Les presentamos siete poemas de la obra harto heterogénea del poeta cubano, Dolan Mor.*
Arte poética
«No hables en tus poemas del ruiseñor
de Wilde, ni menciones amor, perfume, labio o rosa»
–me dice en los manuales Ariel Rivadeneira–
y yo evito poner en cada verso escrito
un ala, algún jardín, la luna de Virgilio,
y hasta a veces me niego, sentado
en el alféizar, a mirar las heladas
del invierno en España, porque queman
las ramas de los árboles todos y la niebla
me invita a escribir con nostalgia
«y ese signo, nostalgia, –me dicen
los manuales– es señal del pasado,
y se debe escribir sin alma, con estilo,
igual que si torcieras el cuello
de una garza con desprecio en tus dedos».
«Habla de cibernética y de física cuántica,
menciona blog, pantalla, correos
electrónicos» –me aconsejan los críticos–.
Y yo sumo las cifras o despejo ecuaciones,
digo leyes, neones, sistemas invisibles
que arman genios, científicos.
También menciono genes, vídeos,
ordenadores, y hay instantes, incluso,
que hablo sin meditar y construyo asonantes
al decir aeropuertos, submarinos, aviones
y algún laboratorio (…), móviles, cines, clones.
Pero aunque logre versos posmodernos
siguiendo los consejos de sabios
que hablan de poesía como hablar
de la historia, de mercados, teoremas
que establecen los pliegues en las cuerdas
del tiempo, no he logrado escribir
el poema perfecto, e incluso
cuando leo alguna línea aislada
de Wilde entre las sábanas, y todos
mis maestros (con diplomas de masters
y perfil de doctores) se divierten
en bares o en los pubs de internet,
yo lloro como dama sin remedio
y me jode el viejo de Quevedo,
y me arriesgo, en la cama, a que digan
los críticos en los post o en revistas:
«¡qué anticuado y qué griego se volvió
Dolan Mor leyendo a los antiguos!,
si hasta le creció un día, encima
de las cejas, (en lugar de la gorra
ladeada sobre un piercing) un ramo
de laurel…
Pero logró dos cosas: pasar
imperceptible delante de los hombres,
como dijo Epicuro, y escribir con la espalda
inclinada en la hoja, sin cederle la mano
al influjo variable del tiempo y de las modas».
Confesiones
Al principio yo anhelaba ser el príncipe
de la poesía, el rey de las palabras,
un ministro de los poemas con una medalla
sobre mi oscuro pecho, una corona de oro
alumbrando con su dorada luz mi noble cabeza.
Después, bajé mis metas y me propuse ser
un licenciado, un doctor en gramática,
políglota, un James Joyce, usar barba,
un abrigo negro hasta los tobillos, las gafas
circulares, la pipa entre los labios
recitando los versos de Charles Baudelaire.
(Recuerdo que tenía la foto de Vallejo
debajo del cristal de mi mesa de noche
y, mirándola, apoyaba mi rostro y mis manos
cruzadas encima de un bastón con el puño
de plata, en forma de león, para creer
un instante que mi nombre era César.
–Incluso estuve preso por parecerme a él.)
Me decía a mí mismo frases de Kierkegaard:
“para el hombre que aspire a triunfar en la vida
existen dos caminos: ser César o ser Nada”.
Y yo lo repetía con la convicción de que era
(sólo faltaba tiempo) un dios o hijo de un dios.
Sin embargo, las cosas han cambiado y mi punto
de vista se cayó en un abismo. Ya no aspiro
a ser príncipe, ni ministro, ni rey, ni políglota
un día, mucho menos deseo ser Joyce o Baudelaire
porque ambos están muertos, y un hombre,
si está muerto, vale menos que un perro.
Ahora aspiro a las cosas sencillas de la vida.
(Me lo dijo Ray Carver y nunca lo entendí.)
Miro el agua de un río sin pensar qué es el agua,
me acuesto entre la hierba y disfruto del sol.
Pienso, respiro, siento cómo limpia el oxígeno
mi sangre, mis pulmones, late en mi corazón.
Soy feliz con vivir sencillo, aspiro a eso:
Posado, como un pájaro, sólo quiero una rama
para cantar mis versos, también una ventana
para mirar el mundo, aunque no tenga un piso,
ni un palacio, ni un templo. Un marco,
una ventana para asomar mis ojos, humilde,
con asombro, sabiendo que soy polvo,
y, debajo del cielo, un animal o nada.
Hoy estoy…
Hoy estoy con Vallejo, más abajo de mí,
más piedra que las piedras, más herbolado, plano,
más de lado, herboherido, más herido sin ti,
desnadado, sin carne, sin símbolo ni símbala,
Hoy estoy sin Vallejo, más abajo del fui,
más gris que la grisura, más grisantemo, añil,
azul en parpadeo, el dedo que me palpa la tristeza,
me tiembla, merosamente, ahí. Hoy no estoy,
me voy lejos, sin mi sombra, sin ti,
sin mi nombra, sin vi, hoy me marcho al bravejo,
en enllanteo, pueril, verenjeneo al viento, siento la sien
latir…Hoy lloro, encebolleo, laboreo en mi fin,
si no estás, me babeo, veo tu flor, perdiz,
hoy cuerveo, me enciego, quiero existir sin mí.
Darien
Decía Darien que los ojos de un escritor,
para ser transparentes, deben estar secos.
En el esfuerzo hacia la transparencia
está la sequía de la mano y la sequía
del espíritu al deslizarnos por el tobogán
hacia el lago (aquí el lago funciona
como la superficie de la hoja).
A un nivel del pensamiento el estilo
se aquieta, el agua de la mente sube
y se equilibra. Si por ejemplo escribimos
«mi estudio», deben equilibrarse las ventanas
con los cuadros en las paredes; la puerta
con el espejo; las lámparas del techo
con la oscuridad que proyectan
las cortinas y la cama sobre el suelo.
Los muebles deben de llenar el vacío
de la misma forma que las palabras
llenan los espacios en blanco o los silencios.
Nada debe faltar en el viaje hacia la
transparencia al escribir. Incluso los errores
nos conducen a la perfección y cada tachadura
es el signo que induce a una página perfecta.
Después vienen las tuberías o el desagüe,
aunque si quisiéramos hablar con seriedad
en la escritura lo primero es lo último. Y al revés.
El primer mueble en el estudio de un escritor
debe ser el cesto de basura (Ernest Hemingway,
Libro de Oro de las Citas, página 183).
El tiempo tiene sus formas
El tiempo
tiene sus formas
de fragancia
(vuelve Ashbery),
en cada movimiento
de las horas
late la muerte
y late al revés
el espejo que mira
nuestro rostro.
Igual la curva
de las emociones
decae,
la carne
se hace blanda,
el pensamiento,
áspero
y cansado,
nunca nos abandona.
Es como hablar
encerrado
en un cuarto desierto
sin puertas de salida,
un laberinto
de arenas
con pétalos
en la mente
del huésped perdido.
El caballo y la trucha saltan
El caballo y la trucha
saltan en el estanque
de la muerte.
Uno a orillas del hilo
de plata,
el otro entre las costuras
del tejido de acero.
Son los factores
del desamparo
quienes me acompañan
siempre (al azar),
la válvula incluso
de la rosa líquida
lo que permite observar
el movimiento
de los animales simbólicos,
en acción.
Así el caballo
soy yo mismo
reflejado en el agua
del espejo,
y la trucha es mi espíritu
que labora y labora
contra la perpetuidad
de la Dama Violeta.
Alguien ha colocado un ramillete de orquídeas
Alguien ha colocado un ramillete de orquídeas
sobre la superficie de una cámara de hielo.
Se diría que crecen sin sentido esas flores
silvestres en la estepa blindada de la muerte,
sus pétalos de negro fuego, el perfume
amarillo de una máquina de aceites leves.
*
Es un contraste aquí, sobre la piedra de un cuarto
congelado, un almacén abierto de metales
con puertas donde sólo se observan carnes
de ciervo eldii, perniles desangrados, patas
de nobles liebres, rostros de un faisán hembra
que mira sin maldad (sus ojos de un cristal asustado).
*
Las botas de los cazadores dejan huellas sin número
sobre las charcas de sangre, el sudor que discurre
debajo de sus cueros dibuja el invisible cuño de los mercurios.
*
Así y todo, no sé, alguien ha colocado, junto
al ramo de orquídeas, unos guantes azules
de proteger sus manos a golpes de neveras
y todo me seduce ahora entre ese humo
que desprenden los cuerpos de muertos animales.
*
Veo a mi alrededor un jardín que me invita
a escribir un poema que mencione en sus versos
esas flores de orquídeas, esas gemas de luz
que nombrara Teofastro como raros testículos.
*
Pero no escribo nada, prefiero contemplar
las orquídeas (reales) de mi imaginación, sobre la escarcha
de la cámara de hielo, como si fueran el último
instante de eso que los hombres llaman “vida”.
Dolan Mor. Pinar del Río, Cuba. Sus poemas han sido traducidos a numerosos idiomas y varios de sus libros han merecido diferentes premios nacionales e internacionales. Es autor de la tetralogía Maladie bleue (nombre francés de la enfermedad Tetralogía de Fallot o Mal azul). Maladie bleue es una colección de libros híbridos y experimentales que se inspira en la obra esencial de Lewis Carroll y en la Fuente Q de los Evangelios. Los títulos que componen Maladie bleue son: Poemas míos escritos por otros(volúmenes I y II); Después de Spicer (volumen III); y Dolan y yo(volumen IV), todos publicados en España por la editorial Aduana Vieja.
GRACIAS POR LOS POEMAS, SON MUY BUENOS