Presentamos una declaración filosófica de Alfredo Abad, en donde, además de acariciar el rostro de la belleza nos dice que La belleza es quizá la única experiencia que redime al mundo de su transitoriedad, de su llamado irrevocable a la nada.
Por: Alfredo Abad
La belleza es la epifanía otorgada en la eternidad del instante. En esta condición, la belleza huye, intenta escapar a su contemplación. La ambigüedad de su aparición es notable, pues se introduce un juego en el que el velo que la cubre es imprescindible para destacar el reconocimiento que de ella se realiza. Belleza y evasión coinciden. Por eso también en ella se constituye la ruptura que se evidencia ante el momento previo que presagia su desaparición. La belleza es esa agonía, es la magnificencia de esa precariedad.
La particularidad de toda contemplación estética radica en su imprescindible carácter efímero. En la belleza nace una experiencia circunscrita al instante, como revelación y milagro. No es una dádiva recibida de las cosas, no es un don otorgado por quien contempla. Es la coincidencia que se erige al precisarse el instante en el que el tiempo suspende su movimiento. La belleza es la ruptura, el paréntesis que divide la temporalidad y exalta, deslumbrante, una plenitud.
Oculta, desvelada, oculta nuevamente… su manifiesto introduce una evasión para quien la reconoce, para quien deja desvelar su aparición. La belleza acontece, no es posible encontrar lo que de repente, surge, aparece, se muestra ante nosotros. ¡Un don pues que no puede buscarse! Sólo se halla, se desnuda cuando conmociona y exalta para generar un asombro.
Pero ¿qué sucede en esta constitución en la que, tanto la naturaleza como el artificio, despliegan toda su potencialidad estética? Aún en la más diáfana trivialidad, la belleza acaece independientemente de nuestras pretensiones, de nuestros fines. Se presenta y funda una revelación que desde la inmanencia ofrece toda su amplitud. Sí, desde la inmanencia, porque a través de la sensibilidad ilustra la potencia que ésta tiene para resaltar un descubrimiento único. La belleza es una generalidad, un concepto más, sin embargo, deriva de ese descubrimiento dado en cada singularidad; la belleza no sólo es efímera, es, en cada una de sus manifestaciones, singular, irrepetible.
Este manifiesto repentino y súbito no permite ser aprehendido, y aun así, se amplifica a través de todas las formas en que logra plasmar una realidad estéticamente múltiple. Dependientes de los sentidos que las determinan, en las formas se acoge la verdad de la belleza, prescrita por una conmoción que exalta, place, encanta. En la belleza pues, se acentúa un arrobamiento en el que se precisa una consolidación estética, la aprehensión más sobresaliente del reino de las apariencias. En ella sobresale el anuncio de una plenitud cuya referencia está siempre dada en la manifestación que sólo la sensibilidad puede acoger.
El reconocimiento de lo bello nos confiere un sentido: quizás ese placer sin interés que Kant estableciera como su definición; quizá su contrario, el manifiesto de un interés vital y biológico como lo especifica Nietzsche. Sea cual sea, cobra toda su magnitud la apertura a un mundo que, naciendo de la sensibilidad, logra ampliarse hasta volverse una propiedad inequívoca en cada quien que pueda aprehender un fenómeno que logra trascender la esfera de la tosca experiencia.
La belleza es por ello trascendencia derivable del mundo mismo. Elevación en la que se imposibilita el significado, puesto que, ante todo, se descubre un marco inefable. Inmersa en la fugacidad que la posibilita, la belleza es la expresión explícita de un silencio revelador que sacraliza la apariencia, el juego proteico de formas ungidas por su mortalidad, el reconocimiento que se otorga a nuestra avidez por divinizar la carne, por explicitar nuestro evangelio pagano. La belleza es quizá la única experiencia que redime al mundo de su transitoriedad, de su llamado irrevocable a la nada.

Profesor Escuela de Filosofía Universidad Tecnológica de Pereira. Ha publicado los libros Filosofía y Literatura, encrucijadas actuales (2007), Pensar lo implícito en torno a Gómez Dávila (2008), Cioran en Perspectivas (2009), entre otros.