De la colección Antihéroes. Ilustración/Fotografía digital de Susana Blasco.
El libro La niña que nunca ocupó un columpio de Alejandra Echeverri hiere de belleza. Sus versos como cuchillos rompen las cuerdas de la sensibilidad de quien los lee y le dejan con sed de más de ese encuentro con el filo de lo milagroso y extraño, tan propio de la poesía digna del recuerdo. Esta selección que les traemos en la edición de diciembre de 2018 les va a hablar de la muerte y de la ausencia con una tranquilidad desconcertante y nueva; les va a mostrar cómo hay familias rotas por el dolor que generan personas que ni siquiera alcanzaron a nacer, o que apenas vieron la luz del mundo se desvanecieron como mariposas de un día.
Tengo una herida en el rostro,
es mi madre
Antes,
cuando tenía quince o algo menos,
me miraba al espejo
y encontraba los rasgos de nadie.
Era la hija de la mujer sin rostro
o quizás de la mujer sin nombre.
Hoy que mis ojos pesan un poco más,
que mis grietas
son mucho más largas y peligrosas,
me veo de frente, espejo-persona,
y me doy cuenta de que mi madre
se ha reposado en mí.
No solo tengo sus cabellos tristes,
también su boca llena de dolor,
de palabras a las tres de la mañana
y de humo fácil de odiar.
Hoy tengo todas sus mentiras en mi boca,
toda su música en mis oídos,
todos sus sueños en mi pecho.
Comprendí que mi madre pudo ser yo
o quizás el reflejo de su espejo clavado
en mi propio rostro.
Ausencia en la mesa
alguien se marchó
A quien nunca nació
pero siempre recuerdo
Ya he servido la mesa,
ya afilé los cuchillos,
ya limpié el plato de mi padre,
ya me he sentado junto a mi madre,
ya nos miramos a la cara,
ya corrieron los silencios,
ya nos dimos cuenta quién falta,
quién se ha marchado
y ha dejado un asiento
en perpetua ausencia.
Me levanto y beso
la sombra de mi hermana
y me siento en el que era su sitio,
pero recuerdo que nunca nació.
Ya la mesa nos ha confrontado
a la repetida búsqueda del otro.
Ahora nos levantamos
y esperamos la próxima cena
para saber quién es el siguiente
en dejar el vacío de su propia silla.
La niña que nunca ocupó un columpio
Qué dolores,
qué tristezas estoy engendrando
Silvia Plath
Nadie sabe qué es ver a los amigos
jugar bajo la sombra de la muerte,
jugar con una ruleta que decide
bajo la mordaz discordia
qué es la vida.
Ana,
despierta,
eres solo una niña
y ya tienes la marca de la derrota
en tu frente de huérfana,
en tu frente de dolor,
porque fuiste hija de la madre
que nunca fue madre
y del padre que se quedó
sin esperma para ser tu padre.
Ana,
fuiste la mayor,
fuiste la primera,
y a todos nos dio miedo seguirte
en tu eterna pesadumbre,
y todos fuimos ajenos
a tu esperanza absoluta.
Ana,
fuiste la única,
pero nadie te siguió.
Ana,
fuimos los cobardes
los que te despedimos.
Cómo no hablar de lo íntimo
A mi abuela, que es mi otra madre
Mi abuela
me cuenta de sus maridos muertos
y de las lilas que nunca sembró;
lo hace con la dulzura
de una niña comiendo mango
Quisiera aceptar la muerte
de esa manera,
pero soy demasiado torpe.
Alejandra Echeverri. Poeta, estudiante de sociología. Es autora del libro La niña que nunca ocupó un columpio publicado por la Universidad Central del Valle (UCEVA), colección CantaRana y reeditado por la editorial española Turpin Editores en la colección «Palabra de Johnnie Walker» y de la plaquette autodiagramada «Los retornos de la carne».
Querida, eres formidable.
Existe la exquisitez poética en el marco de un terrible dolor? existe. lo leí aquí .lo encontré aquí. susana zazzetti.