Lo que tembló fue el cielo

*Por Olivia Teroba

Fotografía: Santiago Arau

 

 

 

  1. Desde este martes 19 de septiembre los días se convirtieron en una masa espesa, donde apenas se distinguía la singularidad de los acontecimientos que se nos vinieron encima. Sentimos angustia en esa hora y media en que las redes de celular no sirvieron, y no supimos nada de nuestros seres queridos. Estrés, cuando la ayuda se requería en todos lados, pero esos lugares nos quedaban lejos y no podíamos hacer nada más que buscar frenéticamente una oportunidad de apoyar, o esperar impacientes a que surgiera alguna. Tristeza: cuando nos enteramos de que la muerte cayó de pronto sobre alguno de los nuestros. Euforia, al encontrar bajo la piedra y el polvo a una persona viva, lastimada pero viva, que tomó nuestra mano, sujetándola con fuerza para asirse al aire, al exterior. Rabia: cuando llegaron los uniformados, dispuestos a organizar labores donde no se requería su presencia. Desesperación: policías en la entrada, estorbando el paso a los brigadistas, confundiendo el flujo de la información, afirmando que no se necesitaba nada, que no cabía más gente, que ya no había vida, que era mejor irnos de ahí. Buscamos la esperanza perdida en un sótano que al final resultó inexistente. Y luego llegó la impotencia: camiones repletos de ayuda desviados de su camino. Gente en la calle, exigiendo que atendieran el suministro de agua potable. Sí, ese líquido del que casi estamos totalmente hechos, que duerme bajo nuestro asfalto y que inunda nuestras calles la mitad del año.
  1. Cuando me lavo las manos recuerdo, por fragmentos, un verso de Mario Benedetti, que trata sobre la muerte del Che Guevara: Da vergüenza el confort, y hasta el asma da vergüenza. Tener hambre y comer, esa cosa tan simple. Cuando tú comandante estás cayendo. Mi primera reacción después del sismo fue tomar la bicicleta para ir a encontrarme con mi novio. No podía comunicarme con él. Recorrí cinco kilómetros angustiada. El tráfico paralizado, los oficinistas caminando confusos, alterados, hacia su casa. Casi choco con un señor que venía caminando entre los autos. La gente miraba fijamente su teléfono, atenta a la menor señal de que las comunicaciones se reactivaran. Una mujer comentaba con otra: mi hijo está en la Condesa y dicen que ahí se cayó un edificio.

Mi segunda reacción fue resguardarme en casa con él. Mi casa, pienso, es un lugar seguro. Sólo tiene dos plantas y, según he consultado en mapas, está fuera de la superficie de la ciudad que antes era un lago. Al llegar revisé mis redes sociales, para buscar a un amigo que trabaja cerca de las zonas afectadas y no tiene celular. Entonces leí las noticias. Miré fotografías. Llamados de ayuda. Algo en mi memoria se activó. Palabras que había visto en libros de historia, en crónicas, en periódicos viejos, o recordaba de charlas con gente mayor: brigadista, escombro, cascajo. Los topos. Voluntarios. Quise salir de nuevo pero era tarde y los dos estábamos exhaustos por el viaje en bicicleta, evadiendo autos, vidrios y escombros. Pensamos en hacer algo, cualquier cosa, aunque fuera pequeña. Salimos hacia la Cruz Roja más cercana para hacer algún donativo en especie, pero no encontramos ninguna farmacia abierta en el camino.

  1. “Digo yo, pero ya se habrá entendido que se trata de una simple convención. La primera persona del singular sirve para acompañar la voz de los demás, a eso se reduce su significado. Para un narrador post-exótico, entre la primera persona y las demás, no hay ni siquiera el espesor de una hoja de papel para cigarros”.

    Post-exotismo en diez lecciones, Antoine Volodine.

  1. Unos días antes, en esa prehistoria antes del sismo, ya tan lejana, cuando estábamos abstraídos en nuestros asuntos, seguros de que no podíamos hacer nada para cambiar las cosas, y recordábamos con remordimiento e impotencia a nuestros 43, a nuestras 10 mil mujeres muertas por feminicidio desde hace cinco años; cuando pensábamos que los 170 mil asesinatos relacionados con el narcotráfico desde 2006 eran algo terrible pero inevitable, vi en internet una viñeta que realizó el argentino César Agite. El título era  Hoy, en clases de sensibilidad y empatía. Una mujer señalando un letrero apuntaba: Basta reemplazar el ¿Dónde está Santiago Maldonado? por el nombre de la persona que más quieres en el mundo. Entonces puedes sentir cómo se te parte el corazón.
  1. En este país coexistimos con tanta violencia que ignorarla es un ejercicio de salud mental. Pero los edificios destrozados a dos cuadras no se pueden negar. La gente atrapada en los escombros tampoco. Las personas durmiendo en las calles fuera del edificio de al lado. El amigo desalojado indefinidamente. La vecina con crisis nerviosa. Mi madre llorando al teléfono.
  1. Algo que ya había ocurrido antes, que estaba en la memoria, despertó. Nos agrupamos para ayudar. De a poco nos organizamos. Unas veces con más fortuna que otras. Sobran anécdotas de tortas que se echaron a perder, de centros de acopio que enviaban sus cosas a un centro de acopio que las enviaba a otro más. De robos. Pero hay casos de éxito que no se cuentan. Los ciclistas que alcanzaron a una ambulancia, para indicarle la dirección donde se le requería con urgencia. La ferretería que regaló todo. El suero que salvó a los brigadistas de la deshidratación. El chocolate que comió la voluntaria que llevaba diez horas ayudando sin parar.
  2. Después de utilizar la bici para mover medicamentos y herramientas de centros de acopio a zonas de derrumbe por un par de días, tuve que quedarme a descansar en casa. Estaba molesta conmigo misma por no tener la condición física para ayudar más. Decidí entonces coordinar desde ahí, difundir información de primera mano sobre necesidades en zonas de derrumbe, albergues y centros de acopio por redes sociales. Me llamaron por teléfono: Necesitan suero y comida caliente en Chimalpopoca. Otra llamada: No, espera, están a punto de levantar, me dijo un soldado que terminará la búsqueda. Poco después: Están llegando granaderos a la zona. En la noche recibí un testimonio en audio, gracias a una amiga:

“Vivimos un desalojo súper violento, muy innecesario, se empezó a culpar a las compañeras de la brigada feminista de provocaciones, eso no fue real, las provocaciones vinieron desde la mañana no dejándonos entrar (…) finalmente lo que se quería era limpiar (…) Pero no somos ningún escombro, no es una fábrica que hay que limpiar porque eran puras migrantes”.

 

  1. 72 horas después del derrumbe, el lugar donde estaba la fábrica textil de Chimalpopoca quedó limpio. Se encontraron 21 cuerpos y seis personas fueron rescatadas con vida. Se dice que salieron antes del derrumbe del edificio, unas 25. Una vecina, en entrevista para Chilango, cuenta: “Trabajaban unas 60 personas, en total, casi todas mujeres. El problema es que para entrar había que pasar por dos puertas de seguridad, con huella digital. Sólo podían salir de una en una. El edificio se cayó unos minutos después del sismo, pero no tuvieron tiempo para salir.”
  1. ¿Quedó algún muerto solitario entre los escombros removidos a prisa, entre el cascajo que se llevaron las máquinas? ¿Alguien sin familia? ¿Alguien muy lejos de casa para que otra persona viniera a buscarlo?
  2. En el documental No les pedimos un viaje a la luna, que cuenta la historia del surgimiento del Sindicato de Costureras después del terremoto del 85, podemos ver a militares discutiendo con las familias de las víctimas, mientras algunos uniformados cargan ganchos con ropa, cajas fuertes, máquinas de coser y material de costura a una camioneta. Ahora, pese a que tenemos a la mano más dispositivos de grabación, sólo sabemos por algunas fotos dispersas en redes sociales y por testimonios, que a lo largo de la búsqueda se “rescataron” varios rollos de tela.
  1. No se sabe cuántas personas estaban en la fábrica, ni quiénes eran los dueños. Tampoco aparecieron los planos del edificio. Los sobrevivientes no han hablado, se piensa que esto tiene relación con su situación migratoria.
  1. “De los 194 fallecidos en la capital, solo 68 son varones, mientras que 126 son mujeres, según las últimas cifras que ha aportado el Gobierno de la ciudad. La hora en la que sucedió el terremoto aporta un dato clave para explicar esta disparidad de cifras. Entre los edificios colapsados había un gran número de viviendas y eran mujeres las que principalmente estaban en casa a las 13.14 del 19 de septiembre cuando la tierra tembló”.

    Una nota de El País, 27 de septiembre.

  1. Los cuerpos de las mujeres no son escombro.
  1. Desde el martes 19 de septiembre algo se agolpa en mi pecho y quiere salir todo el tiempo. Quiero hablar con alguien, quiero gritar, quiero caminar por la ciudad y ayudar. Quiero salir en bici, trasladar víveres y herramientas. Quiero buscar por lo que quedó en Chimalpopoca hasta que aparezca una evidencia. Quiero ver a mis amigos, quiero abrazarlos. Sé que varios lo han pasado fatal estos días. Quiero solucionarlo todo. Quiero llorar. Todo el tiempo quiero llorar. Llevo nueve días con las lágrimas atoradas en el cuerpo porque sé que no tengo razones para llorar. Porque estoy bien y sé que hay gente que ha sido más fuerte que yo. Los admiro y entonces me aguanto las lágrimas.
  1. Pero a veces es necesario. Es necesario llorar para curarnos y entender. No estamos solos, y eso es un alivio. Aprendimos a confiar. Mientras repartíamos acopio en las bicicletas, los organizadores apenas nos preguntaban nuestro nombre y número telefónico por si surgía algún contratiempo. Una chica alta, con acento norteño y las llaves del auto en la mano, se ponía de acuerdo con el encargado para llevar de un Centro de Acopio en la Roma, hasta Xochimilco, varias cajas víveres. Le preguntó si quería una foto de la entrega, cuando llegaran a su destino. Él, un completo desconocido, la miró a los ojos y le respondió: Confío en ti.
  1. “Recuerda, hijo, que el cielo sobre el D.F., primero, hace tanto, era azul, después fue blanco, después fue gris y después se volvió negro como la noche eterna…Entonces, una mañana, lo que tembló fue el cielo y el cielo se cayó sobre la tierra, que ya no dejó de temblar, y ahora no se sabe dónde empieza uno y dónde termina la otra. La ciudad como una inmensa casa sin techo. El suelo en las nubes. El techo en el piso…Y nosotros en alguna parte”.

    Mantra, Rodrigo Fresán.

  1. Hay un post en Facebok que dice que los psicoterapeutas japoneses recomiendan no exponerse a un estado constante de emergencia, ya que es muy desgastante para cuerpo y mente. Afirma que muchas personas, incluso las que vivían a mil millas de la zona de desastre, sufrieron estrés postraumático hasta dos semanas después. “Los síntomas más comunes son: pérdida de apetito, insomnio, falta de concentración, sentido de culpa, fatiga constante, anhedonia (inhabilidad para experimentar placer o gozo)”. Recomiendan tranquilizarse, no desesperarse por ayudar.
  1. Antes de seguir, te invito a que cierres por un momento los ojos. A que tomes aire, profundamente. Inhala. Exhala. Siente la vida que perdura dentro de ti.
  1. En los funerales aztecas las personas lloraban, pero no solo de tristeza, también como una especie de purificación para el que moría.
  1. Los terremotos, en la mitología japonesa, son creados por Namazu, el dios bagre. Takemikazuchi, dios del trueno, debe someterlo con una roca, pero a veces se distrae o se cansa de su tarea y Namazu se zangolotea. Para resarcir el daño, Namazu hace un suicidio ritual con su espada, y de su barriga surge riqueza para la gente. La riqueza de Namazu viene de adentro.
  1. Dicen que un lugar seguro se encuentra en las columnas de las construcciones, o al apoyarse en los muros de la casa que se consideren más fuertes. En los marcos de las puertas, en medio de la calle pero lejos de los postes de luz. Estos días descubrimos que un lugar seguro es cerca de la gente en que confiamos.
  2. Dijo Sabina Berman en su columna de hace unos días en El Universal:
    «En este sismo se cayó la pirámide de Poder y brotó la fuerza de México encarnada en su sociedad civil. Que no se nos olvide. Que no se nos olvide. Que no se nos olvide.»
  1. Menciona Ignacio Padilla, en Arte y olvido del terremoto, que nuestro olvido del 85 tiene que ver con la apropiación institucional del discurso solidario y el tratamiento en medios: “la  sobreinformación, el llamado a la calma, la minimización del desastre, la repetición que tranquiliza y el sensacionalismo que reemplaza el duelo con el morbo, la velocidad y la fragmentación del anecdotario del dolor, la renuncia al análisis, la sujeción del público a la inmediatez utilitarista en merma de la profundización en las causas y consecuencias del acontecimiento”.
  1. Una constante en la gente deprimida es no poder levantarse de la cama. Yo tengo una ligera depresión desde hace varios años, y he descubierto un secreto: abrimos los ojos antes de que llegue la tristeza. Así que al despertarse, hay que incorporarse de inmediato, para evitar que la apatía se abra paso a través de los pensamientos. Me pregunto cómo podríamos hacer para que a estas ansias de ayudar no se las lleve el desánimo.
  1. Leído en la red: “El sismo es natural, la tragedia no.”
  1. “‘La corrupción pudo haber matado a muchas personas. El famoso cártel inmobiliario puede ser uno de los grandes asesinos en este terremoto’, dijo Salvador Mejía, de la firma especializada en prevención de lavado de dinero Asimetrics”. Nota del Huffington Post, el 22 de septiembre.
  2. “Los pies en la tierra” decimos para alabar la cordura. Y de repente, el suelo se echa a andar, no hay amparo: todo lo que era firme se viene abajo.

    José Emilio Pacheco.

  1. Hace un par de meses vi hablar a un periodista que conocía a Nadia Vera, activista asesinada en un departamento en la Narvarte. Era una charla pública sobre violencia, en el teatro El Milagro. Nos contó que días antes del asesinato de su amiga, había recibido un correo de ella, diciendo que se sentía perseguida. “Se que no hubiera podido hacer nada, pero todavía me duele no haberle respondido”, nos comentó. “Soy abogado, defensor de derechos humanos. Y no vamos a dejar de trabajar. No vamos a dejar de denunciarlos. Pero les pido por favor, a todos ustedes, que se cuiden. Que cuidemos a las personas que queremos. Es lo mejor que podemos hacer”.
  1. Foucault afirma que conocemos los principios del pensamiento antiguo con una jerarquía invertida. Se refiere a “conócete a ti mismo” (gnōthi seauton) y “cuídate a ti mismo” (epimeleia heautou). En la cultura grecorromana, conocerse a sí mismo era en realidad una consecuencia de cuidarse. Considera, además, que el cuidado de sí implica relaciones con otros, ya que el individuo, a través del trabajo, actividad, conocimiento y técnica que implica el cuidarse, puede ocupar en su comunidad el lugar más conveniente.
  1. “La vida es vulnerable, solo con cuidados se vuelve sostenible”.

    El manifiesto de la agrupación Senda de cuidados.

  1. Pienso en cuando nos despedimos de una persona diciéndole Cuídate, y esa palabra intenta, con todo el ahínco del mundo, protegerla. Pienso en cuando un desconocido, algún taxista que me deja en la puerta de la casa, o la persona a la que pido indicaciones de cómo llegar a determinado sitio, después de que le doy las gracias, me responde Cuídate. Pienso en cómo, durante estos días, nos hemos cuidado mutuamente.
  1. Lucía Valencia, Marisol García Walls y Roberto Cruz Arzábal, crearon un blog llamado Cuéntanos dónde estabas, en el que recopilan anécdotas de personas que vivieron el sismo. Las palabras no alcanzan para curar el horror, ni la rabia ni la impotencia. Apenas para compartirla. Sé que escribir literatura en estos momentos puede parecer inútil. Y que la realidad está superando por mucho a las ficciones imaginadas. Pero confío —en estos casos todo se trata de confianzas— en que la escritura pueda tocar de otra forma la realidad. Quizá con las palabras se puedan fortalecer las redes invisibles que tejimos estos días, sin darnos cuenta, desplazándonos de un lugar a otro para ofrecer ayuda. Y quizá también puedan ayudarnos a guardar estos días en la memoria, para no olvidar.

CDMX, 28 de septiembre de 2017

 


*Olivia Teroba (Tlaxcala, 1988) estudió Comunicación y Lengua y Literaturas Hispánicas. Obtuvo el XLV Premio Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés” en 2016. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2015 a 2017, en el área de narrativa.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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