Llevo unos días encerrada, son pocos, pero al fin he logrado sentir el tiempo como una continuidad inquebrantable, como un bloque infinito, o acaso me esté pasando lo contrario, tal vez ya no siento el paso del tiempo; lo cierto es que todo este asunto del que pretendo hablarles tiene que ver con la percepción del tiempo. Ahora mismo podría decir que el silencio es absoluto, si no fuera por el sonido de las teclas mientras escribo. La vida parece ir más despacio en los lugares silenciosos. Cuando el agua se decanta no produce ruido, si los monasterios y templos son lugares libres de ruido es porque el silencio favorece el proceso de decantación de la gente.
La razón por la que no he salido de la casa es el asunto que me impulsó a escribir esto, luego de semanas, o tal vez meses, -como se imaginarán esta cuestión del paso del tiempo es un tanto difusa para mí-, llegué a la determinación, digamos: a la feliz auto-imposición de no salir de acá hasta que no sea absolutamente necesario. ¿Que cómo llegué a tal imperativo? Verán, fueron muchos días de estar intentando ponerme en acción, días intentando concentrarme en la ejecución de alguna de todas esas ideas que tengo de animaciones y demás, días intentando domar la mente, pero cada vez que salía retrocedía en mi proceso de encarrilarme, así es que decidí no salir, y funcionó.
Los últimos días han sido un continuo frenesí creador, todos mis problemas desaparecieron. Somos como radios intentando sintonizar emisoras, la emisora más bacana de todas es la más difícil de sintonizar, si uno se mueve así sea un milímetro pierde la onda. Yo me conecté y no quiero moverme, pero tendré que hacerlo (ya se acabó el mercado). Esto del ánimo creador es un sistema muy delicado, sumamente sensible y exclusivamente solitario.
Bien, no entendi lo del silencio y el decanto.