Imagen de una peatona madre
Sobre un texto laberíntico, quien lea esta prosa poética navegará tal vez en alguno de los sentidos tan concurridos de la vida. Y no sabremos decir nosotros si lo hará en el sentido del tiempo, o en el del espacio. Que lo diga él. Los lectores pueden decirlo todo.
La madre
La palidez de mi rostro y el camisón blanco resaltan sobre el rosa de las paredes. Pareces un cuadro. Quienes indagan un poco más encuentran media sonrisa, un hilo de voz. La cuna transparente la protege a ella de todo peligro. La miro y pienso que los pliegues de sus manos arrugadas serán las que acaricien las mías cuando haga el camino de regreso. Lo que pienso se parece a vivir. Es la primera idea que tengo al despertar. Está ella que aún nada sabe, ni mira. Tiene unas manos cuadradas, chiquitas, que no son las mías. Las de ella. Hace solo unos minutos ella era yo. ¿Qué hago acá? Salimos del quirófano, a la niña se la llevan primero. No sin antes apoyármela en el pecho. No sé qué siento. No siento el cuerpo. Entro a un cuarto todavía adormilada y con la culpa reciente —también la que se intuye hacia adelante, para toda la vida— de no saber qué hacer. Más de medio cuerpo anestesiado. Adormecidos los sentidos. ¿Alguien me preparó para la vida? Luego la traen y quienes conmigo están esperan un estallido. No sé a qué se parece la felicidad ni qué esperan. Tengo un cansancio acumulado de meses. Y está su boca en busca de un pecho de repente torpe. La mano de una tercera mujer nos conecta, nos enseña a ambas cómo hacerlo. Boca y pezón: así se comienza. La segunda vez es igual. Intuyo que será la última. Vivir se parece a querer olvidar. Cuando me la apoyan en el pecho, con los brazos recién sacados de esas tablas a las que amarran para inducir al sueño, vuelvo a sorprenderme de indolencia. Digo una vez más, casi sin voz: es única. Ambas lo son y, descubro, apenas alerta, se parecen. Las caras de los recién nacidos en quirófanos son lienzos acabados con delicadeza. Y muy fuera de lugar. Rumiar es un camino sin fin. Las miro. Quizá hoy por primera vez pueda verlas. Queriendo trepar al árbol en el medio del patio de cocos, guanábanas y mangos, una empuja a la otra. La primera, desde arriba, le sostiene el brazo a la segunda. La piel de la guanábana parece que tuviera pequeñas espinas. La pulpa blanca trae unas pepitas negras que no se comen. Tengo un vaso de jugo listo en la mano. Sé que no es dulce. Tampoco amargo.
Poema en prosa del libro inédito, “La timidez de los árboles”.
Carolina Zamudio. Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973. Poeta, narradora y periodista. Publicó los poemarios «Seguir al viento» (Argentina), «La oscuridad de lo que brilla», edición bilingüe (Estados Unidos), la antología «Doble fondo XII», junto a Víctor López Rache (Colombia), con el título «Rituales del azar», y las plaquettes «Teoría sobre la belleza y otros poemas» (Argentina) y «Las certezas son del sol», (Argentina). Periodista y Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos. Fue incluida en antologías de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos e Italia. Ganó el Premio Universitarios Siglo XXI del diario La Nación. Condujo el ciclo radial “Los libros no muerden”. Trabajó por más de quince años en la Argentina como periodista gráfica y radial.
Bello, intrincado y misterioso relato, tanto como la vida misma!!!