Vengo a decir, a lo mejor en búsqueda de algún premio literario, que una de las más grandes críticas a los premios literarios, y a todo tal vez, es un haiku de Borges —uno de los míos— que dice: ¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga? Por su parte, el crítico y escritor mexicano Luis Bugarini afirmó más directamente: «Los premios literarios son las risas grabadas». También podría servir para aplicar a mi premio, aunque si me lo preguntan, me quedo con la luciérnaga del viejo sabio.
Otro de los míos, quizás el más mío de todos, es Nicanor Parra. Alguien que, como pocos, obtuvo el más grande de todos los premios literarios: la unanimidad de sus lectores y la crítica y, ahora que murió, por fin la inmortalidad con lacre oficial. Aunque don Nica ya lo había dicho antes en uno de sus discursos, de esos que más parecían poemas o viceversa, lo mandó a repetir con su nieto en el discurso de aceptación de nada menos que el Premio Cervantes: «Los premios son para los espíritus libres y para los amigos del jurado». No pudo entonces describirse mejor la complejidad de lo que significa premiar el arte, a lo sumo lo más personal que podamos advertir en la vieja usanza de intentar ser más humanos que animales. Sin embargo, y contra todo pronóstico, se le entregó el premio y fue aplaudido por reyes, gobernantes, académicos y toda la audiencia. En resumen, los míos me gustan libres, o por lo menos no tan atados a sí mismos.
Los míos ni son ni fueron tan amigos de los premios literarios —Leopoldo María Panero, otro de ellos, por mencionar uno más aunque no por casualidad—. Así que empiezo hablando, cómo no, por el Olimpo de papel, del tótem sagrado, del rey Midas de la literatura. Según las mismas palabras de Alfred Nobel, el Nobel de Literatura «…premia a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal». Pero resultó que sus herederos se desviaron del camino tan pronto el viejo colgó los guayos, e hicieron de este galardón —eso es, y no un premio, aunque premio el algo del alguien y no el alguien del algo— una celebración de lo políticamente correcto a lo largo de una vida o de la última semana antes del anuncio. Hoy en día, así como los primeros años, cuando escritores de tercera le «ganaron» a Tolstoi, lo que suele premiarse es a quien, por azar nació en determinado lugar y, por arte de magia, ha tenido la difusión justa y necesaria que dictan los evangelios. Hay excepciones, lo sé, porque ni los dioses se salvan de un infiltrado. Pero dejémoslo ahí, que del Nobel se ha hablado más de cien años y se lo seguirá haciendo, porque así somos nosotros con las monarquías. Además que no se debería invertir un párrafo entero hablando de este circo, pero ya casi lo hice, porque así son las grandes democracias. Así que termino con algo sin mayor trascendencia: dos de los premios comerciales más conocidos: el Premio Planeta y Premio Alfaguara de Novela. De ellos ya se ha dicho todo lo malo, como que en un gran porcentaje premia a autores consolidados en su propio catálogo, así que lo que falte, que lo haga la huella, si las hay, que dejan las obras ganadoras en, digamos, los siguientes cinco años a su publicación.
Pero no todo es podredumbre, ni más faltaba, ni se trata de que nada me gusta o que con nada estoy de acuerdo, hay unos premios que su prestigio los respalda la obra misma de los que dan su discurso de aceptación. Uno de ellos, el Premio Cervantes, el Premio Pulitzer, el Booker y el Costa Award, el Goncourt, el Jerusalén, y así podría mencionar bastantes otros, pero ellos ni necesitan defensores ni más que un par de líneas para decirlo. Por eso aprovecho para decir que el premio literario que ustedes, lectores, quieran otorgarle a su autor de cabecera o de bolsillo, será el único y más verdadero de cuantos pueda recibir. Porque premiar, sea esto lo que tenga que ser, no es otra cosa que, aunque parezca contradictorio, castigar con la propia verdad.
*1983. Narrador y poeta bogotano. Ha publicado colaboraciones en diferentes medios literarios de Hispanoamérica. Periódicamente publica columnas, artículos, cuentos, poemas y articuentos en dichos medios.
Además de haber sido incluido en diferentes antologías de poesía, aforismo y micronarrativa, de diferentes comunidades, ha publicado: (poesía) Un bicho cayendo con épica agonía; De un marzo los días todos; Leyes mudas de la mano alzada; Error binario del huevo de oro; Nuevos Cantos mañaneros, desafinados y mudos; Disentir de las paredes en blanco y (relato) Los espejos están adentro.
MUY BUENO