Por Graciela Maturo
Notas sobre el libro de Agustín Mazzini: El cielo no termina de quemarse. Primer Premio del Concurso para poetas jóvenes “Bustriazo Ortiz”, El Suri Porfiado, Buenos Aires, 2017.
Cuando el poeta habla del cielo no se refiere solamente al anillo de aire y nubes que rodea la tierra. Es innegable que se sitúa en “lo abierto”, que excede el horizonte del entorno inmediato para expresar una oculta o reconocida inquietud metafísica, a la cual se abre desde el hecho mismo de asumir una dimensión cósmica. Esto es innegable para quien lea sin prejuicios el primer libro de Agustín Mazzini, joven poeta que se diferencia netamente de la mayor parte de su generación, abocada a discursos repetitivos y preocupaciones “objetivistas”. Este breve libro, con justicia premiado, da cuenta de esta diferenciación que, desde luego, podrá ser, en el futuro, auto-reconocida y profundizada, o dejarse morir como un hallazgo pasajero.
Hasta el presente, sin caer en absolutismos, su poesía hace lugar a un lenguaje propio, y a un imaginario simbólico que pugna por imponerse entre notas culturales, observaciones ciudadanas e inquietudes amorosas de un estudiante universitario. Este caudal, ejercido con gracia e inteligencia, no llamaría la atención si no fuese – a mi criterio- continuamente avasallado desde la conciencia propiamente poética, simbolizante, que dicta frases no dependientes del orden descriptivo o de la reflexión inmediata, como solo se oyen el piano y los violines de Babel, el trazo ciego de la mano que toca los relojes muertos, o bien esperando a que el lenguaje se crispe y caiga el rayo del ángel exterminador… Son expresiones que pertenecen a otro nivel de discurso, a otro orden de pensamiento, orden que se liga a lo profético y sublimador, pero también a una vertiente demitificante que impone: el amanecer es una bicicleta devencijada que arde como bala dentro del soldado agónico…
La abundante simbolización se bifurca en una doble dirección: por un lado la del amor, no solamente dirigido a alguna muchacha, siempre unitivo y mistérico; por el otro el espíritu satírico, destructivo, tocado por la melancolía eterna de no ser el amor. Pero siempre conserva la intensidad, el compromiso del sujeto “agónico” es decir combatiente, la cabeza expuesta a los vientos de la intemperie como lo pidieron Hölderlin o Cernuda en sus fulgurantes poemas.
Gaston Bachelard nos ha enseñado a reconocer familias de poetas ligados por la vigencia arquetípica de alguno de los elementos: aire, fuego, agua, tierra. Indudablemente, a Agustín le correspondería ser considerado entre los poetas del fuego y del aire. Su lenguaje se nutre de esa esfera, sus verbos favoritos son llamear, quemarse, arder, carbonizar, consumar y consumir con violencia, metamorfosear, transformar, destruir, abordando también otro arquetipo no incluido por Bachelard pero implícito en su espectro, como la Luz, que conlleva a su contrario, la Sombra, representada por la Noche. Resplandecer aparece como culminación del llamear, del quemarse, así como el agua, símbolo de aquietamiento y purificación, es mencionada en un poema dedicado a la madre.
Mucho nos dicen los vocablos en su densidad simbólica, en su exceso de significación no puramente denotativa. Es interesante apreciar la frecuencia de la palabra corazón, palabra ligada por excelencia a la interioridad del sujeto, en este joven poeta que no elude la primera persona, las percepciones directas, los recuerdos de infancia, la mención no ingenua de la casa natal. Nombra a la sangre, la noche, la ceniza, la piedra. El color azul, predilecto de Darío, que Borges quiso suprimir en un momento que luego negó y corrigió. También el espejo, siempre ligado a la vida espiritual. Dentro de este universo que le es familiar no debe extrañarnos la mención de los ángeles, y también los demonios, que se muestran próximos, ligados al devenir de una etapa infernal.
Justamente, un aspecto que sorprende es la consideración del tiempo actual, siempre como telón de fondo de la experiencia subjetiva. Agustín Mazzini siente y vive la presencia de un tiempo caído, desangelado, en el cual sitúa su quehacer. Así lo dice su poema “Prólogo”:
Este libro se recordará como el cajón pequeño
donde el autor guardó las manos que desordenaban su vida.
Su corazón oscuro dice “ en estas páginas
una casa se derrumba, un perro ladra
para espantar su propio reflejo en la pared”
El mensaje viaja rendido en una botella:
la palabra siempre es la marea.
Hay una mirada sobre sí y sobre la propia creación que no es corriente, y no solo a su edad. Esa mirada indica autoconciencia, apreciación de cada paso recorrido, formación de una identidad poética que avanza en la experiencia y en el propio conocimiento, ciertamente apoyado en el arte, especialmente el cine, y en otros poetas: Pere Gimferrer, Leopoldo Panero y otros más. Las tres baladas que conforman la parte final del libro constituyen un homenaje al cine, y a la imagen artística en general.
Estas son las principales notas que apunto de este breve, singular libro, por momentos arrebatador, acaso emblemático de nuevos vientos que empiezan a soplar en la poesía argentina.
He elegido un poema, entre varios, para ejemplificar –a mi juicio- su mejor nivel. No he de analizarlo, pero se percibirá, entre otros detalles, el peso musical de los endecasílabos que prevalecen entre sus versos. El poeta ha renunciado a uniformarlo sobre ese eje, pero igualmente impone un orden armónico al poema, sellado por el ímpetu y la belleza.
Amanecer
Homenaje a Pere Gimferrer
Las imágenes de oro, los caballos
de la luz, el clavel que arde en el aire
carbonizado resplandece, nombra
los rubíes traslúcidos, sus gritos.
estrellas extenuadas y rendidas.
Centellean las sombras relucientes
del tiempo, los metales luminosos,
y en el capó de los autos azules
la claridad del día es un relámpago
estallando en silencio. El mar alza
su corazón llameante, sus banderas
(esto es como un teatro, como un cine),
su boca carmesí brilla en las ruinas
del bosque del pasado y el presente
toca con guantes de seda muy blanca
los ojos de la muerte, el cristal.
Quien escribe este poema no puede pasar desapercibido entre los poetas argentinos de distintas edades y envergadura.
MUY BUENO