En la foto: Rubén Darío con Luis H. Debayle.
El jueves 15 de febrero se llevó a cabo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá, una lectura de poemas de Rubén Darío en conmemoración de los ciento cincuenta años de su natalicio. Leyeron algunos de sus poemas Santiago Mutis Durán, Camila Charry N, Amalia Lu Posso, Luz Helena Cordero, José Luis Díaz G, Celedonio Orjuela D, María Tabares. Estas fueron las palabras de Juan Manuel Roca que sirvieron como preámbulo de la lectura de los versos del poeta nicaragüense.
Algunas señales de Rubén Darío
Por: Juan Manuel Roca
Al hablar del modernismo en nuestra poesía habría que recordar lo dicho por don Alfonso Reyes, algo así como que este movimiento fue un devolverle las carabelas a España cargadas de un nuevo sentido de la lengua. Sin duda hay que pensar que el timonel de ese regreso y del hecho de que la poesía no volviera a ser la misma en castellano, junto a nuestro Silva o a Martí y algunos otros, fuera principalmente el nicaragüense Rubén Darío.
Fue un caso singular, que sin los medios tecnológicos de los que gozamos hoy para la poesía y a poco tiempo de publicar su libro Azul (1888) ya fuera conocido en España y que no fuera, como en muchos casos aún lo somos, un poeta que escribía para una región o para un país, sino para la lengua. Y que fuera también, a la par de un gran poeta, un revolucionario de la narrativa y de “unas prosas profanas”.
Con Colombia tuvo grandes lazos. De paso por Cartagena, el que fuera presidente de Colombia, Rafael Núñez, le promete hablar con el mandatario de la época, Miguel Antonio Caro, para pedirle un cargo diplomático para el poeta de Metapa. Con sorpresa es nombrado cónsul honorario de Colombia en Buenos Aires, en otra muestra de que Darío era recibido acá y en otros países como un poeta propio. Este es un hecho que rebasa los estrechos nacionalismos geográficos, un caso verdaderamente singular. En Argentina estuvo como cónsul entre 1893 y 1895.
Pormenorizar la vida y obra suyas no es el propósito de este evento de celebración de su natalicio. Se trata más bien de oír en voces colombianas algunos poemas de su vasta producción. Rubén Darío es un poeta de muchos matices. Un poeta lírico, épico, intimista y a la vez callejero, coloquial a veces y siempre de gran hondura musical, como la de su maestro Paul Verlaine. Es un poeta que trajo nuevos ritmos, nuevos acentos y registros a nuestra poesía, considerado sin duda y con justicia el padre de los poetas que vinieron tras su estela. Asombra cómo migra del poema clásico al poema en prosa y a unos novedosos relatos también sin precedentes en América Latina. En muchas páginas rinde homenajes a Goya, Cervantes, Whitman, Lecomte de Lisle, Unamuno, a Nietzsche y una tropilla de “raros”, y por supuesto al gran fabulador esperpéntico don Ramón del Valle Inclán.
Algunos lo acusaron de preciosista, de escapar del corral costumbrista. Los francotiradores del inmediatismo político lo acusaron de pasar por gallineros de Managua y en vez de gallinas ver cisnes. De cruzar junto a indígenas chorotegas y en cambio ver princesas de una corte ensimismada, con lo cual condenarían al caballero libertario que veía gigantes en lugar de molinos de viento y ejércitos en lugar de ovejas, como si no fueran los soldados en verdad hordas de marionetas obedientes, rebaños de una mansedumbre similar a la del ganado lanar.
Darío es nuestro poeta de cromagnon, de él procedemos todos.
Dicen que murió en León (Nicaragua) en 1916, pero basta con abrir alguno de sus libros para ponerlo en duda. En este pequeño homenaje un grupo de poetas colombianos, de diferentes generaciones, hará lectura de algunos de sus poemas.
Personalmente elegí sus “Letanías de nuestro señor don Quijote”, un poema de amor al caballero libertario, tomado de sus “Cantos de vida y esperanza”.
Letanías de nuestro señor don Quijote
Rubén Darío
Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad…
¡Caballero errante de los caballeros,
varón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!
¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel Pro nobis ora, gran señor.
¡Tiembla la floresta de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor!
Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, Señor!
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, Señor!
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos,
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad…
¡Ora por nosotros, señor de los tristes
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión!
¡que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!
Excelente su comentario maestro Roca. Se puede sacar de allí una lección importante y hasta paradójica; escribir para la lengua, no para el terruño, ni siquiera para el país, pero sin dejar de ser callejero.
Rafael Aguirre