Poesía ignorada y olvidada – Jorge Zalamea

Siberian Yupik Skin Mask and Doll© Dora Buchea.

Nos complace presentar una selección quirúrgica del libro «Poesía ignorada y olvidada», de Jorge Zalamea, a cargo de la escritora y traductora colombiana Angélica Rodríguez Vargas.

 

 

Selección de Angélica Rodríguez Vargas

Zalamea, en su ensayo Poesía ignorada y olvidada, busca demostrar que en poesía no hay países subdesarrollados y que la poesía no puede ser privilegio de un pensamiento «culto», sino que es antes bien un derecho de humanidad. Este canto de un hombre de la tribu iroquí, el autor lo compara al verso de un poema de Blais Pascal que dice así: «El eterno silencio de los espacios infinitos me aterra». Leamos el poema antiguo:

 

¡En la oscuridad esperamos!
¡Que vengan todos los oyentes
Y nos ayuden en el viaje nocturno!
Ningún sol brilla ahora
Ninguna estrella luce ahora.
Que vengan y nos muestren el camino,
Pues la noche se ha hecho inamistosa.
Cierra sus párpados la noche.
Nos ha olvidado la luna.
Y esperamos en la oscuridad.

 

Desde los Montes Apalaches, un cantor cheroqui pariente de los iroqueses describe lo que podrían ser las regiones más turbias del alma, con estas palabras mágicas con las que se enfrenta al asesino que se ha hecho lobo para sus hermanos:

 

¡Cuídate! ¡Cuchillo tengo para tu alma!
Eres de la raza de los lobos.
Tu nombre es A’yu’nini.
Pero he sepultado tu saliva bajo la tierra.
También a ti te cubriré de guijarros negros.
Te cubriré de rocas negras.
Tu sendero te conduce al país de la nada,
Al ataúd negro de la montaña.
La tierra negra te cubrirá
Allá lejos, cerca de las chozas negras,
En el país de la negrura.
Te traigo un ataúd negro.
Te abro una tumba de piedras negras.
Ya se marchita tu alma: ¡Se torna azul!

 

Desde el círculo ártico, de la Isla de Baffin, un esquimal canadiense canta este poema titulado El difunto, invoquemos entonces al Esquimal muerto:

 

La alegría me rebosa
Cuando comienza a lucir el día.
Cuando el enorme sol
Sube al borde del cielo.

El resto del tiempo me llena la angustia:
La actividad constante de los gusanos me aterra.
Penetran en el cuenco de la clavícula
Y me devoran los ojos.

En mi angustia pienso:
¿Era acaso tan bella la vida en la Tierra?

Recuerda el invierno
En que nos devoraban los cuidados:
Zozobra por los suelas del alzado,
Zozobra por el cuero de las botas…
¿Era, acaso, tan bella la vida?

Aquí estoy, sumido en inquietud y angustia:
¿Pero no conocí siempre miseria y zozobra?
Incluso en el espléndido verano,
Si la cacería era mala,
Y no había casa,
Un trozo de piel para vestidos,
¿Era, acaso, tan bella la vida?

Estoy aquí, preso de la angustia;
¿Pero no estuve siempre en apuros
Cuando asechaba entre los hielos
Y cuando perdía la cabeza
Porque nos mordían los salmones?
¿Era, acaso, tan bella la vida en la Tierra?

Cuando en el tumulto de la Casa de la Fiestas
Me bañaban, enrojeciendo de vergüenza,
Y cuando el coro se burlaba de mí
Porque en mi canto perdía el hilo,
¿Era, acaso, tan bella la vida?

Dime: ¿era, acaso, tan bella la vida en la Tierra?
Aquí, la alegría me rebosa
Cuando comienza a lucir el día
Y cuando el inmenso sol
Sube lentamente al horizonte;
Pero el resto del tiempo me llena la angustia.
¡Cómo me aterra la incesante actividad de los gusanos!
Me roen hasta el cuenco del hombro
Y me devoran los ojos.

 

El poema de otro cantor anónimo, esta vez de la tribu algonquina, nos recuerda, según Zalamea, la alegría dionisiaca de algunas páginas de Federico Nietzsche:

 

Somos las estrellas que cantan.
Cantamos con nuestra luz.
Somos los pájaros de fuego.
Cantamos por encima del cielo.
Nuestra luz es una voz.
Abrimos una ruta a los espíritus
Para que pasen los espíritus.
Entre nosotros, tres cazadores
Cazan un oso.
Jamás hubo tiempo
En que no lo cazasen.
Despreciamos a las montañas.
Y este es el canto de las estrellas.

 

Un poeta antiguo del pueblo de los Negrillos, gritó los siguientes versos:

 

La bestia corre, pasa, muere. Y es el gran frío.
Es el gran frío de la noche. Son las tinieblas.

El pájaro vuela, pasa, muere. Y es el gran frío.
Es el gran frío de la noche. Son las tinieblas.

El pez huye, pasa, muere. Y es el gran frío.
Es el gran frío de la noche. Son las tinieblas.
El hombre come y duerme. Y muere. Y es el gran frío.
Es el gran frío de la noche. Son las tinieblas.

Y el cielo se aclara, se apagan los ojos, resplandece la estrella.
El frío está abajo, la luz arriba.

Muere el hombre, desaparece la sombra, ¡libre está el prisionero!

 

Poemas tomados de: Poesía ignorada y olvidada, de Jorge Zalamea. Procultura, 1986. Bogotá, Colombia.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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