Imagen: Adolfo Cocchi
Como siempre me sucede, y como debe ser o como quiero que sea, de carambola me llegó una noticia que me hizo pensar, de esas que no importa si lo hacen tarde, porque nos hacen pensar, y pensar, se sabe, es atemporal y omnipresente. Resulta que dos físicos rusos pretenden llevar a cabo la idea de Tesla pero a escala mundial. Quieren producir energía para todo el mundo por medio de una torre de Tesla por la módica suma de un millón de dólares estadounidenses, y para esto han lanzado una campaña de microfinanciación colectiva por Internet para lograr recaudar el dinero y comenzar la elaboración de la torre, porque no hay alguien que les done tal cifra, como si fuera demasiado si lo equiparamos con el beneficio. Así de simple y así de complicado, como la vida misma. Complicado y simple, pero sobre todo por las equivalencias, porque con un millón de dólares estadounidenses se puede pagar la deuda externa de un país algo endeudado, el primer lugar en un campeonato profesional de tenis, el salario de un mes o una semana de algún futbolista de élite que no lo necesita ni sabrá si se le desapareció del banco (hablando de bancos, por cierto, sería como quitarle un pelo a un gato muerto si decidieran donarlo, pero los héroes siempre usan capa y nada es gratis en el mundo de los que ignoran cuánto dinero tienen), se puede también quitar el hambre y la sed de un puñado inmenso de niños moribundos, adoptar a todos los animales callejeros del mundo, cumplir con cada méndigo en la puerta de su iglesia de dotación y, de paso, con los que hablan desde el púlpito, sermonean y condenan, y que piden limosna con escopeta, digámosle diezmo, para no herir susceptibilidades. Se puede hacer tanto que no alcanzarían quinientas palabras ni quinientas mil para mencionarlo, tampoco una imagen o muchas imágenes. Pero se trataría, en la mayoría de los casos, de una especie de suicidio asistido, una inmolación o simplemente un harakiri con fines altruistas. Así, pues, que los más valientes, en realidad valerosos, pueden atreverse a desafiar la horma de los más poderosos y dar algo de su desierto, un grano puede ser, para que los animales de sangre fría que nos habitan tengan con qué cubrirse al piel en el momento en que está más alto el sol, llamémosle apocalipsis.
El caso es que, desde entonces, cada que me llega a la mano un billete o una moneda lo guardo para crear un proyecto similar pero con libros. Veremos qué sucede; si consigo, por lo menos, que todo el planeta sepa leerlos, aunque no lo quiera o no lo pueda, pero ojalá porque no deba.