La poesía, entre plenitud y abandono.

 

La prodigalidad de la palabra y su indigencia, la revelación en las márgenes del silencio y su ruptura, la inquietud abierta ante el descrédito de las ideas. La poesía es la imagen silente que la noche abraza y que el día tímidamente acoge. La vía hacia un destino del que nada puede asegurarse. El ímpetu que se alberga en un instante inconmensurable. La unción religiosa, el legado sacrílego. Manifiesto de la tierra ingente, sendero de múltiples accesos. Es también la belleza que se exilia desde sus límites.

La poesía es la efervescencia de un cuerpo mudo ante su insuficiencia y su holgura. También el sueño y la voz de quien ha perdido la referencia de su finitud y la encuentra entre el destello de una caída humana y un ascenso divino. En él germina la palabra, árbol cuyos frutos maduran en la inmediatez, alimentos proscritos por la voracidad de un deseo inagotable. El poeta sueña la poesía. Su menesterosa conciencia y su desvarío son los acicates de un condenado. ¡Con cuánta insuficiencia se ampara en las imágenes que procuran su propia ruina! La poesía es el edén negado al poeta. Proscripto, exiliado, sabe que su extravío es su propio encuentro. Los caminos sin orillas son la ruta, el desafío constante, la sacralidad donde comulgan los réprobos.

El poeta es un medio. La obra siempre excede al autor. La palabra es la condición de quien vive entre una espera siempre postergada. Entusiasmo y divinidad concedidos en la inmediata videncia, el fuego inextinguible, la profundidad que congrega a los caídos.

La poesía nació cuando la belleza encontró al hombre. Sumido en medio de diarios afanes, pudo ver la luz que afloraba en cada destello de asombro ante la revelación de un placer ignorado. No fue la palabra, sino la imagen que sus sentidos descubrían, el primer esbozo de plenitud que brindaba la aurora de una conciencia estética. La poesía es por ello, metáfora de esa plenitud. Como cualquier conmoción estética, oscila siempre entre la plenitud y el abandono. La belleza es la posesión de lo efímero.

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The pont – Pegi Smith

La poesía pudo volverse oscuridad. Los equívocos de toda imprecisa constitución de lo aparente. Dioses de sedientas bocas que apuran un veneno; los hombres, esos reinos vencidos.

Al amparo de lo efímero el hombre encuentra su gozo, un placer circunscrito a un desvanecimiento. En el encuentro marginal de quienes sienten siempre sed, la poesía entrega su don, su tósigo. Aquietar la búsqueda es la quimera que entrega todo encuentro con ella. Siempre presente, ante la necesidad del hombre, es camino allanado hacia el abismo, es paso dado hacia la sombra, es palabra que escapa del aprisionamiento del significado, es peligro fundado en el sentido difuso y oscuro del lenguaje.

Voz que increpa la escasez de un mundo demasiado estrecho, demasiado amplio. Quien no comprenda la paradoja no comprenderá tampoco el afán, el júbilo, las lágrimas, la miseria, la perplejidad de habitar entre tantas insuficiencias que la vida cobra en cada instante. Puede ser eso también la poesía, la unción de la necesidad, la sacralización de la carencia. ¿No es en efecto la manera en que un instante que muere se intenta vindicar de su mortalidad?

Es el tiempo extraído de su linealidad. Posesión y menesterosidad, placer y fuga hacia el delirio. Ruta que emerge en las búsquedas, invocación a la abundancia que brinda la insignificancia de cualquier epifanía. La poesía es descubrimiento y revelación. Serenidad ante el desafío de un alumbramiento. Lo es, con el dolor que sobreviene y la concepción de su mortalidad.

Cualquier hierofanía, la poesía lo es, nace en las inmediaciones de la trivialidad. Nace en el encuentro en que se expone la suntuosidad de cualquier precaria aparición. La poesía es la ruta de quienes han elegido marginar la certeza, de quienes disponen las auroras y habitan los ocasos, de quienes presencian las fugas del tiempo y calcinan sus verdades.

Profanación, vida, huida y encuentro. Signos suspendidos, accesos vedados, finitud abierta, plegarias ignoradas, voces inauditas. La fundación del mundo en el alumbramiento de la palabra. El desgarramiento ante la tierra que se ansía eterna.

Alfredo Abad

Alfredo Abad

Profesor Escuela de Filosofía Universidad Tecnológica de Pereira

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