Vergüenza y responsabilidad

Discurso de presentación del libro La herencia y la impostura: Ensayo para ganarse un concurso en Pereira. Premio Colección Escritores Pereiranos 2013 – Modalidad Ensayo.

 

Por: César David Salazar Jiménez

Tengo la penosa obligación moral de afirmar que hoy, para mí, es un día signado por la vergüenza, una vergüenza prefigurada desde la primera página del ensayo que hoy se pone a consideración del público general y cuya escritura representó un divertimento más bien insano, pues desde su concepción se trataba, básicamente, de destilar un poco de veneno, de dar forma a un malestar personal, de quejarse e insultar con vileza y pedantería, buscando, creo, desembarazarme o sacudirme un poco el exceso de mala leche y frustración que venía acumulando y que en modo alguno son sentimientos ajenos a todos aquellos que, como yo, han decidido dedicar su tiempo y energía, durante años, al desarrollo de algún oficio artístico en contextos de provincia como Pereira, viendo cómo, con el tiempo, se han convertido en poco más que garabatos de personas fracasadas, amargadas y resentidas, o bien en borrachitos alegrones, sombríos profesores, sobreactuados columnistas y reseñistas o simpáticos viejitos verdes. Todo lo que está consignado en ese librito es producto de esa desazón y sólo lo pude escribir bajo la tutela impune del anonimato y el seudónimo. Por eso hoy siento vergüenza, hoy más que nunca desde que comencé a escribir ese ensayo, y habiendo recibido ya y despilfarrado el monto total del premio en un divertido viaje a San Andrés, un ron genial, varios libros e incontables facturas de servicios públicos. Esa vergüenza viene de la responsabilidad de dar la cara y defender, de alguna manera, esa diatriba delirante que hoy aparece publicada con mi nombre; es una vergüenza que en ningún modo me toma por sorpresa y que, por el contrario, anticipaba desde el comienzo de mi ensayito, cuando con arrogancia afirmaba no saber con qué cara iría a recibir el premio en caso de ganármelo, ya que el texto pretendía ser, en general, una crítica superficial y muy subjetiva del campo social de la producción artística en contextos de provincia colombianos, y en particular del modelo de los concursos literarios del que la Colección de Escritores Pereiranos es hija orgullosa.

Creo sinceramente que, cuando se trata de un hecho artístico, cualquiera que sea, la vergüenza y la responsabilidad son nociones que están o deben estar inexorablemente unidas y presentes en el creador, y en ese sentido me hago cargo de lo que escribí y critiqué con vehemencia cuando lo hacía desde las tinieblas del anonimato, y aún más en este caso, entendiendo que el libraco éste se puede tomar fácilmente como un intento más bien fallido de hacer crítica objetiva desde una posición de supuesta superioridad moral que en modo alguno me atribuyo; no: esa crítica me parece inane, fútil, e incluso mucho más domesticada de lo que le parece a sus propios detentores, es una crítica que siempre habla de “ellos” en vez de “nosotros”, dice: “ellos son los malos, ellos son los mediocres, ellos son los fracasados”, haciendo distinciones ilusorias y manteniendo al crítico en una situación de feliz impunidad, en lugar de empujarlo al torbellino de la crisis, que es lo que creo que debe hacer el arte en los creadores. Me parece que hay una gran diferencia entre crítica y crisis tal como las entendemos popularmente, y en cualquier caso estoy convencido de que para criticar el estado imperante de las cosas hay que confrontarse primero a uno mismo, moral, política y estéticamente, y eso es lo que he intentado siempre como creador, y una vez más con este ensayo. Me propuse empujarme deliberadamente a una situación de crisis moral, de vergüenza y autocrítica, aspirando a un premio con un escrito en el que declaraba que el mismo premio y, por extensión, todo el panorama cultural y artístico de la ciudad, del que yo mismo soy agente activo, me parecen profundamente tristes, ridículos, deprimentes, y afirmando que la única razón por la cual participaba en el concurso era la motivación de acceder a un emolumento económico que al final gasté orgullosamente, por lo que sería un descaro de mi parte venir hoy aquí a retractarme; todo lo contrario: sostengo públicamente que, de las pocas cosas buenas que me ha dejado este premio, la mejor ha sido sin duda el dinero, además del reencuentro con algunas personas que admiro y aprecio y que por momentos daba por completamente alejadas. Por ello no puedo más que agradecer profundamente al Instituto de Cultura, y a todas las personas e instituciones que, de una u otra forma, han hecho posible la realización de este concurso.

Soy consciente de que al decir esto puede parecer como si lo hiciera con cinismo e impudor, pero no es así. Antes bien, lo digo con un nudo en el estómago y un tremendo sentimiento de vergüenza, aunque nunca con miedo. Hace tiempo que dejé de tenerle miedo a la veleidad y la contradicción, y en cambio es la consciencia de ese estado permanente de ambigüedad moral lo que me mantiene escribiendo y haciendo teatro, pues de otra forma estoy seguro de que estaría trabajando en una oficina o vendiendo tenis en Sanandresito. Concibo la escritura y la creación artística en general como una ética, y en ese sentido creo que todo lo que haga como creador debe ponerme en una situación de riesgo moral como persona, más allá de lo bien o mal que me puedan salir las obras, que casi siempre son mediocres; así lo he asumido siempre y por eso es que hoy estoy acá hablándoles de vergüenza y responsabilidad en lugar de estar echándome flores y repartiendo agradecimientos, porque la vida me sigue probando que no hay una separación absoluta entre ella y las propias obras, y que no hay un solo acto creativo que quede impune en la existencia.

Valga, entonces, la siguiente aclaración para finalizar: no soy ni pretendo vender la imagen de un ensayista; soy sobre todo un dramaturgo, y como tal me es dado pensar la palabra escrita como una acción en sí tal vez un poco mejor que un ensayista profesional. Se sabe que la razón de ser de la dramaturgia es la acción y no la contemplación, y que en este sentido tiende a sacrificar el preciosismo o la prolijidad en beneficio de la contundencia, la progresión y el conflicto, pero sobre todo de un registro menor del habla, de una lengua dentro de la lengua, como decía Deleuze, privilegiando casi siempre la figura de la primera persona del singular, con todo lo pobre y recortada y limitada que resulta. Desde esta perspectiva de dramaturgo ─convengamos que el teatro se ocupa de lo particular y no de lo general─ fue que escribí este ensayo, pensando en su escritura como un acto personal y conflictivo, más que como un bello discurso expositivo, claro, riguroso, coherente y profundo. Si, a estas alturas, todavía me fuera dado esperar algo, esperaría que se apreciara este librito como un acto de lenguaje, como una acción que tiene como medio la escritura pero que en ningún modo la tiene como objeto; es una acción que me compromete como persona mucho más allá del lenguaje y que sólo viene a culminar ahora y no con el último punto impreso del libro. Esa acción acaba justo aquí, hoy, leyendo esto, en cuerpo presente, seguramente sudando y temblando y con ganas de estar en otra parte, de irme rápido a tomarme una cerveza o un tinto y reírme con un amigo o una amiga y dar todo por terminado, atesorando el aprendizaje y el viaje, que nunca quiso ser placentero.

 

Pereira, 23 de marzo de 2014

Biblioteca Pública Municipal Ramón Mejía Correa

Ceremonia oficial de presentación de los premios literarios del Instituto de Cultura 2013.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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