Imagen:Europa, por Abraham Hortelius (1572)
Nos alegra presentarles un híbrido entre ensayo histórico y narración de viajes, irrigado por unas pinceladas de ficción que se sostienen desesperadas de la última sobreviviente del naufragio de la historia: la imaginación.
Brasil, antes de ser nación, fue una isla, y en plena edad media ya aparecía en los mapas europeos. Para el siglo XIII, los portugueses todavía no se entretenían con ideas de dominación colonial, la tierra aún era plana y las regiones del nuevo mundo eran tranquilamente ignoradas por gran parte del planeta. Aun así, había un lugar llamado Brasil. Una tierra fantástica, que obsesionó a marinos y exploradores desde tiempos remotos y que entre otras cosas no existe. Se trata de la mágica isla de Hy Breasail, la isla Brasil. Esta podría estar sobre algún lugar de la costa atlántica de Irlanda, bien lejos del aire tropical del Brasil americano.
El escritor británico J. R. R. Tolkien, en su ensayo «Sobre los Cuentos de Hadas», se quejaba de que el mundo se hacía cada vez menos mágico, en gran medida porque los viajes de exploración habían reducido al mundo. Las cosas eran más pequeñas y menos misteriosas, los vacíos en los mapas se llenaban y ya no cabían los leviatanes y las sirenas. El avance de la ciencia y el conocimiento geográfico dejaba poco espacio para imaginar lugares fantásticos coexistiendo con lo cotidiano. En palabras de Tolkien una «racionalización del mundo», en este ya no cabían los elfos y los hombres. En esa época en particular en la que «La mágica región occidental de Hy Breasail se transformó en el simple Brasil, la tierra del palo brasil». Bien podríamos decir que Tolkien era un nostálgico muy imaginativo al que no le gustaba que, en sus acepciones más comunes, «Brasil» significara un país real y no una mítica isla irlandesa. Cabe agregar que Tolkien nunca visitó Brasil y sus ideas de lo fantástico estaban más o menos definidas por lo que podría serlo en los límites de Europa. Además, le tenía mucho cariño a las cosas que sólo existen gracias a las palabras.
Por su parte, en la literatura de los pueblos irlandeses, abundan las islas misteriosas, particularmente en los immrama. El Immram es un tipo de relato surgido posteriormente a la cristianización de Irlanda, en los que el protagonista inicia un viaje en búsqueda de una tierra mágica o un paraíso. En su camino vive diferentes aventuras, encontrándose con islas fabulosas antes de cumplir con su destino heroico. Estas islas funcionaban como una especie de tierra prometida para los irlandeses, como un paraíso terrenal cristiano donde no llegaba ni la muerte ni el pecado. Y la Isla Brasil hace parte de estas islas felices.
Según la tradición, la Isla Brasil estaba cubierta por una capa gruesa de niebla que impedía que fuera vista por marinos y exploradores. Sólo se despejaba una vez cada siete años y aunque se pudiera ver era imposible de alcanzar. De acuerdo con las diferentes versiones, la isla tenía en su centro una laguna o un río y era habitada por personas hermosas. El origen de la isla Brasil es muy antiguo y rastrearlo sería bastante difícil, sin embargo, a pesar de sus raíces mitológicas, es descrita en diferentes cartografías antiguas.
Fridtjof Nansen (científico, humanista, deportista, nobel de paz, explorador noruego y Persona Más Interesante del Mundo), lideró diferentes viajes de exploración por las tierras árticas y en el Atlántico Norte. En su libro Nieblas del Norte (1911), menciona la aparición de la mítica Hy Breasail en mapas y la evolución cartográfica de esta. Según sus hallazgos, la isla se puede ver por primera vez en un mapa italiano en 1320 o 1325, siendo llamada «Ínsula de montonis siue de brazile». El nombre bien podría ser en honor al clan irlandés de Úa Bresail o ser una modificación de la palabra «bress», que significa suerte o buena fortuna. La isla podría haber funcionado como una especie de tierra prometida para los irlandeses. Así, Hy-Breasail sería la «Isla de los Bendecidos» y pudo haber adoptado algunas de las características atribuidas a otras islas fantásticas. Según Nansen, la isla sigue apareciendo en los mapas hasta los siglos XVI y XVII, seguramente debido a que los cartógrafos reproducían mapas más antiguos. Otra razón podría ser que las leyendas viajaron con los monjes irlandeses en la edad media, quienes se encargaron de cristianizar parte de Europa, copiando libros y fundando monasterios y universidades.
Para 1776, a pesar de que la isla aún aparecía en los mapas, su existencia se consideraba dudosa, pues otras islas Brasil surgían en los mapas con ubicaciones diferentes. Los cartógrafos seguían dibujándola, si bien aclarando que no se sabía a ciencia cierta si existía o no. En esa época, la escritura de la isla Brasil cambia de Breasail a O’Brazil, posiblemente debido a la popularidad del palo brazil, traído de la recién colonizada América y que pudo haber influenciado la ortografía de la palabra.
Aunque el origen de las palabras, y en particular el de los nombres, es a veces esquivo como la misma Hy Breasail, el nombre de esta y el Brasil real no comparten etimología. Por otro lado, la isla Brasil no existe. Por lo menos nadie, ni siquiera el omnipresente Google maps, la ha visto. Además, aparte del verde en tierra y bandera, Irlanda y Brasil no tienen tanto en común. El Brasil actual fue llamado en un principio la Isla de Vera Cruz, así que es posible que por un breve momento en la historia existieran dos islas de Brasil. Claro que ninguna existía en el sentido estricto, pues pronto los exploradores portugueses descubrieron que la tierra descubierta no era una isla, sino que estaba cruzada por ríos caudalosos. El nombre cambió a Tierra de Santa Cruz y años más tarde a Brasil, región fantástica por derecho propio, que le debe su nombre a un árbol: el palo brasil. Los colonizadores portugueses encontraron estos árboles en abundancia en la región suroriental del hoy Brasil. La corteza de este árbol es dura y de un rojo intenso, de la cual se puede extraer un tinte vegetal. El nombre «Brasil» viene de «brasa» pues el color del árbol recordaba por su viveza al de las llamas.
En la Europa del Siglo XVI el color rojo se traía de India y era escaso y costoso, tanto que tener ropa de este color era casi exclusivo del clero y la nobleza. Aun así, la demanda era altísima: un fabuloso tinte rojo del exótico nuevo mundo no caía mal a finales del Renacimiento, época ya obsesionada con la belleza. Y si hay algo en lo que Europa ha demostrado talento es en ir hasta la guerra por tintes, especias y cosas hermosas. Portugal pronto consiguió el monopolio de la explotación del palo brasil, que se convirtió en un negocio bastante lucrativo. Esto, como es de esperar, generó conflictos con otros colonos, en particular con los franceses, quienes ignoraron tratados e intentaron reconquistar colonias portuguesas, además de organizar flotas de piratas y corsarios.
Era común referirse a las colonias por su principal producto de exportación, y así Brasil se quedó con su nombre por ser la tierra del árbol del color de las brasas. Los portugueses se la van bien con las palabras, aunque no tanto con los árboles nativos. Ahora el palo brasil, árbol nacional, se encuentra en peligro de extinción, pues la tala excesiva durante la época colonial casi acaba con su existencia. La explotación del árbol se detuvo eventualmente y las colonias se dedicaron a producir café y azúcar, negocios también bastante rentables. En la actualidad, el palo brasil ya no es necesario para teñir terciopelos y se puede encontrar en violines, en jardines dedicados a su conservación y en las selvas brasileñas. Y aunque escaso, aún se mantiene. Por su parte el nombre sobrevivió a la colonia, la independencia y la república. Un árbol color fuego le dio nombre a una nación.
Daniela Gaviria Piedrahita. Parte de nuestro comité editorial, es la encargada de nuestras Playlist. Le gustan las cosas inútiles. Es pacifista. Está eternamente enojada. Y siempre quiere estar en otra parte.
interesante