Foto: Chernóbil: El País. Intervención: Literariedad.
Les presentamos una reseña sentida y poética de Angélica Rodríguez Vargas acerca del libro Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich.
Parece que hubiera una curiosidad malvada por las formas de la catástrofe no vivida. La proyectamos en nuestra mente, una y otra vez, como si se tratara de una película de terror vista desde la tranquilidad de nuestra cama tibia. Una especie de éxtasis morboso que quizás provenga de constatar que la desgracia es, todavía, aquello que le sucede a los otros por causa de la injusticia humana o de la divina justicia. O, simplemente, se trata de la perplejidad de recordar que en un instante todo puede suceder y que hay personas iguales a nosotros, con sus almas puestas en el complejo orden de la cotidianidad, pero que a diferencia nuestra nunca volverán a ser felices. De cualquier modo, los testimonios de las víctimas desatan nuestros temores más primarios: la muerte y, su contraparte, el amor; el miedo a perder lo que queremos salvar: “No sé de qué hablar… ¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo?” Así inicia la primera crónica del futuro, del futuro porque estas crónicas recogen las voces que se repetían para entender la catástrofe del tiempo que daría lugar a una nueva conciencia “primera vez”, una nueva responsabilidad “nunca más” y un nuevo sentido de culpa “para siempre”.
El desastre produce en nosotros un temblor silencioso, despierta atávicas incertidumbres que, tal vez en circunstancias menos desafiantes que las de Chernóbil, producirían solo una detención momentánea del pensamiento: el silencio que acompaña la tragedia. Pero el silencio que sucedió después del accidente en la planta nuclear fue más que eso, fue un crimen. Las instrucciones secretas, el ocultamiento de la información y los engaños causaron todavía más destrucción y víctimas que las que ya se había cobrado el polvo radiactivo. Veinte años tardó la cronista en escribir este libro, pero la muerte se extiende como una larga noche de doscientos mil años, tiempo en el que se estima que los radionúclidos no desaparecerán del planeta. Una cifra demasiado cercana a la totalidad, que adquiere dimensiones cósmicas en nuestra imaginación. Voces de Chernóbil es un libro de crónicas que intenta saldar la deuda con los hijos de la muerte, los héroes radioactivos.
Tal vez en pocos lugares del mundo haya podido testificarse, de una manera tan descarnada, la proximidad entre la vida y la muerte. En Chernóbil, ciudad fantasma, el asesino se esconde bajo la forma de un paisaje bonito, aparentemente benévolo, tal como estamos acostumbrados a pensar en la naturaleza: la madre dadivosa. Pero allí el aire, el agua, el pájaro, los árboles y las partículas invisibles matan… “la radiación no se ve ni tiene olor ni sonido”; solamente los gatos, señala la autora, saben que no deben comerse a los ratones, y las vacas, que no pueden tomar el agua de las quebradas. Pero ¿qué sabe el hombre? Cavar un hoyo y enterrar la tierra. Un oficio absurdo e inútil: “enterrar la tierra en la tierra”. Tratar, con desesperación, de sepultar la totalidad de la vida para que no vuelva a nacer la muerte.
Angélica Rodríguez Vargas es la Consejera editorial de Literariedad. Es poeta y narradora; acaba de publicar una traducción de la obra poética completa de Alberto Caeiro (Fernando Pessoa) con la Editorial Ataraxia.