Imagen tomada de Studio Ghibli movies
El camino
“Yo soy el camino.
Como una flecha
apunto a lo lejos,
mas a lo lejos
me pierdo.Si me sigues
hacia acá, hacia allí, hacia acá,
has de llegar
de cualquier modo.Se pierde el camino.”
Cees Nooteboom
Estar dentro de una biblioteca, entre libros de pasta dura y pasta blanda, gruesos y delgados, de colores, grises, con fotografías, libros de literatura e historia, biografías, filosofía, sicoanálisis, ensayo, es, cuando menos, una promesa. Una promesa que nadie nos hace, pero que está ahí, como un cheque en blanco, esperando que pongamos en él un valor. Aceptamos la oferta. Nos acercamos para leer los diferentes títulos en cada sección, revisamos sus portadas, algunas líneas, y descubrimos que, como si se tratara de una caricia, algunas de esas líneas nos estremecen. Generan un escalofrío que nos recorre los brazos, el pecho, la espalda.
Recorrer los títulos de una biblioteca con la mirada es algo parecido a caminar; ver la gente que pasa y preguntarse, a partir de sus facciones, de su vestimenta, qué tipo de persona es. Emitimos prejuicios e imaginamos pequeñas historias que los confirmen. Luego conocemos a esa persona, sacamos el libro de la biblioteca, nos tomamos un café en su compañía, y, a partir de la lectura, de la conversación, dejamos atrás esos prejuicios e inventos para descubrirnos.
Construyo mi biblioteca a partir de caprichos e intuiciones. La lectura ha sido, desde cierto momento de mi vida, un consuelo en la soledad, un antídoto contra el aburrimiento, una cura para la candidez desahuciada. La organización de mi biblioteca es arbitraria: uno de los criterios de organización es el lugar de nacimiento del autor. Otro, si es uno de mis autores favoritos. Este último es el caso de Cees Nooteboom. En vez de estar en la sección de Europa, está junto a otros cinco autores que son importantes para mí. Tomo uno de los libros que conseguí hace poco, y que no he leído: Hotel nómada. De inmediato pienso en El castillo ambulante, de Hayao Miyazaki, e imagino un Hotel que se mueve de un lugar a otro.
Imagino una posible historia a encontrar durante la lectura. Imagino huéspedes que no necesitan salir de su habitación para viajar, personal de cocina de un hotel que se nutre de diferentes huertos, paisajes que cambian frente a nuestros ojos sin alejarnos de la ventana. Un lugar de paso que se resignifica por su propia naturaleza nómada.
Abro el libro que, a diferencia de lo que imaginé, es un diario de viajes. Gambia, Malí, el desierto del Sahara, Bolivia, México, Marruecos, y varios otros lugares a los que quizá nunca viajaré, aparecen frente a mis ojos. Imagino el barco que lleva a Nooteboom a lo largo de un río, imagino su estrecho camarote rodeado de pasajeros durmientes. Su mirada es por unos instantes mi mirada. A través de sus ojos veo un mundo desconocido. No, realmente no lo veo. Lo leo.
Nooteboom toma notas para después, en la reclusión que le permite su habitación de hotel, sentarse a escribir. Y escribe el recuerdo que, años más tarde, leeré yo en la reclusión de mi habitación. A lo largo de varias páginas tengo algo mejor que un guía. Habito un viajero:
“A lo mejor es cierto que el verdadero viajero se halla continuamente en el ojo del huracán. El huracán es el mundo. La meteorología nos enseña que en el interior de este ojo reina la calma, tal vez la misma calma que en la celda de un monje. Quien aprenda a mirar por este ojo, quizás aprenda también a distinguir lo esencial de lo fútil o, cuando menos, a ver en qué se diferencian y en qué son iguales las personas y las cosas”.
Si Nooteboom es un verdadero viajero, no lo sé. Encerrado en mi habitación, siento que estoy en el centro del mundo. Por cierta alquimia de la que solo son capaces las palabras, soy yo el viajero de un viaje que ya terminó, pero que comienza cada vez que leo. El mundo se mueve, gira a mi alrededor mientras yo paso un par de páginas. Pasar las páginas se convierte en algo de lo que se habla mucho, pero que en este libro adquiere una fuerza nueva: hago un viaje por el mundo, un viaje por el tiempo, que me recuerda, como el espejo dentro del espejo, que el centro del mundo son dos, el tuyo y el mío, y que detrás de esos centros se asoma el abismo.
así como hay barcos de agua
mis zapatos son dos barcos de tierra
camino mi barrio con un destino cierto
mi guía es el tiempo
voy y vuelvo en un vaivén cotidiano
soy la monotonía
soy el trabajo
el descanso
el sosiego
el cansancio
olvido la estrecha frontera de las calles
se ha levantado un muro, que es mi piel
voy y vuelvo en un vaivén cotidiano
soy la soledad
han caído todas las fronteras
cayó el tiempo cuando llovía
y se secó sobre el asfalto
la distancia es un libro cerrado
pienso en ti, el ojo del huracán
y por un instante te habito
eres el centro del mundo