Hoy voy a hablar otra vez de Lana. Es lo que vende, por lo que veo. Lana, ya sabéis, es mi exnovia hondureña-mexicana-mulata cuya vida estoy desentrañando con bisturí en mi novela Alana Carnegie. Creo que no le va a gustar leer ese libro a la pobre. En fin, vuelvo a escribir sobre ella porque la semana pasada hablamos. Dos veces. En mi cumpleaños (4 de enero) y en el suyo (7 de enero). La segunda vez conversamos con cámara y todo. La vi. Estaba en Tela (Honduras), en la playa. La verdad es que tenía un aspecto estupendo. Yo también, según ella. Hablamos un buen rato, como una hora, cada uno en el idioma que utiliza en su cotidianidad, ella refiriendo eventos que a mí me parecen idílicos e imposibles, eventos relacionados con la brisa, la pesca y las palmeras, yo refiriendo eventos que a ella le parecen, me imagino, frenéticos, delirantes, vacíos: escenarios, focos, giras, cámaras, autógrafos…
¡Qué difícil es construir dos largas carreteras paralelas!: los caminos son convergentes hasta que se cruzan en un punto y comienzan a divergir. El camino de Lana y el mío componen un aspa perfecta. Hoy ella lleva una vida sencilla y a mí me organizan cada minuto en una agenda pero, si recordáis, Lana era actriz cuando la conocí y yo ayudante de producción. Ella era la de los focos y yo el de la sombra, y lo que en aquel entonces afirmábamos sobre nuestro destino es lo contrario a lo que hemos cosechado: Lana decía que quería tener una carrera larga (de largo aliento, decía) y trabajar con grandes directores y protagonizar su existencia; yo decía que aspiraba a tener una existencia más sencilla, más elemental, porque sentía que desde ese estado se podía acceder a la calma, que era la antesala del gran salón de las riquezas… Bla, bla bla. Todo al revés, todo falso. Ved quién soy yo en realidad: en esta foto que me hizo Joe Fernández estoy actuando con la banda en un teatro de 2.345 localidades. Lleno total. Reconozco que me encanta. En ese mismo momento, seguramente, Lana se paseaba por la orilla del mar rodeada de gaviotas.
Ahora se va a enredar un poco la historia. Espero ser capaz de expresarme con claridad. Veréis, yo deseaba hablar con Lana, retomar contacto con ella, desde hace mucho tiempo, pero no quería dar el primer paso, no quería tomar la iniciativa. Se me ocurrió entonces que podía escribir en alguna revista literaria (Literariedad, en este caso) y hacer crónicas de mi vida en Berlín y de las giras. Así, a través de mis textos, le mandaría señales a Lana y conseguiría que ella se pusiera en contacto conmigo.
Y así, hasta el día de hoy, con ese objetivo, he estado mintiendo como un bellaco por aquí. Comencé escribiendo artículos en los que Lana era la protagonista. Eran declaraciones de amor, confesiones en las quedaba claro que seguía enamorado de ella. La mayor mentira de esos primeros textos era que yo expresaba mi convencimiento de que Lana no leía las columnas, cuando en realidad sabía perfectamente (tengo mis informantes) que sí las leía. Eso les daba verosimilitud a las mentiras menores. Pero no funcionó: mostrarme débil y apesadumbrado y abandonado y nostálgico no surtió ningún efecto, no al menos el efecto que yo buscaba: su llamada o su mail o su mensaje. Entonces cambié de táctica y apliqué la psicología inversa: escribí sobre otras mujeres para despertar sus celos. El cebo perfecto fue mi última columna, la que publiqué hace quince días, titulada Daos por muertos. El tema principal era el horóscopo y el tránsito entre lo humano y lo espiritual, pero mencionaba de pasada a una cantante brasileña con quien yo había compartido escenario y “cierta intimidad”. Esa expresión, ambigua, iba dirigida a Lana. Y picó el anzuelo. Dos días después de publicar la columna (2 de enero) me escribió. No contesté al mensaje. Dos días después (4 de enero), en mi cumpleaños, me llamó y hablamos.
La conversación que tuvimos el día 4 fue breve porque yo me quedé sin palabras al oír su voz. La del día 7, ya viéndonos a través de la cámara, fue más fluida. No obstante, yo seguí mintiéndole. Lana me preguntó por la cantante brasileña y yo me hice el interesante para que pensara que sí había pasado algo con la cantante. Hasta hoy. He decidido acabar con la farsa y no mentir más. No me lleva a ninguna parte. La cantante brasileña existe, por supuesto. Compartí escenario con ella en tres grandes conciertos aquí en Berlín. Yo canté algunas canciones suyas y ella cantó algunas canciones nuestras. Pero nada más. Como la brasileña, hay otras muchas artistas con quienes comparto escenario en las giras. También hay muchas fans que vienen a vernos. Pero nunca pasa nada con ninguna. Esa es la verdad. Lo que yo quiero es amor. Cantar, dejar todo en el escenario, y luego tumbarme en la cama boca arriba y que Lana, u otra mujer que me comprenda, se acurruque en mi hombro. Respirar juntos. Soñar juntos.
Ahora, ya que tengo un arrebato de sinceridad, me pregunto: ¿me comprende Lana con su vida sencilla?, ¿la comprendo yo con mi vida agitada?, ¿nos comprendíamos antes con su vida agitada y mi vida sencilla?, ¿es el aspa, boca arriba o boca abajo, un equilibrio? Desde el escenario, sensible, balanceándome, contraído y dolido, desde lo más profundo, con toda sinceridad, respondo que sí, que yo creo o siento que sí. Y sé que no miento. Pero no sé si me miento.