El día 23 de mayo de 1973, Ernesto Volkening (editor, ensayista y crítico alemán radicado en Colombia desde 1934) recibió de Nicolás Gómez Dávila siete volúmenes mecanoescritos de los Escolios a un texto implícito. Esta “primera edición” difiere principalmente desde el punto de vista estilístico de la edición definitiva de 1977, y tiene dos características importantes que vale la pena resaltar. En buena medida, amplía la posibilidad de verificar los cambios escriturales, las variantes, las correcciones que el filósofo colombiano realizó antes de su publicación. En segunda instancia, estos mecanoescritos llamaron tanto la atención de Volkening que al comenzar la lectura, inició también un encuentro intelectual que permitió llevar a cabo una serie de comentarios, glosas, apuntes a los Escolios leídos.

Estos fragmentos autógrafos (aún inéditos) fueron escritos a lápiz en cuadernos escolares, cinco en total que fueron obsequiados por Volkening a Gómez Dávila y que hoy hacen parte de la colección adquirida por la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, gracias a la conservación que de ellos hiciera el propio Gómez Dávila. Mientras en una página escribía los escolios elegidos, en la siguiente incluía el comentario, testimonio de una lectura que ante todo vivificaba su interés y enriquecía su inquietud a partir de las reflexiones diversas que le generaron. Volkening pues, tuvo el privilegio de acceder a la obra inédita gomezdaviliana, señalándole al propio autor su descubrimiento en los siguientes términos:
Si algún don de la naturaleza acaso descuelle entre mis modestas facultades, es el olfato para lo bueno y exquisito in artibus et letteris. En este instinto que raras veces me abandona debo apoyarme cuando le aseguro que un libro de tal trascendencia no se volverá a escribir en este siglo, ni aquende ni allende el océano.
De acuerdo a lo que expone Volkening, ha hallado una auténtica epifanía literaria y filosófica. Revela por tanto una veneración y simpatía con la obra en la cual el criterio crítico de tipo académico se margina por completo para dar cabida a la exploración vital de quien no sólo hace manifiesta su admiración sino también el acogimiento de unas perspectivas que salvo en algunas ocasiones son asumidas con reserva. Es desde esta óptica como los fragmentos de Volkening adquieren una tonalidad mucho más atractiva. Se trata de una actividad que nutre el ámbito de las ideas desde una percepción auténtica y singular cuya raíz es el fundamento de cualquier encuentro espiritual ante una obra. Esta dinámica cumple pues su cometido y su principal sentido en el hecho de asumir la lectura desde una perspectiva vital, si se quiere, un modo de vida. No es la lectura, ni en este caso su proyección hermenéutica concretada en la escritura de los comentarios, condicionadas por el fetiche academicista de la puntuación o citación en papers. En cambio, en el tono personal que nutre esta labor se amplifica y al mismo tiempo se concreta el objetivo de su hallazgo: la revelación y el diálogo explícito con unas ideas que dan sentido y también problematización a la existencia.

Esto es justamente lo que Volkening encuentra a través de la lectura y los comentarios hechos a Gómez Dávila. Con el fino olfato para reconocer la magnitud de una obra como la del pensador colombiano, supo indicar y establecer sus atributos dando al traste con el obtuso criterio que todavía hoy rige en la academia y por el cual se registran rechazos ante una filosofía que se margina del canon, tanto por lo que manifiesta como por su forma de expresión. Por supuesto, tal como aconteció con Gómez Dávila, Volkening rechaza el enfoque profesional de lo que por el contrario, es una actividad espiritual libre, ajena al rigorismo y encasillamiento burocrático, estatal y funcional en que se enclaustra cuando pierde su vínculo originario, como expresión de un cuestionamiento de índole vital totalmente íntimo y singular.
Sin embargo, lejos de aparecer como un conjunto de comentarios dispersos y desordenados, los fragmentos de Volkening tienen también unas rutas definidas desde las cuales su hallazgo gomezdaviliano converge en líneas de interpretación con cierta consistencia. En primer lugar, destaca la precisión estilística que caracteriza la escritura del bogotano, exalta su pulcritud estética, pone en evidencia la genealogía de su concisión. De igual manera, ciertos tópicos recurrentes ilustran la inmersión en el laberinto de Gómez Dávila. Son expuestos por Volkening de tal forma que logran identificarse ciertas rutas de acceso. En ese sentido, la conformación de una interpretación teofánica de la modernidad, la apreciación anti-historicista, la concepción trágica de la historia expuesta además en el énfasis dado a la singularidad y por tanto, al carácter plural que se desprende de allí en los recorridos de la historia, la exaltación de la cosmovisión mágica y religiosa, son manifiestos recurrentes dentro de los intereses de un lector que en este caso, subraya los problemas sin llegar a trivializarlos, mucho menos, sin llegar a convertir en fórmula lo que en su origen está determinado por su complejidad.
Los cuadernos de Volkening estimulan la lectura de una obra como la de Gómez Dávila. Pero en ellos mismos es factible encontrar un recorrido que tiene en los sentidos expuestos y principalmente, en su índole estrictamente personal, su valor más estimable. Por ello, el lector habrá de continuar su propia búsqueda, reiniciar el diálogo, comprometer su confort. Cada quien debe introducirse en los laberintos confrontando su capacidad singular de comprender lo ajeno a partir de sí mismo.