El «Tuerto» López

Cartagena de Indias, 1902. Foto: Cartagena Antigua.

 

No estoy seguro, pero creo que Ville Laihiala, vocalista de Sentenced, la extinta banda finesa de Gothic Melodic Death Metal (que se conocería más por un estilo aún no acuñado pero querido por muchos: el Suicidal Metal) leyó a Luis Carlos López, el tuerto.

La cosa va así: el primero de Octubre de 2005 en Oulu, ciudad natal de la banda, Sentenced ofreció su último show, posterior al lanzamiento de su disco The Funeral (2005). Hacia la tercera parte del recital, Laihiala hace la introducción a uno de sus temas más oscuros, No One There (The Cold White Light), de la siguiente manera: «Un hombre dedica numerosos años a la construcción y perfeccionamiento de una silla mecedora. Al terminarla, el hombre se sienta en ella y empieza a pulir con cuidado la escopeta de su abuelo, y vaya que se puede cavilar profundo en situaciones así…». La imagen es poderosa, hay que reconocerlo. Con su voz de niño castigado, de niño que no termina de crecer, de protomacho ultra desarrollado, Laihiala canta las primeras líneas de esa canción que parece el grito desesperado de un cuervo en el último cementerio del planeta, eso o el temblor callado de alguien que se recoge sobre sí en una habitación a la que nadie puede entrar, a la que nadie va a entrar porque la gente se ha terminado, porque esa persona es la última que queda, porque no hay nada más que tiempo regresivo, ruinas y viento, y tal vez un perro que recorre las calles perdido.

Gerad Genette en Palimpsestos (1982) escribe algo muy curioso; dice que la comedia es la tragedia vista de espaldas. La afirmación es paradójica, sustancial. Estoy seguro, ahora, de que Laihiala leyó al «Tuerto» López (es probable, también, a pesar de las diferencias de distancia y de tiempo, que López haya escuchado a Sentenced y haya decidido escribir lo que escribió, porque de eso se trata todo esto) y en una torsión semántica muy de su estilo, es decir, del estilo de los norteños, de esa gente que se ha dejado avasallar por el clima, que no por la historia (jamás olvidaremos su resistencia ante el tercer Reich, mucho menos que hayan introducido el esquí en la guerra, ¿no?), le da una nueva lectura a la imagen propuesta por López en uno de sus poemas.

El poema va así:

Tarde de verano

«El rico es un bandido»
San Juan de Crisóstomo

La sombra que hace un remanso
sobre la plaza rural,
convida para el descanso
sedante, dominical…

Canijo, cuello de ganso,
cruza leyendo un misal,
dueño absoluto del manso
pueblo intonso, pueblo asnal.

Ciñendo rica sotana
de paño, le importa un higo
la miseria del redil.

Y yo, desde mi ventana,
limpiando un fusil, me digo:
—¿qué hago con este fusil?—

Me apasiona pensar en la manera en que Laihiala se encontró con el poema. Pero si el asunto fue al contrario, qué contrariedades, qué desdoblamientos, que juegos paratextuales ocurrieron para que López, tuerto como era, accediera hace cien años a la música de una banda que ya, tampoco, existe.

Roberto Segrov

Roberto Segrov nace en Bogotá queriendo haber nacido en Estridentópolis. Escribe poesía, narrativa, traduce la obra de los poetas que más lo trasnochan y dicta clases de literatura en varias universidades de la capital colombiana, también es oficinista, lo anterior, todo en ese orden. Ha publicado los libros de poesía Formas de romper las olas (Buenos Aires Poetry, 2018), Tríptico lunar (SaintNeve, 2019) y Estudios para el intento de ciertas pesadillas (Editorial Pie de Monte, 2019), así como el libro de relatos Un crepúsculo que no termina (Ediciones Camelot, 2019).

2 comentarios sobre “El «Tuerto» López

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