Una vez más, como método o técnica para animar la escritura de un cuento o de una crónica en la que estoy trabajando con la mala fortuna de llevar apenas dos párrafos por no saber cómo continuar, empiezo este diario en el que, como en todos los diarios honestos, abundan las miserias de la existencia. Miserias que no merecen una palabra, a menos que se trate de una dudosa técnica para entrar en calor y escribir cosas que sí son dignas de ser escritas. Pensándolo mejor, tal vez no les cuente esas miserias que requieren tanto circunloquio, sino más bien simples cotidianidades.
Acabo de llamar a pedir una cita oftalmológica, dije buenos días en vez de buenas tardes, pese a que son las tres y media, caí en cuenta del error en seguida y concluí que hay dos tipos de personas, las que dicen buenos días por la tarde o buenas tardes por las mañanas y las que jamás cometen ese error, yo era de las últimas y nunca pensé que un buen día sería de las primeras, pero héme aquí, sin saber la hora ni la fecha en el calendario. La señorita operadora, si es que así se les dice a las personas que trabajan en call centers, pues me temo que telefonistas no es la palabra exacta (y ha caído en desuso) incurría en contradicciones, pero me programó la cita y al final, cuando me despedí, se despidió y yo me volví a despedir esperando que colgara, pero no colgó sino que se volvió a despedir y yo volví a contestar cordialmente a su despedida y ella, en lugar de colgar volvió a despedirse, así que ya colgué yo.
En la calle un señor y su madre me confundieron con alguien y me saludaron efusivos, se ve que quieren mucho a la persona con la que me confundieron, yo por supuesto no pude corresponder a su entusiasmo. Estoy segura de que no los conozco, a veces olvido la hora y la fecha, pero no a la gente y menos a la que me quiere.
Bien … tuviste un buen día … o una buena tarde, quien sabe …