Por: Daniela Gaviria Piedrahíta (*)
Aunque ahora parezca descabellado no pensar en una invasión de zombies de hielo, hace poco, hubo un tiempo en que todo el mundo no estaba obsesionado con Game of Thrones. Pocos querrían nombrar a su primogénito Tyrion, la televisión estaba libre de dragones y lobos gigantescos, y decir que el invierno está cerca era sólo predecir el clima. Las librerías no estaban atiborradas con ediciones de lujo de los libros de Canción de Hielo y Fuego. Para entonces, parte de la experiencia de Westeros, incluía a menudo quemarse los ojos no con fuego valyrio, sino leyendo los larguísimos libros que inspiran la serie, en pdfs bajados de blogs de aficionados. No cabía quejarse: el destino del lector con ojos fritos era ciertamente mucho mejor que el de los personajes dentro de los libros. Para fortuna de los nuevos lectores y espectadores, Game of Thrones ha estado invadiendo el consumo de entretenimiento de forma creciente durante los últimos 7 años y acceder a su contenido y mercancía es cada vez más sencillo.
Desde el estreno de la primera temporada, en 2011, esta serie de televisión se convirtió en un verdadero fenómeno en la cultura pop: en 2015 rompió un Récord Guiness al ser el drama televisivo con la transmisión simultánea más grande de la historia: 173 países. Ese mismo año, en la 67º presentación de los premios Emmy, se llevó 12 galardones, más que ninguna otra serie de ficción hasta la fecha. Para 2016 se convirtió en la serie más pirateada de la historia. Con el estreno de la séptima temporada el pasado 16 de julio, alcanzó 10,1 millones de espectadores, superando su propia marca. La serie ha sido parodiada, referenciada, pirateada y retransmitida en todo el mundo, y ya su efecto en la televisión, la ficción y su consumo es innegable.
Después del éxito de las películas de El Señor de los Anillos, a comienzos de la década, la ficción fantástica se mantuvo dirigida a los fans de la fantasía y a públicos jóvenes. El éxito de Game of Thrones puso al género fantástico en el prime time: nunca antes se había visto una serie de TV fantástica con un éxito tan abrumador. Los libros que la inspiraron pasaron rápidamente de ser una biblia nerd a convertirse en una de las piezas de ficción definitivas de la década.
El éxito de la serie no se dio por arte de magia. Aparte de tener una producción muy minuciosa y presupuesto enorme, Game of Thrones proviene de una larga tradición dentro del género fantástico. Los libros de Canción de Hielo y Fuego de G.R.R Martin, pueden clasificarse dentro de la fantasía épica y, particularmente, dentro de la alta fantasía. Estas historias se caracterizan por estar ubicadas en un mundo secundario, imaginado e independiente del “mundo real”. Requieren una dedicada construcción de mundo en el que se desarrolla la historia: geografía, política, cultura, lenguas, razas. Incluyen elementos fantásticos y mágicos que son fundamentales para el desarrollo de la trama. Esta es a menudo compleja e incluye numerosos personajes.
Las historias de este género han estado fuertemente inspiradas por el Señor de los Anillos de JRR Tolkien, que alimentó generaciones de autores encantados por su mitología ficticia. Estos continuaron escribiendo mundos fantásticos basados en el estándar de mundo de su paradigma. El género se vio inundado entonces por tierras mágicas de inspiración europea, poco diversos y con bases fantásticas y mitológicas relativamente similares. El género no era tan popular entre el público general y menos en la televisión. Los dragones, la magia y las criaturas imposibles quedaron lejos de la audiencia mainstream, consumidas por chicos o fanáticos del género.

Ahora bien, Game of Thrones se alejó de la fantasía tradicional en tanto mezcla el escapismo, fundamental en toda ficción fantástica, con todo el realismo que le cabe a una serie sobre un mundo donde los dragones son posibles. La trama es cruel e impredecible, los personajes más queridos mueren, se cometen errores y el mundo es caótico y a veces sin sentido. La historia se mantiene lo suficientemente cerca a su audiencia con personajes entrañables y dramas humanos y políticos, pero a la vez esto ocurre en un universo lejano e imposible. Estamos a salvo de que recuerde demasiado al mundo real: estamos a salvo su violencia increíble. Esto lleva a la fantasía de públicos específicos a generales, siendo refrescante dentro de su género y para la televisión en general. Game Of Thrones es pues accesible tanto para los fans de la fantasía como para quienes solo quieren ver una historia entretenida.
Una de sus fortalezas más grandes está en la complejidad de sus personajes y en lo que conectan sus historias. Las gentes de Westeros hablan, actúan, piensan y a veces hacen tonterías como cualquier persona real lo haría si se tuviera que enfrentar a la traición, la política, y claro, los dragones. Son más reales que otros personajes de fantasía, pues en Westeros no hay gentes imposiblemente majestuosas ni perfectas, no hacen discursos elaborados y como en la vida real, les suceden cosas azarosas e injustas. Este realismo hace más creíble la existencia de elementos fantásticos dentro del mismo mundo.
Por otro lado, el público al que se enfrenta Game Of Thrones es bastante menos idealista que el que leía fantasía clásica. Los personajes de las historias tradicionales tienen compases morales más o menos definidos, el bien triunfa sobre el mal, el elemento fantástico es mucho más fuerte a la hora de sustentar la trama. En estas historias los finales azucarados y los personajes perfectos o completamente malvados, son parte de la fantasía: tan increíbles como los monstruos.
Por otro lado, bien podría ser más inspirador ver valentía, honor, audacia representados en personajes imperfectos, moralmente cuestionables, que de quien ya se espera obligada bondad. Y es que es Game Of Thrones nadie es totalmente bueno. En Westeros los personajes pueden ser impulsivos, incoherentes, fracantamente estúpidos y brillantes: se parecen a las audiencias, que tienen potencial para ser todo eso a la vez. Un señor oscuro sin rostro no aterra tanto como la crueldad de un Joffrey Baratheon: solo el primero es definitivamente imposible de encontrar. Westeros está más cerca de nosotros que otras tierras fantásticas.
Otro punto interesante del universo de Game of Thrones es que la trama no se sustenta tan pesadamente en elementos fantásticos. Priman las historias y los personajes humanos: no hay elfos danzantes, ni animales parlantes y generalmente los problemas no se solucionan con magia. El elemento fantástico solo complica las interacciones entre las personas en tramas creadas por ellas mismas. Lo sobrenatural es solo una de las cuantas cosas que pasa en este universo. Se acerca al mundo real, pero conserva lo que la hace tan atractiva: cierto nivel de escapismo, dragones, espadas y la estética particular de la alta fantasía.
Sin duda, podemos decir que Game of Thrones se ha convertido en el fenómeno de cultura pop de la década, influyendo fuertemente en la forma en la que se hace y consume televisión. Por otro lado, su éxito masivo, definitivamente le dio un nuevo aire al género fantástico, tanto en la literatura como en la televisión, pues la acercó a las audiencias haciéndola popular de nuevo. Con el final de la séptima temporada, la espera por la octava y última, los cuatro spin-offs de Game of Thrones planeados por HBO para futuras adaptaciones, los dos libros faltantes y las historias cortas publicadas esporádicamente por G.R.R Martin, tendremos Westeros para durar largos inviernos venideros.
(*) Daniela Gaviria Piedrahíta. Psicóloga. Pacifista y eternamente enojada. Siempre quiere estar en otra parte. @eorlings en Twitter.