«El orden del día», de Eric Vuillard – Pablo Montoya

 

Imagen de Eric Vuillard en París

Nos alegra presentarles una reseña profunda, de nuestro querido y respetado Pablo Montoya, del libro ganador del Premio Goncourt 2017, El orden del día, del escritor, cineasta y guionista francés Eric Vuillard.

 

 

Por Pablo Montoya

Del vínculo entre los grandes empresarios alemanes y la llegada del nazismo al poder trata la novela El orden del día de Eric Vuillard, merecedora del Premio Goncourt 2017. El otorgamiento de este premio consolida una de las tendencias literarias francesas de los últimos años, inclinada a recrear aspectos diversos del  nazismo. Sobre la ocupación nazi en París es una de las mejores novelas de Patrick Modiano, Dora Bruder. Sobre la manera en que los verdugos nazis se mimetizan, terminada la guerra, en la sociedad francesa es la novela Las benévolas de Jonathan Littel, igualmente premiada con el Goncour en 2006. Y en torno a la relación del Führer y el mito medieval del ogro es El rey de los Alisos de Michel Tournier, que se llevó el prestigioso premio en 1970.

 

La novela de Vuillard es bastante corta para un certamen que, por lo general, recompensa libros de mayor envergadura. Apenas 150 páginas, en un formato de pequeñísimo libro de bolsillo, dedicadas, en su mayor parte, a narrar el desarrollo de ciertas reuniones en las que los poderes políticos y económicos se la jugarán enteramente por el proyecto nazi. Con una de esas reuniones secretas, el 24 de febrero de 1933, inicia El orden del día. Allí aparecen, con Goering, 24 empresarios que representan a BASF, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken, etc. Y la novela termina con Gustav Krupp y sus herederos, hacia 1958, cuando indemnizan con lábiles pagos a los judíos residentes de Brooklyn que padecieron la deportación. Miserables dólares si se comparan con los portentosas sumas que esos empresarios le dieron a los nazis para que ejercieran su tiranía.

El mensaje central de la obra de Vuillard es que tales poderes financieros siguen dominándonos. Lo hicieron de manera contundente en las décadas del 30 y el 40 del siglo pasado, no solo apoyando la utopía turbia del Tercer Reich, sino contratando para sus empresas la mano de obra barata judía que provenía de los campos de concentración. El narrador de El orden día lo dice: «Nosotros los conocemos muy bien. Están aquí, entre nosotros y con nosotros. Ellos son nuestros coches nuestras máquinas de lavar ropa, nuestros productos de entretenimiento, nuestros radios despertadores, los seguros de nuestras casas, la pila de nuestros relojes… Nuestra cotidianidad es la suya. Ellos nos cuidan, nos visten, nos iluminan, nos transportan por las rutas del mundo, nos arrullan».

La aceptación del mal representado por el contubernio entre política y economía que las sociedades de Europa y del mundo moderno han mantenido luego de la Segunda Guerra Mundial, equivale a decir que, con esta permanencia del crimen trajeada de honorabilidad empresarial y populismo político, seguimos viviendo una suerte de paraíso consumista afincado en pilares de escoria. Tal pareciera ser la moraleja de esta curiosa novela. Y digo curiosa porque se trata, en efecto, de una obra en la cual es difícil precisar una trama, una intriga, unos personajes. En realidad, el personaje principal de estas páginas es la Historia oficial que se nos ha contado. Historia que el narrador de El orden día se encargará de cuestionar de principio a fin. Por otro lado, gran parte del libro está dedicada a esas reuniones que favorecieron el ascenso del nazismo. No solo está la de los 24 empresarios con Goering, sino la que mantienen las altas autoridades nazis con los líderes austriacos y que terminará con la anexión de Austria por los emisarios de la cruz gamada, otras más con los delegados de paz de Inglaterra y Francia quienes creyeron firmar acuerdos con el nazismo, y lo que hicieron fue allanarle el camino para que su delirante proyecto social se extendiera como un polvorín por Europa.

Ahora bien, la insistencia en narrar esas reuniones secretas torna al libro algo pesado y apto más bien para especialistas en intríngulis diplomáticos y en asuntos de la geopolítica de la época. Esta pesadez sobresale todavía más en medio de la brevedad de la obra. Es verdad que Vuillard ha investigado y se ha documentado adecuadamente, y que su escritura fluye estilísticamente, pero el libro pareciera no avanzar. El autor se detiene en una serie de capítulos que afianzan la impresión en el lector de que la suya es una novela un poco desarticulada. Además que se paraliza también a través de análisis atravesados por la permanente mirada irónica del narrador. Esta ironía, por supuesto, es la manera desde la que se narra. Pero otro de los problemas que genera la novela, es la presencia excesiva de este narrador que actúa como una suerte de conciencia ética y moral de nuestros días desencantados y mediocres.

Con todo, El orden del día establece un puente entre lo que pasó en Europa en la primera mitad del siglo XX con lo que ha sucedido en la América Latina y la Europa de más tarde. Las dictaduras militares en el cono sur subidas al poder con la aprobación de las grandes fortunas de Argentina y Chile. Formidables capitales de Francia apoyando los despotismos africanos. Magnánimos empresarios colombianos de derecha dando dinero al narcoparamilitarismo para exterminar partidos políticos de izquierda y guerrillas comunistas. Capítulos sombríos de la historia de ahora que, como lo hace Vuillard con la Alemania del nazismo, algún escritor de nuestras coordenadas se encargará de develar después.

En su momento Vladimir Jankélevitch, filósofo y músico francés de origen judío, al enterarse de los campos de concentración nazis, decidió no interpretar ni escuchar a ningún compositor alemán. Llegó a tal extremo, que desalojó de su biblioteca a todos los pensadores de origen teutónico. Esta fue su muy personal forma de protestar ante aquel horror engendrado en la patria de Kant y Goethe, de Bach y Mozart. Nosotros deberíamos hacer, en lo que respecta a las denuncias que ofrece El orden del día algo similar frente a los grandes responsables del ascenso del nazismo al poder alemán. Y una buena manera de expresar el rechazo sería no comprar los productos de esas multinacionales asquerosas. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo dejar de ser alienados consumidores para convertirnos en  dignos ciudadanos?

 

Aquí más textos de Pablo Montoya en Literariedad.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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