Imagen de una peatona acuática
Este poema argumental de Clyo Mendoza es arrasador como los vientos de la memoria. Sus palabras son un incendio evocativo y profundo cuyas llamas intensifican la vida de lo que tocan.
Retrato de una mujer que puso el corazón en la herradura y se incendió
Aplaudí al mundo del que vienes, Morona
le aplaudí a tu lengua
pero un día la narrativa de nuestra conversación mental
comenzó a caerse
Busqué en el canal en el que te encontraba
y sólo hubo un bip interminable
el sonido de un recuerdo
que nació de algo sencillo
y terminó pervertido en la impaciencia
Tu rostro
si tuviste uno
se desdibujó temblando como el fuego de una vela
Y me di cuenta, Morona:
yo estuve contigo
porque eras capaz de ser desigual lo que eras
supervivencia y herida
el animal que escarba en tu cuerpo
la luz que te acecha en las ideas
una gruta de carne
para someterse a la reflexión obsesiva de la pérdida
Tú y yo, Morona
teníamos miedo
tú y yo
cada año nos volvíamos insensibles a nuestra propia historia
yo la barbarie
tú la relación de dominio
tú y yo la teodicea
el destino
Vivíamos la era del hijo de Dios
la era de amar esperando
la era en que el lastimado es entrañable
Atravesé lugares
mientras hombres y mujeres engarzaban
con sus dedos recios
los muertos
las heridas
Y pensé:
A qué edad debimos haber muerto, Morona
para no sentir ese pozo
donde caen las cosas y los hechos
a qué edad debimos rendirnos
antes de perder el entusiasmo
Ya escupí, vomité,
mis músculos se hicieron unto
Ya llevé puesto un vestido de saliva
un animal encalado
crecí desmedidamente hasta tocar
según yo
las heridas del mundo
Quise tomar tu cordón umbilical como una espada
estuve ahí
intentando que fuéramos uno
y blindarnos
frenar esta fatiga
Me acostumbré a cargar razones suficientes
a decir
a gritar
que interveníamos en el mundo
pero éramos como los niños
(de la calle)
siempre al acecho
de algo oscuro
o verdadero
Quererte, Morona, era extinguirse en la condena de la plegaria
y reanudarse
era hacerle pasar hambre a un pájaro tierno
y mirar también en mí el azoro por lo humano
era quebrar espejos ganando tristes epifanías
Milité sólo en los lugares donde existe el pensamiento
para estar a salvo de mi corazón
que siempre en guardia
se endurecía en un bulto
junto a los pájaros ciegos
(Padecí ese pájaro
pero ese pájaro se confrontó contigo
era ilegible)
Quererte fue dañar al idiota que no reconoce
nada como abominable
pedirle cantos a los humillados
poner a prueba con patadas los cimientos
Gritar en medio de un aviario:
La libertad es una adquisición.
Caer de rodillas, decir:
estén ajenos a mi guerra.
Caer de rodillas, decir:
Si cada cosa que se considera imperfecta se implanta mejor en la memoria, por qué no habría de ser el amor una experiencia a veces, como ahora, dolorosa.
A veces creí que no existías, Morona
Tu amor me recordaba al de mis padres:
todos dormidos siempre a la hora del juego
todos dormidos siempre a la hora del desencanto
huida tras huida tras huida
si alguien llora aquí nadie lo mira a los ojos
pero tú, Morona
clavabas tus bastosojos
y me chupabas las lágrimas como si fueran uvas
y reías y entonces
cómo podría no hacerlo
reía contigo
Tu amor me recordaba al de mis padres:
abrazos sin tocar ombligos
porque los genitales parecían un avispero
sólo cuando enfermé
sólo cuando alguien moría
estuvo bien guardarme entre los senos de mi madre
ella siempre huele bien, Morona
cómo decirte
es el síndrome de todos los hijos
sentir pese a todo
que su madre huele a flores
(Dice ella que cuando quiere matarme
me mira el lóbulo de la oreja
es la parte que se mantiene más tierna
dice
es el lóbulo lo que te resta de niña
dice
Pero yo creo que perforado por ella
dos días después de mi nacimiento
le recuerda
su primera desgarradura
coronada con redondel de oro)
No digo que mi madre sea mala, Morona
es sólo madre
y todas las madres sueltan dentelladas
quién va a herir más a sus criaturas
que ellas mismas
Lo que quiero decir, Morona
es sólo que te quise
que acudí siempre a ti
y no encontré nada
el tiempo pasó
volví
y aquí dentro
me apareciste
sonriendo
Pero no eras tú, Morona
tú eres un olor a viento
que trae a cuestas
latitudes quemadas
Ya puse el cuerpo sin amor
y me hice comer sal con los caballos
Ya di a luz en sueños
una cerámica gemela
a la muerte
y en fin
mi corazón transmigró
a un pilar de piedra sin trascendencia
fui la reina con lepra
y me bañé como si lavara a un cadáver
me untaba lascas en la boca
oscilando como la aguja en un hilo
sobre el recuerdo de alguien normal
Volviendo de ti hallé siempre en vez de hogar
una astilla interminable
también por eso te quise como a un resucitado
qué valiente tú
qué valiente yo:
siempre tuvimos una bestia negra contra la cual pelear
Yo te adoré, Morona
porque mientras los otros lloraban conmigo
tú, Morona, reíste,
decías: mi niña, mi niña
Y tu amor traía a mi infancia
esos pequeños
episodios de reencuentro
de los que uno se nutre para siempre.
Clyo Mendoza (Oaxaca, México). Ha colaborado en revistas como Crítica y Círculo de poesía. Sus textos aparecen en varias antologías, entre ellas Poetas parricidas y Los reyes subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México. Es autora del libro Anamnesis.