Tomamos el nombre de esta edición de uno de los versos del emblemático poema de Elizabeth Bishop, porque consideramos que así como detrás de los premios literarios hay quienes adquieren toda la experiencia posible en recibirlos, con obras monumentales o mediocres, también existen quienes, contra todo pronóstico y sentido común, se vuelven peritos en la derrota. Adquieren, en la mayoría de las veces contra su voluntad, el arte de perder.
Para estas personas va dedicado este poema, va dedicada esta edición.
Un arte
No es difícil dominar el arte de perder:
tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas,
que su pérdida no es ningún desastre.
Perder alguna cosa cada día. Aceptar aturdirse por la pérdida
de las llaves de la puerta, de la hora malgastada.
No es difícil dominar el arte de perder.
Después practicar perder más lejos y más rápido:
los lugares, y los nombres, y dónde pretendías
viajar. Nada de todo esto te traerá desastre alguno.
He perdido el reloj de mi madre. Y, ¡mira!, voy por la última
—quizás por la penúltima— de tres casas amadas.
No es difícil dominar el arte de perder.
He perdido dos ciudades, las dos preciosas. Y, más vastos,
poseí algunos reinos, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue ningún desastre.
Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto
que amo) no habré mentido. Por supuesto,
no es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces
pueda parecernos (¡escríbelo!) un desastre.
El arte de ser estoico o por lo menos parecerlo, no hay desastre, solo un arañazo, que se disimula, después de la pausa, siguiendo en el empeño, de fracaso en fracaso se anda lejos pero no se llega a donde se ciñen los laureles…