En el collage: un poema de Alejandra Pizarnik.
Presentamos una selección de poemas de la poeta bogotana Diana Carolina Daza Astudillo*.
La Singer
Abatida por el frío que envuelve la casa
la vieja Singer olvidó contar historias
los niños no creen que su pedal es un barco
ni su rueda un timón que dirige los sueños.
Sus dedos ya no cosen
la fatiga de andar un día tras otro
los uniformes para el colegio
el dobladillo del pantalón
el vestido de domingo de la muñeca.
Nadie escarba entre sus cajones
buscando el hilo que remiende el paisaje
de una generación de pequeños animales
mezcla entre panteras
pájaros y hormigas
con corazón de ballena azul.
El ojo de su aguja
afectado por el juego cotidiano de la vida
dejo de respirar.
Como un cíclope enfermo
se oculta en la soledad de la casa.
La clase de piano
Como queja de lluvia
agitando la piel de los viejos tejados
viajaban las manos de la maestra por el piano.
Como migajas de pan fresco
las notas se fueron clavando
en las paredes de la memoria de la niña
mancándole el camino hacia la jaula
donde envejece cantando
para cumplir su condena.
Coleccionistas de sombreros
Tejidos con viento de campo
canto obrero
grito de la tierra
con cintas al cuello:
azules, verdes y rojas
cuelgan los sombreros
en los muros del corazón de la amada.
Cada uno guarda el recuerdo
del recorrido por un pueblo
calle arriba
calle abajo
de la mano de su románico coplero.
Soles de trigo y mango
fueron testigos de las confesiones mudas
que acompañaron sus pasos.
Calle arriba
calle abajo
fueron los amantes
coleccionando sombreros
para sellar la historia de su amor
en cada viaje.
A cada patio le corresponde una despedida
Mueren los patios
porque los pájaros
ya no buscan la clandestinidad de su abrazo
para levantar sus nidos
cuando las huellas de perros
dejan de ser llovizna, desorden y mugre
el silencio saltando lazo con el silencio
es lo único que los sacude.
El patio de mi casa muere
porque los viejos han comenzado a enfermarse
y con ellos las plantas
que agonizando se preguntan:
¿Ahora, quién calmará la sed?
Carta a Alejandra Pizarnik
El hastió por un padre, una madre y una hermana, condenados a los buenos modales. Demonio oculto bajo un rostro agrietado por la juventud o ángel incomprendido buscando la libertad en una habitación cubierta de sombras y fotografías.
Sartre y las anfetaminas. Sasha, Flora, Buma, Blumita o Blímile o todas juntas desangrándose en las páginas. Una cajetilla tras otra consumida a escondidas. Olga, Liz, Julio y Bretón. El reposo en un pecho de cuarenta, el deseo ausente en una boca de veinte, el amor como naufrago, la soledad como gobierno.
Alejandra, tu nombre ensordece, puedes estar tranquila, dejaste de ser esa pregunta tartamuda, rebotando en un abismo.
Carta a Dacia Maraini
Tus noches de fin de año llegaron como el verbo que conjugaba el tiempo en el que viajábamos en casa. Fue difícil escapar de ese cuadro que pintabas con tus palabras. Ese espacio blanco cubierto de agua rota y cuellos torcidos.
Llegaste con tus noches de fin de año y tu dragón de oro, para recordarnos que estos últimos días en casa han sido un largo y sostenido gemido de dolor. La música de mi madre y su cáncer, con su colección de cajas de hidromorfona y dextrosa. Ella que ya no habla, no se mueve, no mira con amor.
Mi madre, esa herida en la que todos hemos ido cayendo.
Carta a Diane Arbus
He venido a hablarte de la admiración que sentí al entrar en el cuarto oscuro donde revelaste la belleza de personajes horripilantes y termino entregándote el retrato de una mujer mutilada por su propia mano. No me lo estás preguntando, nadie lo pregunta, pero este estado de infertilidad en las palabras es miserable.
Sin que mis páginas florezcan, insisto en escribir, pero solo una pesada capa de musgo, que cambia de verde a gris, de gris a negro, se extiende sobre ellas. Mis palabras no han alcanzado a ser más que leña verde, fetos de pájaros y tigres y cometas sumergidos en frascos con formol, puestos sobre la repisa de los intentos fallidos.
Carta a Fátima Mernissi
Fátima de estrellas, mientras tú crecías danzándole a Alá, yo trataba de ordenar una serie de milagros y oraciones y estigmas, material del Jesús en el que me correspondía creer. Sin embargo, eso no fue impedimento para descubrir y descubrirnos en otros dioses, para peregrinar otras creencias.
De tu rostro recuerdo los ojos, quienes me revelaron los misterios de tu pueblo, el deseo de las mujeres de tu casa por escalar muros y atravesar montañas.
Tuve miedo de visitar esos patios de los que me hablaste, mi infancia no tuvo budud que controlara mis juegos, ni Amed que custodiara mis puertas. Envidié las visitas clandestinas al cine, la fuerza de una madre que se resistía a convertirse en estatua, esas ventanas prodigiosas que se abrían cada vez que te reunías con los tuyos a escuchar las mil y una noches.
Fátima de lunas, algunas veces me cansó, quiero detenerme, ¿Te pasa lo mismo verdad? Algunas veces no queremos amar, sino que nos amen, no queremos volar sino quedarnos tendidas en un prado fresco, respirando lento a esperar que la noche tienda sus sorpresas sobre nuestro lecho.
Carta a Hannah Hill
Visito la última madrugada del año, mientras intento terminar la carta para el holandés y aparece la sombra de tu hijo Hannah, ese que nació para robarte la voz y los aplausos. Mientras su nombre crecía, las luces de Lily Harley se apagaban en el cartel
y con ellas la música del piano en tu cabeza, los ramos de rosas, las fotos en el diario.
Perdiste el recuerdo de los besos de Sydney, el calor de las luces del music hall, los viajes a New York, los cumpleaños de George, el sonido de la máquina que remendaba el hambre.
Te imagino sentada junto a la ventana del Cane Hill, rompiendo galletas con las manos creyendo que son hojas secas. Sonríes, cantas, tejes en el aire.
Te ves tan tranquila, pienso que quizás no te perdiste de nada, las madres sufren, los rostros de la guerra son otros, pero aún nos condenan al miedo, las cámaras de gas ahora abren sus llaves en nuestro pensamiento y el hambre y la pobreza de la humanidad, aun son ese paisaje que a nadie le importa.
Carta a Vincent Van Gogh
Tus pinceles y tus telas, como esta pluma, como tantas otras manos que en el mundo pintan y escriben y sangran, saben que una negativa de amor duele igual en Arlés que en cualquier esquina de América. Ingenuos, nos entregamos como hogueras a los andenes sin luz, a las jaulas de circo, a la boca del tren, esperando un poco de calor.
La fiesta siempre se apaga y seguimos solos. Si el amor fuera tan fácil como comprar sombreros, pinceles y calentadores de gas, nuestras deudas no serían una larga lista de fracasos y despedidas. ¿Cuántas veces te dejaron con la mano extendida en un baile de besos?
Una cuenta de hospital se paga con la venta de tres cuadros, la cuenta de un corazón roto, la pagamos con la vida.
*Diana Carolina Daza Astudillo. Bogotá 1980. Promotora cultural. Directora del proyecto editorial independiente Piedra de toque. Textos suyos han sido publicados en revistas de creación literaria y suplementos de Colombia, Ecuador, Chile, Venezuela y México. En el 2003 publicó con la colección Aquí estamos decena de la editorial Funcreta, el poemario El abrazo de los días grises, en el 2010 participó en la publicación colectiva Domingo, vendedor de globos con el laboratorio de escritura de las América. Participante del taller de escritores de la Universidad Central en el 2005 y el taller de cuento ciudad de Bogotá 2015. En el año 2013 editó el poemario El Nacimiento de la Gargolena con la colección estampillas poéticas y en el 2014 su poemario Los demonios y la lluvia fue editado por el proyecto Pirata Cartonera. Actualmente trabaja con el proyecto CREA del IDARTES, como artista formadora de talleres de literatura para niños y jóvenes.