Cuando paseo por la ciudades me da igual todo. Me da igual la mujer que amo, pues su ausencia, en movimiento, no me parece tan dramática. Me da igual también mi trabajo, que me traten mal o incluso que me despidan. Me da igual mi familia, que cuando yo paseo, se pasea en otras geografías lejanas, como España, Francia, México, Honduras…: territorios llanos, desérticos, playas, ciudades con colinas donde recostarse a mirar el río, bulevares con viento y esculturas metálicas.
Me da igual, cuando paseo por las ciudades (en este caso la ciudad de Berlín), el reconocimiento, la aprobación de los otros, el éxito. Me da igual la muerte.
Voy a tratar de explicarlo mejor: imaginad que estáis levitando en el aire, a un metro del suelo pero en una postura activa, como la de un jinete, e imaginad que las luces de las farolas, el puente, las fachadas, el agua, giran a vuestro alrededor, como si el movimiento de traslación de la Tierra tuviera una traducción exacta dentro de la atmósfera, como si vosotros (yo) fuerais el Sol. ¿Os imagináis? ¿Podéis ver los travellings interminables, las infinitas órbitas? Pues así paseo yo por las ciudades (en este caso la ciudad de Berlín) y así encuentro yo una perspectiva óptima hacia el decorado que se mueve.
En este vacío de partículas, divido los elementos entre ficción y realidad. La realidad soy yo, puesto que me habito, y la ficción es todo lo demás. Esa es la primera conclusión, pero desde otro punto de vista, la realidad, filtrada a través de lo humano, cargada de significado a través de lo humano, produce ficción. Así que debería afirmar también, y lo afirmo, que yo, filtrado por mí, constituyo la única ficción de mis paseos, y que lo que gira a mi alrededor, toda la materia despojada de significado, es la realidad. En cualquier caso, caminar, vagar, ayuda a bajar el volumen de lo humano, ayuda a atenuar la importancia del pensamiento y a vernos como anatomías puras: huesos y músculos y sangre que se mueven, como pollos sin cabeza.
Perdonad que me ponga tan metafísico. Estas cosas se comprenden mejor con acciones que con palabras; en su defecto con ejemplos, no con teoría. Como todo. Sólo quiero recomendaros que caminéis por las ciudades. Y si puede ser, mejor aún, que caminéis por los arrabales de las ciudades.
Ahora pienso en los artistas: quizá el mayor problema que tenemos es que confundimos la historia del arte con la vida. Por eso es bueno que nos forcemos a aterrizar, a encarnar nuestra dimensión. Vivimos en la vida, no en la historia del arte. Repito: vivimos en la vida, no en la historia del arte. Todos los grandes artistas han sabido salirse de la historia. Todos los grandes artistas han ocupado el espacio de su existencia. Para ello, lo más eficaz es no olvidarse de la muerte. La muerte da conciencia, la muerte atraviesa todas las ideas, nos hace masticar el aire que respiramos, lo dota de sabor.
Esta foto me la hizo un amigo artista muy querido durante una caminata reciente. Fuimos seis amigos artistas por las inmediaciones de Madrid. Comimos en el campo y después caminamos durante horas en silencio. Vi esta cruz parcialmente cubierta por unas hierbas y me subí a la pared del camino para arrancarlas. Fue un acto sencillo para dar visibilidad a la muerte, un acto dedicado a los caminantes: ahora todo el que recorra esos caminos verá la cruz y tendrá la oportunidad de aterrizar en su muerte, y a través de ella, en su vida.
Genial entrada.
Gracias, Antonio