Por: Juan Guillermo Ramírez
No he aceptado jamás un papel que no corresponda realmente con mis propias ideas. Cuando hago un papel, es necesario que yo lo crea. Lino Ventura.
Yo no soy un payaso y mi vida me pertenece. ¿Cómo un hombre que lanza este género de frases no sería amado por una inmensidad de público? Perteneciendo a la misma ‘familia’ integrada por Jean Gabin, Simone Signoret, Alain Delon, Lino Ventura fue estimado por lo que fue: sus papeles y su vida se confundieron. Con lucidez afirmó: No soy capaz de ser actor enamorado que trae en sus manos un ramo de flores, hoy; mañana Ricardo III y pasado mañana un empleado de una estación de servicio.
Muchos fueron los personajes encarnados por Lino Ventura –su nombre verdadero fue Lino Borrini, nace el 14 de julio de 1919 en Parma y muere en París el 22 de octubre de 1987-. Llega a Francia en 1927 y más tarde se convierte en organizador de combates de boxeo. Obtiene el título de campeón de Europa en lucha libre. Marc Maurette, el asistente de dirección de Touchez pas au grisb, lo encuentra y le propone a Jacques Becker, quien debe realizar la película y busca un ‘manager’ de origen italiano. Becker lo contrata y sus compañeros de reparto a Jeanne Moreau y Jean Gabin. El encuentro con este último es determinante para Lino Ventura, su físico lo conducirá algunos años a papeles de asesinos. Becker lo llama y le propone el personaje de ‘marchand’ de cuadros que compra a bajo precio en la obra de Modigliani en la película Montparnasse 19.
En ese mismo año (1958), Louis Malle le propone un papel, del comisario Chérier quien inculpa a la pareja asesina –Jeanne Moreau y Maurice Ronet- en Un ascensor para el cadalso. Su físico impuso una imagen y un estilo que jean Louis Bory definió como cerrado, secreto, con una economía convincente.
Lino Ventura fue, en sus actuaciones, un buen hampón y un buen policía. Estas dos facetas de un mismo misterio –el marginal y el que detenta la ley-, fueron puestas con gran valor por parte de grandes directores como Henri Decoin y Julien Duvivier, quienes le dieron a los años cincuenta los colores sombríos de la entre guerra.
Los jóvenes realizadores, al margen de la ‘nueva ola’, escribían para Ventura, papeles complejos: Louis Malle, Claude Sautet y Claude Miller. Aún, Jacques Becker, ese mago de lo cotidiano, quien fue el primero que supo utilizar al actor. Años más tarde, el joven crítico de cine francés llamado Jean-Luc Godard escribe para ‘Cahiers du cinema’, una implacable crítica sobre Le fauve est laché de Maurice Labro; Todas las características del vulgar pequeño género policíaco aquí tienen lugar. Si Lino Ventura tiene a convertirse en nuestro Humphrey Bogar, haría bien en escoger mejor a sus directores. Y Lino Ventura le responde: Siempre hago lo que quiero.
Si alguna vez Luis Buñuel hubiese filmado un policial, es probable que se pareciera a Una mariposa sobre el hombro, realizada por Jacques Deray en 1978. De hecho, uno de los placeres del film es encontrar ‘buñuelismos’ que los guionistas Jean-Claude Carriere y Tonino Guerra situaron en distintos puntos de la historia. Su planteo es hitchcockiano: el hombre inocente que se encuentra involucrado en una trama criminal sin quererlo, sin entenderla y sin lograr que nadie le crea. Pero está escrita eliminando deliberadamente todas las explicaciones racionales que suelen ser lo menos interesante de los films de Hitchcock. Ni siquiera se sabe qué contiene la valija que opera como macguffin movilizador de todos los acontecimientos. El protagonista (que nos importa desde la primera escena porque está interpretado por Lino Ventura) sigue la invisible línea de puntos marcada por «ellos» sin alcanzar solución ni aclaración alguna y con la única posibilidad de ofrecer resistencia, al menos hasta cierto punto.
Entonces filma con directores veteranos, eternos emigrados de la Europa Central: Geza Radvanyi, en Douze heures d’horloge, William Dieterle en Los misterios de Agngkor y Michel Boisrond en Le chemin des écoliers y Le bateau d’Emili.
Pero el verdadero éxito se asegurará en los magníficos papeles que culminarán con su vida de actor en Garde a vu de Claude Miller y con el placer de ser el sucesor de Jean Gabin en Jean Valjean en Los miserables de Robert Hossein.