan.
Que mi prosa se parece a la de Bolaño.
Que hay algo en mí diferente a los de mi generación.
Que soy un escritor necesario para los tiempos venideros.
Que mis aforismos podrían estar en un libro de historia.
Que escribo siempre las mismas tres palabras de forma diferente.
Que debí haber sido el autor de la Biblia del Diablo.
Que esto y lo otro.
Que lo otro y que esto.
Que algo y otro poco.
No hallan qué decir para que no me dedique a la política.
Pero nadie me quiere salvar del cubículo.
Poemas de su libro inédito La primera y última crítica literaria
*1983. Narrador y poeta bogotano. Ha publicado colaboraciones en diferentes medios literarios de Hispanoamérica. Periódicamente publica columnas, artículos, cuentos, poemas y articuentos en dichos medios.
Además de haber sido incluido en diferentes antologías de poesía, aforismo y micronarrativa, de diferentes comunidades, ha publicado: (poesía) Un bicho cayendo con épica agonía; De un marzo los días todos; Leyes mudas de la mano alzada; Error binario del huevo de oro; Nuevos Cantos mañaneros, desafinados y mudos; Disentir de las paredes en blanco y (relato) Los espejos están adentro.